Dámaso Sangorrín
Diest
(Deán de la
Catedral de Jaca)
Publicado por
primera vez en la Revista Aragón,
año IV - nº 30,
Zaragoza, marzo de 1928
El Templo del
Santo Cáliz (primera parte)
Aún no llegamos
a San Juan de la Peña.
Falta estudiar
la última estancia del Santo Cáliz en el obispado antiguo de Aragón, que es el
último período de aquellos 350 años que suprimen los escritores pinatenses en
la historia de la excelsa Reliquia. Y a fe que es de excepcional importancia el
tratar de este lapso de tiempo por dos motivos principales: primero, porque los
historiadores pasan por alto esta última mansión del sagrado Vaso dejándose
guiar por las antiguas opiniones, como si todos tuvieran igual prisa en
llevarlo a S. Juan de la Peña que la que tenían sus monjes; y segundo, para que
quede demostrado que si Aragón - es decir, los reyes, los obispos, el clero y
el pueblo del primitivo reino - dejaron de poseer el Santo Cáliz, no fué por
culpa suya, ni por desafección a la venerada Joya, ni por no haberla rodeado de
cuantos prestigios, pompas y seguridades merecía, sino por el curso fatal de
los sucesos y la inconstancia de los hombres, o - dicho más en cristiano -
porque la Providencia la llevó por otros caminos que ni podemos discutir ni
comprender.
Para la más
fácil inteligencia de los hechos históricos que vamos a analizar, será bueno
refrescar la memoria exponiendo antes, aunque sea muy brevemente, el estado
político en que se hallaba nuestro país en la época que estudiamos con relación
al asunto principal, o sea el segundo tercio del siglo XI. Los hechos y sus
consecuencias existen, claros e inmutables; lo mismo los que juzgamos lógicos y
corrientes, que los que nos parecen extraordinarios: únicamente puede variar
nuestra compresión de ellos y el criterio con que los examinamos según los
elementos disponibles para medir sus circunstancias y los móviles de sus
autores.
Por el
testamento atrozmente impolítico del rey D. Sancho III (año 1035) que retraso
en algunos siglos la reconquista y la unidad de España, se hallaron sus cuatro
hijos en posesión independiente de otras tantas porciones del Reino Pirenaico
que habían formado sus antecesores en trescientos años de luchas con los moros:
Fernando heredó el condado de Castilla y se tituló rey; García fué rey de
Pamplona y de Nájera; Ramiro heredó el reino de Aragón, y Gonzalo la parte más
oriental con el título de rey de Sobrarbe y Ribagorza.
La idea
dominante de aquellos primitivos monarcas, desde Iñigo Jiménez el Arista,
tronco de la dinastia, hasta Sancho el Mayor, fué la de ensanchar sus dominios
hacia el Sur en las comarcas ocupadas por los sarracenos. A estos cuatro nuevos
reyes les preocupó desde el primer día otro cuidado, que era el de defenderse
cada uno de ellos de las acometidas de sus hermanos, pues parece que no
llevaron a bien el testamento de su padre; y tampoco podían abandonar la
empresa secular de la reconquista, para evitar el caso de que sus vecinos
uniesen sus reinos por el Mediodía y quedara el menos diligente encerrado entre
ellos y los Pirineos, como al fin sucedió con el reino de Pamplona, que se
quedó sin frontera con los moros y sin posibilidad de reconquista cuando se
unieron las de Aragón y de Castilla entre Soria y Tarazona. Por lo que hace a
nuestro rey D. Ramiro I, muy pronto tuvo que acudir a defenderse de las
incursiones de su hermano el de Pamplona, el cual, fuese por la violencia de su
carácter o fuera por creerse con mejor derecho por su condición de primogénito
legítimo, no respetó la disposición paterna e invadió el territorio de Aragón,
quizá en represalias de haberle invadido el suyo D. Ramiro, según dicen otros
escritores. Los dominios de Aragón eran, por delimitación de D. Sancho,
<<desde Matirero (Boltaña) hasta Vadoluengo (Sangüesa) menos
Alquezár>>; y puesto que la línea de frontera con los moros pasaba por
los castillos de Filera (desaparecido junto a Sangüesa) Peña, Sos, Uncastillo,
Luesia, Sibrana, Biel, Liso, Castillo-Mango, Agüero, Murillo y Marcuello,
resulta que se reducía el incipiente reino a lo que hoy son los partidos
judiciales de Sos y Jaca y algunos pueblos del de Boltaña. Por esta funesta
división de territorios y de fuerzas, ya dejó de inquietarles a los moros la
pujanza del Reino Pirenaico, sobre todo cuando vieron que los cuatro hermanos
más se cuidaban de pelearse entre sí que de reconquistarles plazas a ellos; y
gracias a que tampoco los sarracenos conservaban la fuerza de la unión, -
deshecho hacía poco el califato de los Omniadas con la destitución de Hixén III
- pudieron mantenerse nuestros pequeños reinos y aun progresar algún tanto en
la reconquista.
Otro cuidado
ocupaba la atención de D. Ramiro desde los comienzos de su reinado, y era el de
fijar su Corte y el centro de su Estado en un lugar conveniente a ejemplo de
sus vecinos: su hermano D. García la podía tener en Pamplona, en Najera o en
Deyo (que despues fué Estella) y D. Gonzalo en Alquézar, en Aínsa o en Roda;
pero Aragón no tenia Capital. La antigua Sede de Baílo, donde él había pasado
los años de su juventud con sus hermanos, padres y abuelos, era ya de S. Juan
de la Peña por donación de su padre D. Sancho III, y no pudiendo utilizarla ni
queriendo quitársela al Monasterio por respetar la voluntad de su progenitor,
se acordó de que había un sitio céntrico y adecuado para ser su Corte, y era
<<aquel lugar que en otros tiempos desde el principio se llamó
Jaca>> in loco a priscis olim Jaka nominato, como decía él mismo en un
documento célebre; y se dedicó con todo empeño a restaurar - mejor dicho
estaría a <<re-edificar>>- la ciudad que desde los tiempos
prerromanos hasta la invasión de los árabes había sido la histórica capital de
la Jacetania. Porque la población de Jaca, al heredar el reino de Aragón D.
Ramiro, no existía: o era un campo de desolación y de ruinas, o las modestas
viviendas que alguien hubiese levantado entre los escombros de la ciudad muerta
no constituían un poblado a propósito para capital de un Estado.
De muy distinta
manera presentan a la ciudad de Jaca ciertas historias de los escritores del
Renacimiento, a quienes copiaron servilmente los sucesores y siguen copiando
aún los modernos con una confianza y una seguridad que asombran. Para unos y
otros la irrupción sarracena con todos sus horrores fué un incidente de poca
monta en este país, excepto cuando les sirve de pretexto para entonar cánticos
interminables a las proezas que contra los moros realizaron nuestros héroes,
reales o ficticios, porque entonces cuentan por docenas de millares los
agarenos vencidos o muertos. Pero los documentos y la crítica fundada en ellos se
encargan de ir deshaciendo poco a poco el ingente montón de tantas invenciones
y falsedades. Aunque no constara documentalmente la destrucción de Jaca por los
moros en su primera invasión, este hecho histórico se puede deducir con
facilidad de la conducta que seguían aquellos invasores - y la que siguen y
seguirán todos mientras haya invasiones en el mundo- que era el respetar en
todo lo posible los poblados que se proponían ocupar y poseer por tiempo
indefinido, y destruir y arrasar por todos los medios las poblaciones de los
territorios que no habían de utilizar, privándoles con esto a los indígenas de
la ocasión o pretexto para reunirse y fortificarse contra ellos. En esta
situación encontraron a la capital de la Jacetania: y no conviniéndoles a los
invasores establecerse en este país áspero y difícil, tuvieron la precaución
elemental de destruír su ciudad-centro, y quién sabe si también hicieron
perecer con ella a sus habitantes para que no pudiera reedificarse en muchos
tiempos, que todo es creíble de la ferocidad de los invasores y de las
costumbres semi-salvajes de aquella época terrible. Es, además de esto, muy
significativo el silencio de todos los documentos legítimos de aquellos siglos
respecto a Jaca: ni una sola vez sale este nombre en los diplomas de los reyes
y de los condes de Aragón desde la irrupción musulmana hasta principios del
siglo XI; ni tampoco la mencionan en todo ese tiempo los geógrafos árabes.
Trescientos años de ruinas habían dejado a la ciudad en tal estado cuando la
heredó D. Ramiro, que para nomblarla emplea un rodeo harto trabajoso, y dice:
<<aquel lugar que los primitivos en otros tiempos llamaban Jaca>>,
como si se tratara de una cosa de la que apenas quedara una vaga noticia. Mas
ya que el sitio era céntrico, despejado y de antiquisima historia, allí quiso
el rey tener su Corte a semejanza de las que tenían sus hermanos en Pamplona o
Nájera, en Burgos u Oca y en Alquézar, Roda o Aínsa.
Tres años
llevaba D. Ramiro en la faena de reconstruír la capital de su pequeño reino,
cuando vino a agrandarselo y aun duplicarselo un hecho imprevisto: una mano
criminal quitó la vida a su hermano D. Gonzalo, y nuestro rey heredó sus
territorios de Sobrarbe y Ribagorza. <<Heredó>> dicen los
historiadores, aunque ni expresan la razón, ni se ve con claridad, de que la
herencia hubiera de ser para uno sólo de los tres hermanos supervivientes:
quizá estaría mejor dicho que se <<anexionó>> el reino de su
hermano, bien por la fuerza de las armas o bien por consentimiento de los
pueblos anexionados.
Hasta aquí todos
los sucesos parecen normales, dentro de las contingencias de la vida, y tienen
explicación lógica y natural. Ahora vamos a examinar otro que parece que no la
tiene tan fácil porque se sale de los límites de lo corriente.
Escasamente
hacía dos lustros que D. Ramiro era rey de Aragón: había peleado -con varia
fortuna, según los autores- contra su hermano el de Pamplona: no había
descuidado su deber tradicional de contener a los moros en sus fronteras y aun
de ganarles algunos terrenos: había negociado la anexión de Sobrarbe y
Ribagorza a su corona: le ocupaba constantemente la obra magna de la
reedificación de su ciudad de Jaca; y llevaba el peso cotidiano del gobierno de
sus Estados en la forma directa, puramente personal y única en que se gobernaba
entonces, ya que el rey era el Legislador principal, el Tribunal supremo, el
Jefe del Ejército, el Director general de impuestos y rentas, dueño absoluto
del territorio y señor de vidas y haciendas.
Esto por lo que
afecta a la actividad y ocupaciones graves del rey Don Ramiro en su vida
pública e histórica. Si examinamos un poco su vida privada -en los reyes hasta
los sucesos domésticos son objeto de la Historia -lo vemos igualmente ocupado y
activo: En los primeros años de su reinado concertó y realizó su matrimonio con
Ermisenda (llamada antes Gisberga) hija de Bernaldo Roger, conde de Bigorra,
que aporto como dote el feudo perpetuo para la Corona de Aragón de varios
pueblos de los dominios de su padre: Educó y dió estado a los cinco hijos de
este matrimonio, que fueron; las infantas D.ª Teresa y D.ª Sancha, a las cuales
casó, respectivamente, con los condes de Provenza y de Tolosa; D. Sancho, a
quien asoció al gobierno del reino a sus catorce años; D.Garcia, dedicado a la
iglesia, que llegó a ser obispo de Jaca; y D.ª Urraca, que profesó en el
Monasterio de Santa Cruz de la Serós: Enviudó el rey a los doce años de casado
y contrajo segundas nupcias con D.ª Inés, de la cual no se conoce origen ni se
tuvo descendencia de D. Ramiro.
Con todas estas
ocupaciones, agobiantes por el tiempo que requerían para su despacho, por los
grandes dispendios que suponen, por los frecuentes viajes y consultas, por el
quebranto de sus energías personales en las épocas de campaña y por el natural
desgaste de su vida con el avance de la edad ... concibió y ejecutó un proyecto
que, si aún hoy lo podemos calificar de asombroso, entonces debió parecer una
locura. Quiso levantar en Jaca una Catedral como no había otra igual en España,
y la levantó.
Si nos detenemos
un poco a pensar en los móviles que pudieron inducirle a llevar a cabo esta
empresa verdaderamente extraordinaria, no hallaremos más que razones para no
haberla imaginado siquiera. Por causas de conveniencia gubernativa y por no ser
menos que sus hermanos, fué necesaria la restauración de su ciudad-centro; mas
para la edificación de una catedral no le daban ejemplo los otros reinos, pues
no existían las catedrales de Burgos, de Pamplona, ni de Roda: Tampoco había la
razón, que hubiera sido suficiente y muy digna, de alzar un gran templo para
santuario del venerable cuerpo de la virgen y mártir aragonesa Santa Orosia,
puesto que sus sagrados restos se encontraron en el monte de Yebra y se
llevaron a Jaca cuando ya hacía diez años que funcionaba la Catedral: Aun
después de la agregación de Sobrarbe, cualquiera de sus dos hermanos poseía más
territorio que D. Ramiro, sin la carga de rehacer una ciudad para capital, y no
pensaron en levantar ningún templo suntuoso para Cátedra de sus respectivos
obispos; y además D. Ramiro no creía que la Sede del suyo de Aragón había de
ser Jaca indefinidamente, pues él mismo declaró en un documento solemne
<<que si algún día, por la misericordia de Dios, pudiera reconquistar la
ciudad de Huesca, esta iglesia de Jaca sea súbdita de aquélla>>; lo cual
sucedió, aun sin ir las cosas muy favorablemente, 30 años después de terminada
la Catedral de Jaca.
¿Y para treinta
años de Sede episcopal -que nunca sospechó que habrían de ser tantos, pues sus
ojos y su intención estaban puestos en Huesca- era prudente levantar un templo
de las proporciones y riqueza arquitectónica del que hizo Don Ramiro? Y ya que
su ciudad de Jaca había de tener una iglesia capaz y el obispo una Sede en la
misma ciudad, ¿no era más fácil y más conforme el reedificar en grande la de
Santiago, que había sido la iglesia mayor de Jaca antes de la invasión
sarracena, como la reedificaron después los vecinos y el obispo D. Pedro en el
mismo sitio donde estuvo la antigua, que llamaban de S. Jaime, después de Santa
Cristina, luego de Santo Domingo y hoy es la de Santa Ana? ¿Tan sobrado de
tiempo estaba el rey, tan próspera la situación económica del naciente reino y
tan a mano tenía D. Ramiro los arquitectos y artífices necesarios para
comprometerse en una obra de tal cuantia?.
¿Que es esto?
Puesto que los hecho se salen de la normalidad, y estas preguntas que ellos
sugieren no tienen respuesta cabal por el camino ordinario, necesariamente
inducen a creer que algo extraordinario movía la voluntad del rey en este
asunto: que las empresas extraordinarias que intentan los hombres libremente,
sólo en móviles extraordinarios tienen su explicación.
¿Por qué y para
quién hizo la Catedral de Jaca D. Ramiro? Todo se explica satisfactoriamente
con esta contestación: LA CATEDRAL DE JACA SE HIZO PARA TEMPLO DEL SANTO CALIZ.
Niéguese esta hipótesis y todo queda en el aire.
Realmente la
iglesia de Santa María de Sasabe no era lo que correspondia a la sazón para
estuche de la rica alhaja del Cáliz del Señor. Bien estuvo allí en los siglos
anteriores oculta en su rinconcito de las fragosidades del Pirineo, como había
estado antes en Siresa cuando aún existia el peligro de alguna incursión de los
moros; bien estuvo después en su iglesia de San Pedro de Baílo con el obispo D.
Mancio II cuando el Reino Pirenaico llegó a su máximo poderío con el rey y
emperador D. Sancho III: pero ya en la época de don Ramiro, el obispo de Aragón
D. Garcia I que sucedió a D. Mancio - y heredó naturalmente el Santo Cáliz- se
hallaba en la misma situación dudosa que el rey con respecto a su residencia.
El rey no podía tenerla en Baílo por respetar la donación de su padre, y la
establecio en Jaca: el obispo no podía dignamente convivir con los
<<intrusos y relajados>> ocupantes de Sasabe, ni estimó conveniente
residir en Baílo careciendo de la presencia del rey: y así, tan pronto como las
obras de la restauración de la ciudad lo permitieron, se instaló en Jaca el
obispo de Aragón con el Santo Cáliz. Para su residencia, culto de la sagrada
Reliquia y servicio religioso de los fieles, se construyó desde luego una
pequeña iglesia con habitaciones anexas (monasterio la llama el documento) en
el sitio que hoy es la plaza de S. Pedro, junto a la Catedral. Esta iglesia
provisional, dedicada a S. Pedro, ha llegado como filial de la iglesia mayor
hasta principios del siglo pasado, en que hubo necesidad de eliminarla por su
estado ruinoso. (Otra capilla con el nombre de S. Pedro donde se guardó algún
tiempo- más de veinte años- el Santo Cáliz). Esa fué la época en que arregló D.
Ramiro y adecentó los asuntos de Sasabe, restituyéndole al obispo las
posesiones y rentas que le habían usurpado a la Mitra en las ausencias de su
antecesor D. Mancio; y entre el rey y el obispo idearon la construcción de un
tempo magnífico en la ciudad, no tanto para Cátedra del prelado como para
relicario más digno del sacratísimo Vaso de la Redención.
El rey, el
obispo y el pueblo (que también contribuyó a la gran obra con su prestación
personal y pecunaria) no pudieron hacer más por el Santo Cáliz; pero ni el rey
ni el obispo ni el pueblo pudieron hacer menos, dado el ambiente de veneración
y misterioso respeto que existia en el país después de ochocientos años de
posesión indiscutida.
El eminente
crítico Lampérez, reconocido por todos como el maestro de la Arqueología
cristiana en nuestros días, dejó sentada esta afirmación: << La Catedral
de Jaca podría tenerse por la más vetusta de las actuales de España, si en el
documento de su fundación en el año 1063 no hubiera una cláusula que se refiere
a tiempo futuro, proponiendo cómo había de ser su fábrica y ciertos detalles de
construcción; lo que indica que se terminó años más tarde de esa fecha>>.
Después de un
minuto de silencio (como ahora se estila) y de oración (como Dios manda) ante
la tumba reciente del venerado maestro, y con todo el respeto que merece su
autoridad cientifica, tengo que hacer algunas observaciones sobre esa opinión
que formuló, con las cuales no perderá nada su limpia y grata memoria y nuestro
asunto ganará mucho en lucidez y exactitud.
Lo que el ilustre
arqueólogo tenía por un solo documento, son dos distintos: uno el del año 1063,
y otro aparte, sin fecha: ambos del archivo catedral de Jaca. Quien le
comunicara estas noticias involucró erróneamente los conceptos de los dos
pergaminos, y de allí vino lógico y explicable su juicio. Vamos a examinarlos
separadamente, para que resalte a nuestro favor la sentencia del eminente
arquitecto, pero en firme y sin ambigüedad alguna.
A). El documento
del año 1063 no puede llamarse de fundación de la catedral, como edificio, pues
se da por fundada y terminada, aludiendo a ella dos veces en el texto en el
concepto de iglesia episcopal, Sede del obispo de Aragón y beneficiaria de las
cuantiosas donaciones que el rey y su hijo D. Sancho le hacen para su
funcionamiento. Generalmente se llama este documento "Concilio de
Jaca", al cual asistieron Austindo, arzobispo de Auch (Francia)
metropolitano y presidente; los obispos, tambien franceses, Heraclio de
Bigorra, Esteban de Olorón y Juan de Leytore; y los nuestros Guillermo de
Urgel, Gome de Calahorra, Sancho de Jaca, Paterno de Zaragoza y Arnulfo de
Ribagorza. Tan terminado estaba el edificio catedral en esa fecha, que los
nueve obispos que asistieron al Concilio dieron un documento de haber
consagrado el templo, según atestiguan el Dr. Pagi y el P. Moret que vieron el
pergamino. Otra prueba decisiva de que ya funcionaba la Catedral con todo su
culto en el mismo año, la tenemos en la donación que D. Ramiro y su hijo
hicieron << a Dios y a la iglesia de S. Pedro de Jaca que nosotros hemos
fundado>> de todos los derechos de trece pueblos de las cercanías de la
ciudad: <<ofrecemos - continúan diciendo los donantes - estas trece
iglesias a Dios y al Santo de las Llaves de la iglesia de Jaca, de acuerdo con
nuestro maestro el obispo Sancho, para que las posean en común y perpetuamente
los canónigos que en ella sirven a Dios>>. Este documento está fechado en
la Era M C I, mes de Abril, año del Señor 1063.
Y como no puede
ser consagrado un templo sin estar por completo terminado, al menos en lo
esencial de su edificación, de seguridad de su clausura y de protección contra
la intemperia, y éste de Jaca fué consagrado en el año del Concilio, 1063, y
puesto que también en ese mismo año tenía >> canónigos que en él servían
a Dios>> según se ve en este último documento, y los dos se refieren a
tiempo presente y no futuro, con toda claridad se deduce que ya estaba el
templo terminado y en funciones de Catedral el año 1063.
B). El otro
pergamino, que creyó el Sr. Lampérez ser el mismo del Concilio, dice poco más o
menos lo siguiente: <<Ramiro rey y Sancho su hijo, a todos los cristianos
de nuestros dominios: Os hacemos saber, que para terminar la obra que hemos
construido en Jaca de la sacratísima Basílica de Dios y del bienaventurado Pedro
el Pescador, príncipe de los Apóstoles, donamos todas las rentas y tributos que
nos corresponden del mercado y de los peajes en Jaca y en Canfranc, con todos
los productos de sus oficinas, en oro, plata, trigo, vino y demás artículos que
entran o salen; para que todo ello sea aplicado a la terminación de dicha
iglesia que nosotros hemos levantado, en esta forma: que su techumbre se haga
de bóveda de piedra en sus tres naves, principiando desde la puerta grande
hasta los altares mayores que están a la cabeza del templo, y una torre sobre
dicha puerta, en donde comenzamos la edificación, que sirva de campanario y
tenga ocho campanas, a saber, cuatro grandes, dos medianas y dos pequeñas, para
alabar con ellas a nuestro Señor, Padre excelso, y convocar al pueblo: cuyo
techo (el de la torre) queremos que sea también de piedra firme y una vez
terminada toda la obra con el favor de Dios, dichas rentas y emolumentos
vuelvan a nosotros y a los reyes nuestros sucesores, excepto lo que sea
necesario para el aceite de ocho lámparas que iluminen constantemente dicha
Basílica, y para diez libras de incienso en las Horas canónicas diurnas y
nocturnas, según es de costumbre. Para la ejecución de estas obras de piedra y
administración de estas rentas se designarán dos personas de la misma iglesia,
a saber, el Obrero y el Tesorero, los cuales darán cuenta anualmente al Prior y
al Cabildo, y éstos a nosotros y a nuestros sucesores>>.
Este pergamino,
sin fecha ni firma, copia muy antigua del documento auténtico que ya no existe,
no puede ser anterior al de 1063, puesto que se hacen las presentes donaciones
para terminar la iglesia que habían edificado los regios donantes, en la cual
ya celebraban con regularidad los oficios del culto por su correspondiente
Cabildo. Las obras de terminación que proponen D. Ramiro y su hijo, de bóvedas
de piedra y de ejecución de la torre campanario, se quedaron en proyecto. Las
cubiertas de las naves, que eran de madera artesonada (excepto las del crucero,
que son de bóveda de medio cañon) no le parecieron al piadoso rey bastante
dignas de la magnificiencia de su iglesia, y propuso sustituirlas con las de
piedra: pero desgraciadamente murió muy pronto D. Ramiro, y las cubiertas de
madera duraron hasta principio del siglo XVI, en que siendo obispo D. Juan de
Aragón se hicieron las de crucería ojival que hoy existen. En cuanto a la torre
que ideó el generoso monarca, ha quedado reducida a una enorme espadaña lateral
sin ningún estilo.
Esto es lo que
dan de sí los dos documentos que hicieron dudar al ilustre arqueólogo Lampérez,
cuya opinión, por lo tanto, debemos consignar incondicionalmente en esta forma:
La Catedral de Jaca puede tenerse por la más antigua de todas las de España.
Murió muy pronto
D. Ramiro. Siempre le hubiera parecido demasiado pronto a Aragón para perder a
su insigne monarca; pero aquí se da el caso de que los historiadores lo hacen
morir más pronto todavía, adelantándole la muerte algunos meses. Los tratados
de Historia y de Cronología fijan su fallecimiento en el 8 de Mayo de 1063, aunque
achacándolo a diversas causas. Hay unos escritores que dicen que murió peleando
contra los moros mientras sitiaba el castillo de Graus; otros aseguran que
sucumbió en una batalla contra las tropas de su hermano Fernando, rey de
Castilla y de León; y otros que fué asesinado por un enviado del emir de
Zaragoza, en venganza de haberle ganado nuestro rey algunos castillos por
tierras de Egea: pero todos coinciden en la fecha de 8 de Mayo de 1063. Es
evidente que al menos dos de estas opiniones contradictorias son falsas, a no
ser que lo sean las tres: mas por lo que hace a la fecha, en absoluto no es
exacta. En otra ocasión aduje las pruebas de este aserto y las voy a repetir
aquí en compendio:
1.ª En el
documento C X I de la Colección Ibarra, que es una confirmación de las
donaciones hechas al Monasterio de S. Victorián, con la promesa de darle el
castillo de Graus, si Dios le concedía el conquistarlo, firma el rey a 22 de
Mayo de 1063:
2.ª La
Carta-puebla de Longares, dada el 25 de Julio de 1063 por el obispo de Najera y
el Monasterio de Albelda, lleva en la data esta referencia: "Reinando
Sancho rey en Nájera, Fernando rey en León, y Sancho Ramiro infante en
Aragón"; si era infante D. Sancho Ramírez y no era rey en esa fecha, es
porque vivía el rey su padre:
y 3.ª El
documento nº. 312 del tomo IV de los Condes en el Archivo de la Corona de
Aragón, es una donación de muchas fincas rústicas y urbanas hecha por D. Ramiro
y su hijo ≷≷a
Dios, a S. Pedro de la Sede de Jaca y a su obispo Sancho>>. Pone al final:
"Yo el rey Ramiro, de acuerdo con mi hijo Sancho, ya le concedí a la
predicha Sede todas las iglesias que hay y que habrá en adelante desde el
nacimiento del Cinca hasta Vallobar, y desde Araguás (desaparecido) en el valle
de Ansó, hasta la Plana mayor (Las Bardenas de Egea y Sádaba) como consta en el
privilegio de fundación de la Iglesia de Jaca". Lleva la fecha de la Era
MCII, que es el año de cristo 1064. - Por otros documentos legítimos del
reinado de su hijo consta que D. Ramiro no llegó al año 1065: pero es evidente
que no murió en el 1063.
Un poco nos
hemos apartado del asunto principal con esta rectificación de fechas; pero bien
merecía esta pequeña digresión el magnánimo fundador de la primera Catedral de
España: la cual - dicho sea de paso y casi con vergüenza - todavía no ha sido
declarada oficialmente Monumento Nacional, aunque ya veremos que no le faltan
méritos y antigüedad para serlo por derecho propio.
Antes de pasar a
ver la celeridad que adquirió fuera del país este grandioso templo, será bueno
comentar algunos datos que han quedado sin aplicación a nuestro asunto en los
párrafos anteriores.
San Pedro fué
quien poseyó el Santo Cáliz del Maestro en Jerusalén, en Antioquía y en Roma:
cuando un sucesor de S. Pedro, S. Sixto II (o su Tesorero S. Lorenzo) envió a
España la sagrada Reliquia, la primera iglesia pública donde se veneró en
Huesca fué la que le erigieron con el título de S. Pedro: el Monasterio de S.
Zacarías de Siresa, que se honró después de Huesca con la posesión del Santo
Vaso, cambió por respeto a él el nombre de su iglesia y la llamó de S. Pedro:
en Santa María de Sasabe hubo una excepción muy honrosa del título del primer
Apóstol en favor de la Augusta Madre del Redentor: la iglesia de la Sede Real
de Baílo, donde veneraron el sagrado Cáliz cuatro generaciones de reyes
aragoneses, fué dedicada a S. Pedro: la primera iglesia provisional que se
levantó en Jaca al renovar la ciudad, para adorar en ella la sagrada Reliquia,
se llamó de S. Pedro: ¿podía tener otro título que el del santo Apóstol de las
Llaves el suntuoso Templo que erigió D. Ramiro en la Corte de su reino? O de
otro modo: puesto que todas las iglesias donde se veneró el Cáliz del Señor -
con la natural excepción de Sasabe - llevaron en su honor el nombre del primer
Pontifice que lo poseyó, como si ese nombre fuera inseparable de la preciosa
Reliquia de la Redención, ¿no es un indicio formidable el título de S. Pedro
que les dieron a las iglesias de Jaca, de que se edificaban para Capillas del
Santo Cáliz? Nada había en Jaca que invitara a sus fundadores a ponerles el
nombre de S. Pedro, y aún había algo que sirviera de precedente para no
titularlas así, sino de Santiago, en recuerdo a la antigua iglesia mayor que
pereció con toda la ciudad en la invasión sarracena: pero no quisieron
apartarse de la práctica multisecular y las llamaron de S. Pedro, recordando a
Baílo, a Siresa, a Huesca, a Roma, a Antioquía y a Jerusalén.
Otro detalle
curioso a este respecto es el que hemos visto de las trece iglesias que donaron
D. Ramiro y su hijo a la Catedral recién edificada. ¿Por qué trece y no veinte
o diez u otro número cualquiera, puesto que todavía quedaban pueblecitos en los
alrededores de Jaca y de todos podían disponer como de estos trece? ¿Es que era
ése el de canónigos de la Catedral? No: pues por lo que se ve en los documentos
de su archivo, siempre fueron más de trece, aun en su principio; y por el
aumento exagerado que desde luego sobrevino, pronto los obispos y el cabildo
tuvieron que fijar como inmutable para siempre el número
"quindenario" de canónigos que era el tradicional, además del prior y
de los arcedianos y prebostes, que llegaron a ser hasta ocho.
No contaron en
sus documentos el número de las iglesias y pueblos que regalaron a S. Juan de
la Peña - porque no era costumbre ni necesario - ni el mismo D. Ramiro que le
dió catorce de una vez en los primeros años de su reinado, ni el obispo D.
Sancho que le concedió después treinta y nueve en una famosa donación, ni el
rey D. Sancho Ramírez que las ratificó todas en su magno privilegio "Ob
honorem"; y todos las mencionan una a una, pero sin sumar el número total.
Esto de contar trece en la donación que nos ocupa, cual si se tratara de pagar
una deuda fija o de hacer ostentación de un favor que se hace de mala gana, no
tiene otra explicación, a mi juicio, que pensar si los generosos fundadores del
Templo quisieron con el número de trece iglesias recordar los trece comensales
de la última Cena del Salvador: no se ve otra solución racional.
Y acaso pudiera
explicarse como consecuencia de esta misma idea el hecho de que, cuando se hizo
el antiguo Altar mayor de la Catedral, que se desmontó a fines del siglo XVIII
para prolongar el ábside, se pusieran a ambos lados del Sagrario - donde se
guardó el Cáliz del Maestro - las estatuas de los doce apóstoles (S. Matías en
lugar de Iscariote), magnificas esculturas, admiración de propios y extraños,
actualmente colocadas - o mejor, "dislocadas"- unas en la Lonja mayor
y otras en la Capilla del Pilar.
(CONTINUARÁ)
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