domingo, 6 de abril de 2014

El Santo Grial en Aragón (VI). Dámaso Sangorrín





EL SANTO GRIAL EN ARAGÓN. VI

Dámaso Sangorrín Diest
(Deán de la Catedral de Jaca)

Publicado por primera vez en la Revista Aragón,
año IV - nº 30, Zaragoza, marzo de 1928

El Templo del Santo Cáliz (primera parte)

Aún no llegamos a San Juan de la Peña.
Falta estudiar la última estancia del Santo Cáliz en el obispado antiguo de Aragón, que es el último período de aquellos 350 años que suprimen los escritores pinatenses en la historia de la excelsa Reliquia. Y a fe que es de excepcional importancia el tratar de este lapso de tiempo por dos motivos principales: primero, porque los historiadores pasan por alto esta última mansión del sagrado Vaso dejándose guiar por las antiguas opiniones, como si todos tuvieran igual prisa en llevarlo a S. Juan de la Peña que la que tenían sus monjes; y segundo, para que quede demostrado que si Aragón - es decir, los reyes, los obispos, el clero y el pueblo del primitivo reino - dejaron de poseer el Santo Cáliz, no fué por culpa suya, ni por desafección a la venerada Joya, ni por no haberla rodeado de cuantos prestigios, pompas y seguridades merecía, sino por el curso fatal de los sucesos y la inconstancia de los hombres, o - dicho más en cristiano - porque la Providencia la llevó por otros caminos que ni podemos discutir ni comprender.
Para la más fácil inteligencia de los hechos históricos que vamos a analizar, será bueno refrescar la memoria exponiendo antes, aunque sea muy brevemente, el estado político en que se hallaba nuestro país en la época que estudiamos con relación al asunto principal, o sea el segundo tercio del siglo XI. Los hechos y sus consecuencias existen, claros e inmutables; lo mismo los que juzgamos lógicos y corrientes, que los que nos parecen extraordinarios: únicamente puede variar nuestra compresión de ellos y el criterio con que los examinamos según los elementos disponibles para medir sus circunstancias y los móviles de sus autores.
Por el testamento atrozmente impolítico del rey D. Sancho III (año 1035) que retraso en algunos siglos la reconquista y la unidad de España, se hallaron sus cuatro hijos en posesión independiente de otras tantas porciones del Reino Pirenaico que habían formado sus antecesores en trescientos años de luchas con los moros: Fernando heredó el condado de Castilla y se tituló rey; García fué rey de Pamplona y de Nájera; Ramiro heredó el reino de Aragón, y Gonzalo la parte más oriental con el título de rey de Sobrarbe y Ribagorza.
La idea dominante de aquellos primitivos monarcas, desde Iñigo Jiménez el Arista, tronco de la dinastia, hasta Sancho el Mayor, fué la de ensanchar sus dominios hacia el Sur en las comarcas ocupadas por los sarracenos. A estos cuatro nuevos reyes les preocupó desde el primer día otro cuidado, que era el de defenderse cada uno de ellos de las acometidas de sus hermanos, pues parece que no llevaron a bien el testamento de su padre; y tampoco podían abandonar la empresa secular de la reconquista, para evitar el caso de que sus vecinos uniesen sus reinos por el Mediodía y quedara el menos diligente encerrado entre ellos y los Pirineos, como al fin sucedió con el reino de Pamplona, que se quedó sin frontera con los moros y sin posibilidad de reconquista cuando se unieron las de Aragón y de Castilla entre Soria y Tarazona. Por lo que hace a nuestro rey D. Ramiro I, muy pronto tuvo que acudir a defenderse de las incursiones de su hermano el de Pamplona, el cual, fuese por la violencia de su carácter o fuera por creerse con mejor derecho por su condición de primogénito legítimo, no respetó la disposición paterna e invadió el territorio de Aragón, quizá en represalias de haberle invadido el suyo D. Ramiro, según dicen otros escritores. Los dominios de Aragón eran, por delimitación de D. Sancho, <<desde Matirero (Boltaña) hasta Vadoluengo (Sangüesa) menos Alquezár>>; y puesto que la línea de frontera con los moros pasaba por los castillos de Filera (desaparecido junto a Sangüesa) Peña, Sos, Uncastillo, Luesia, Sibrana, Biel, Liso, Castillo-Mango, Agüero, Murillo y Marcuello, resulta que se reducía el incipiente reino a lo que hoy son los partidos judiciales de Sos y Jaca y algunos pueblos del de Boltaña. Por esta funesta división de territorios y de fuerzas, ya dejó de inquietarles a los moros la pujanza del Reino Pirenaico, sobre todo cuando vieron que los cuatro hermanos más se cuidaban de pelearse entre sí que de reconquistarles plazas a ellos; y gracias a que tampoco los sarracenos conservaban la fuerza de la unión, - deshecho hacía poco el califato de los Omniadas con la destitución de Hixén III - pudieron mantenerse nuestros pequeños reinos y aun progresar algún tanto en la reconquista.
Otro cuidado ocupaba la atención de D. Ramiro desde los comienzos de su reinado, y era el de fijar su Corte y el centro de su Estado en un lugar conveniente a ejemplo de sus vecinos: su hermano D. García la podía tener en Pamplona, en Najera o en Deyo (que despues fué Estella) y D. Gonzalo en Alquézar, en Aínsa o en Roda; pero Aragón no tenia Capital. La antigua Sede de Baílo, donde él había pasado los años de su juventud con sus hermanos, padres y abuelos, era ya de S. Juan de la Peña por donación de su padre D. Sancho III, y no pudiendo utilizarla ni queriendo quitársela al Monasterio por respetar la voluntad de su progenitor, se acordó de que había un sitio céntrico y adecuado para ser su Corte, y era <<aquel lugar que en otros tiempos desde el principio se llamó Jaca>> in loco a priscis olim Jaka nominato, como decía él mismo en un documento célebre; y se dedicó con todo empeño a restaurar - mejor dicho estaría a <<re-edificar>>- la ciudad que desde los tiempos prerromanos hasta la invasión de los árabes había sido la histórica capital de la Jacetania. Porque la población de Jaca, al heredar el reino de Aragón D. Ramiro, no existía: o era un campo de desolación y de ruinas, o las modestas viviendas que alguien hubiese levantado entre los escombros de la ciudad muerta no constituían un poblado a propósito para capital de un Estado.
De muy distinta manera presentan a la ciudad de Jaca ciertas historias de los escritores del Renacimiento, a quienes copiaron servilmente los sucesores y siguen copiando aún los modernos con una confianza y una seguridad que asombran. Para unos y otros la irrupción sarracena con todos sus horrores fué un incidente de poca monta en este país, excepto cuando les sirve de pretexto para entonar cánticos interminables a las proezas que contra los moros realizaron nuestros héroes, reales o ficticios, porque entonces cuentan por docenas de millares los agarenos vencidos o muertos. Pero los documentos y la crítica fundada en ellos se encargan de ir deshaciendo poco a poco el ingente montón de tantas invenciones y falsedades. Aunque no constara documentalmente la destrucción de Jaca por los moros en su primera invasión, este hecho histórico se puede deducir con facilidad de la conducta que seguían aquellos invasores - y la que siguen y seguirán todos mientras haya invasiones en el mundo- que era el respetar en todo lo posible los poblados que se proponían ocupar y poseer por tiempo indefinido, y destruir y arrasar por todos los medios las poblaciones de los territorios que no habían de utilizar, privándoles con esto a los indígenas de la ocasión o pretexto para reunirse y fortificarse contra ellos. En esta situación encontraron a la capital de la Jacetania: y no conviniéndoles a los invasores establecerse en este país áspero y difícil, tuvieron la precaución elemental de destruír su ciudad-centro, y quién sabe si también hicieron perecer con ella a sus habitantes para que no pudiera reedificarse en muchos tiempos, que todo es creíble de la ferocidad de los invasores y de las costumbres semi-salvajes de aquella época terrible. Es, además de esto, muy significativo el silencio de todos los documentos legítimos de aquellos siglos respecto a Jaca: ni una sola vez sale este nombre en los diplomas de los reyes y de los condes de Aragón desde la irrupción musulmana hasta principios del siglo XI; ni tampoco la mencionan en todo ese tiempo los geógrafos árabes. Trescientos años de ruinas habían dejado a la ciudad en tal estado cuando la heredó D. Ramiro, que para nomblarla emplea un rodeo harto trabajoso, y dice: <<aquel lugar que los primitivos en otros tiempos llamaban Jaca>>, como si se tratara de una cosa de la que apenas quedara una vaga noticia. Mas ya que el sitio era céntrico, despejado y de antiquisima historia, allí quiso el rey tener su Corte a semejanza de las que tenían sus hermanos en Pamplona o Nájera, en Burgos u Oca y en Alquézar, Roda o Aínsa.
Tres años llevaba D. Ramiro en la faena de reconstruír la capital de su pequeño reino, cuando vino a agrandarselo y aun duplicarselo un hecho imprevisto: una mano criminal quitó la vida a su hermano D. Gonzalo, y nuestro rey heredó sus territorios de Sobrarbe y Ribagorza. <<Heredó>> dicen los historiadores, aunque ni expresan la razón, ni se ve con claridad, de que la herencia hubiera de ser para uno sólo de los tres hermanos supervivientes: quizá estaría mejor dicho que se <<anexionó>> el reino de su hermano, bien por la fuerza de las armas o bien por consentimiento de los pueblos anexionados.
Hasta aquí todos los sucesos parecen normales, dentro de las contingencias de la vida, y tienen explicación lógica y natural. Ahora vamos a examinar otro que parece que no la tiene tan fácil porque se sale de los límites de lo corriente.
Escasamente hacía dos lustros que D. Ramiro era rey de Aragón: había peleado -con varia fortuna, según los autores- contra su hermano el de Pamplona: no había descuidado su deber tradicional de contener a los moros en sus fronteras y aun de ganarles algunos terrenos: había negociado la anexión de Sobrarbe y Ribagorza a su corona: le ocupaba constantemente la obra magna de la reedificación de su ciudad de Jaca; y llevaba el peso cotidiano del gobierno de sus Estados en la forma directa, puramente personal y única en que se gobernaba entonces, ya que el rey era el Legislador principal, el Tribunal supremo, el Jefe del Ejército, el Director general de impuestos y rentas, dueño absoluto del territorio y señor de vidas y haciendas.
Esto por lo que afecta a la actividad y ocupaciones graves del rey Don Ramiro en su vida pública e histórica. Si examinamos un poco su vida privada -en los reyes hasta los sucesos domésticos son objeto de la Historia -lo vemos igualmente ocupado y activo: En los primeros años de su reinado concertó y realizó su matrimonio con Ermisenda (llamada antes Gisberga) hija de Bernaldo Roger, conde de Bigorra, que aporto como dote el feudo perpetuo para la Corona de Aragón de varios pueblos de los dominios de su padre: Educó y dió estado a los cinco hijos de este matrimonio, que fueron; las infantas D.ª Teresa y D.ª Sancha, a las cuales casó, respectivamente, con los condes de Provenza y de Tolosa; D. Sancho, a quien asoció al gobierno del reino a sus catorce años; D.Garcia, dedicado a la iglesia, que llegó a ser obispo de Jaca; y D.ª Urraca, que profesó en el Monasterio de Santa Cruz de la Serós: Enviudó el rey a los doce años de casado y contrajo segundas nupcias con D.ª Inés, de la cual no se conoce origen ni se tuvo descendencia de D. Ramiro.
Con todas estas ocupaciones, agobiantes por el tiempo que requerían para su despacho, por los grandes dispendios que suponen, por los frecuentes viajes y consultas, por el quebranto de sus energías personales en las épocas de campaña y por el natural desgaste de su vida con el avance de la edad ... concibió y ejecutó un proyecto que, si aún hoy lo podemos calificar de asombroso, entonces debió parecer una locura. Quiso levantar en Jaca una Catedral como no había otra igual en España, y la levantó.
Si nos detenemos un poco a pensar en los móviles que pudieron inducirle a llevar a cabo esta empresa verdaderamente extraordinaria, no hallaremos más que razones para no haberla imaginado siquiera. Por causas de conveniencia gubernativa y por no ser menos que sus hermanos, fué necesaria la restauración de su ciudad-centro; mas para la edificación de una catedral no le daban ejemplo los otros reinos, pues no existían las catedrales de Burgos, de Pamplona, ni de Roda: Tampoco había la razón, que hubiera sido suficiente y muy digna, de alzar un gran templo para santuario del venerable cuerpo de la virgen y mártir aragonesa Santa Orosia, puesto que sus sagrados restos se encontraron en el monte de Yebra y se llevaron a Jaca cuando ya hacía diez años que funcionaba la Catedral: Aun después de la agregación de Sobrarbe, cualquiera de sus dos hermanos poseía más territorio que D. Ramiro, sin la carga de rehacer una ciudad para capital, y no pensaron en levantar ningún templo suntuoso para Cátedra de sus respectivos obispos; y además D. Ramiro no creía que la Sede del suyo de Aragón había de ser Jaca indefinidamente, pues él mismo declaró en un documento solemne <<que si algún día, por la misericordia de Dios, pudiera reconquistar la ciudad de Huesca, esta iglesia de Jaca sea súbdita de aquélla>>; lo cual sucedió, aun sin ir las cosas muy favorablemente, 30 años después de terminada la Catedral de Jaca.
¿Y para treinta años de Sede episcopal -que nunca sospechó que habrían de ser tantos, pues sus ojos y su intención estaban puestos en Huesca- era prudente levantar un templo de las proporciones y riqueza arquitectónica del que hizo Don Ramiro? Y ya que su ciudad de Jaca había de tener una iglesia capaz y el obispo una Sede en la misma ciudad, ¿no era más fácil y más conforme el reedificar en grande la de Santiago, que había sido la iglesia mayor de Jaca antes de la invasión sarracena, como la reedificaron después los vecinos y el obispo D. Pedro en el mismo sitio donde estuvo la antigua, que llamaban de S. Jaime, después de Santa Cristina, luego de Santo Domingo y hoy es la de Santa Ana? ¿Tan sobrado de tiempo estaba el rey, tan próspera la situación económica del naciente reino y tan a mano tenía D. Ramiro los arquitectos y artífices necesarios para comprometerse en una obra de tal cuantia?.
¿Que es esto? Puesto que los hecho se salen de la normalidad, y estas preguntas que ellos sugieren no tienen respuesta cabal por el camino ordinario, necesariamente inducen a creer que algo extraordinario movía la voluntad del rey en este asunto: que las empresas extraordinarias que intentan los hombres libremente, sólo en móviles extraordinarios tienen su explicación.
¿Por qué y para quién hizo la Catedral de Jaca D. Ramiro? Todo se explica satisfactoriamente con esta contestación: LA CATEDRAL DE JACA SE HIZO PARA TEMPLO DEL SANTO CALIZ. Niéguese esta hipótesis y todo queda en el aire.
Realmente la iglesia de Santa María de Sasabe no era lo que correspondia a la sazón para estuche de la rica alhaja del Cáliz del Señor. Bien estuvo allí en los siglos anteriores oculta en su rinconcito de las fragosidades del Pirineo, como había estado antes en Siresa cuando aún existia el peligro de alguna incursión de los moros; bien estuvo después en su iglesia de San Pedro de Baílo con el obispo D. Mancio II cuando el Reino Pirenaico llegó a su máximo poderío con el rey y emperador D. Sancho III: pero ya en la época de don Ramiro, el obispo de Aragón D. Garcia I que sucedió a D. Mancio - y heredó naturalmente el Santo Cáliz- se hallaba en la misma situación dudosa que el rey con respecto a su residencia. El rey no podía tenerla en Baílo por respetar la donación de su padre, y la establecio en Jaca: el obispo no podía dignamente convivir con los <<intrusos y relajados>> ocupantes de Sasabe, ni estimó conveniente residir en Baílo careciendo de la presencia del rey: y así, tan pronto como las obras de la restauración de la ciudad lo permitieron, se instaló en Jaca el obispo de Aragón con el Santo Cáliz. Para su residencia, culto de la sagrada Reliquia y servicio religioso de los fieles, se construyó desde luego una pequeña iglesia con habitaciones anexas (monasterio la llama el documento) en el sitio que hoy es la plaza de S. Pedro, junto a la Catedral. Esta iglesia provisional, dedicada a S. Pedro, ha llegado como filial de la iglesia mayor hasta principios del siglo pasado, en que hubo necesidad de eliminarla por su estado ruinoso. (Otra capilla con el nombre de S. Pedro donde se guardó algún tiempo- más de veinte años- el Santo Cáliz). Esa fué la época en que arregló D. Ramiro y adecentó los asuntos de Sasabe, restituyéndole al obispo las posesiones y rentas que le habían usurpado a la Mitra en las ausencias de su antecesor D. Mancio; y entre el rey y el obispo idearon la construcción de un tempo magnífico en la ciudad, no tanto para Cátedra del prelado como para relicario más digno del sacratísimo Vaso de la Redención.
El rey, el obispo y el pueblo (que también contribuyó a la gran obra con su prestación personal y pecunaria) no pudieron hacer más por el Santo Cáliz; pero ni el rey ni el obispo ni el pueblo pudieron hacer menos, dado el ambiente de veneración y misterioso respeto que existia en el país después de ochocientos años de posesión indiscutida.
El eminente crítico Lampérez, reconocido por todos como el maestro de la Arqueología cristiana en nuestros días, dejó sentada esta afirmación: << La Catedral de Jaca podría tenerse por la más vetusta de las actuales de España, si en el documento de su fundación en el año 1063 no hubiera una cláusula que se refiere a tiempo futuro, proponiendo cómo había de ser su fábrica y ciertos detalles de construcción; lo que indica que se terminó años más tarde de esa fecha>>.
Después de un minuto de silencio (como ahora se estila) y de oración (como Dios manda) ante la tumba reciente del venerado maestro, y con todo el respeto que merece su autoridad cientifica, tengo que hacer algunas observaciones sobre esa opinión que formuló, con las cuales no perderá nada su limpia y grata memoria y nuestro asunto ganará mucho en lucidez y exactitud.
Lo que el ilustre arqueólogo tenía por un solo documento, son dos distintos: uno el del año 1063, y otro aparte, sin fecha: ambos del archivo catedral de Jaca. Quien le comunicara estas noticias involucró erróneamente los conceptos de los dos pergaminos, y de allí vino lógico y explicable su juicio. Vamos a examinarlos separadamente, para que resalte a nuestro favor la sentencia del eminente arquitecto, pero en firme y sin ambigüedad alguna.
A). El documento del año 1063 no puede llamarse de fundación de la catedral, como edificio, pues se da por fundada y terminada, aludiendo a ella dos veces en el texto en el concepto de iglesia episcopal, Sede del obispo de Aragón y beneficiaria de las cuantiosas donaciones que el rey y su hijo D. Sancho le hacen para su funcionamiento. Generalmente se llama este documento "Concilio de Jaca", al cual asistieron Austindo, arzobispo de Auch (Francia) metropolitano y presidente; los obispos, tambien franceses, Heraclio de Bigorra, Esteban de Olorón y Juan de Leytore; y los nuestros Guillermo de Urgel, Gome de Calahorra, Sancho de Jaca, Paterno de Zaragoza y Arnulfo de Ribagorza. Tan terminado estaba el edificio catedral en esa fecha, que los nueve obispos que asistieron al Concilio dieron un documento de haber consagrado el templo, según atestiguan el Dr. Pagi y el P. Moret que vieron el pergamino. Otra prueba decisiva de que ya funcionaba la Catedral con todo su culto en el mismo año, la tenemos en la donación que D. Ramiro y su hijo hicieron << a Dios y a la iglesia de S. Pedro de Jaca que nosotros hemos fundado>> de todos los derechos de trece pueblos de las cercanías de la ciudad: <<ofrecemos - continúan diciendo los donantes - estas trece iglesias a Dios y al Santo de las Llaves de la iglesia de Jaca, de acuerdo con nuestro maestro el obispo Sancho, para que las posean en común y perpetuamente los canónigos que en ella sirven a Dios>>. Este documento está fechado en la Era M C I, mes de Abril, año del Señor 1063.
Y como no puede ser consagrado un templo sin estar por completo terminado, al menos en lo esencial de su edificación, de seguridad de su clausura y de protección contra la intemperia, y éste de Jaca fué consagrado en el año del Concilio, 1063, y puesto que también en ese mismo año tenía >> canónigos que en él servían a Dios>> según se ve en este último documento, y los dos se refieren a tiempo presente y no futuro, con toda claridad se deduce que ya estaba el templo terminado y en funciones de Catedral el año 1063.
B). El otro pergamino, que creyó el Sr. Lampérez ser el mismo del Concilio, dice poco más o menos lo siguiente: <<Ramiro rey y Sancho su hijo, a todos los cristianos de nuestros dominios: Os hacemos saber, que para terminar la obra que hemos construido en Jaca de la sacratísima Basílica de Dios y del bienaventurado Pedro el Pescador, príncipe de los Apóstoles, donamos todas las rentas y tributos que nos corresponden del mercado y de los peajes en Jaca y en Canfranc, con todos los productos de sus oficinas, en oro, plata, trigo, vino y demás artículos que entran o salen; para que todo ello sea aplicado a la terminación de dicha iglesia que nosotros hemos levantado, en esta forma: que su techumbre se haga de bóveda de piedra en sus tres naves, principiando desde la puerta grande hasta los altares mayores que están a la cabeza del templo, y una torre sobre dicha puerta, en donde comenzamos la edificación, que sirva de campanario y tenga ocho campanas, a saber, cuatro grandes, dos medianas y dos pequeñas, para alabar con ellas a nuestro Señor, Padre excelso, y convocar al pueblo: cuyo techo (el de la torre) queremos que sea también de piedra firme y una vez terminada toda la obra con el favor de Dios, dichas rentas y emolumentos vuelvan a nosotros y a los reyes nuestros sucesores, excepto lo que sea necesario para el aceite de ocho lámparas que iluminen constantemente dicha Basílica, y para diez libras de incienso en las Horas canónicas diurnas y nocturnas, según es de costumbre. Para la ejecución de estas obras de piedra y administración de estas rentas se designarán dos personas de la misma iglesia, a saber, el Obrero y el Tesorero, los cuales darán cuenta anualmente al Prior y al Cabildo, y éstos a nosotros y a nuestros sucesores>>.
Este pergamino, sin fecha ni firma, copia muy antigua del documento auténtico que ya no existe, no puede ser anterior al de 1063, puesto que se hacen las presentes donaciones para terminar la iglesia que habían edificado los regios donantes, en la cual ya celebraban con regularidad los oficios del culto por su correspondiente Cabildo. Las obras de terminación que proponen D. Ramiro y su hijo, de bóvedas de piedra y de ejecución de la torre campanario, se quedaron en proyecto. Las cubiertas de las naves, que eran de madera artesonada (excepto las del crucero, que son de bóveda de medio cañon) no le parecieron al piadoso rey bastante dignas de la magnificiencia de su iglesia, y propuso sustituirlas con las de piedra: pero desgraciadamente murió muy pronto D. Ramiro, y las cubiertas de madera duraron hasta principio del siglo XVI, en que siendo obispo D. Juan de Aragón se hicieron las de crucería ojival que hoy existen. En cuanto a la torre que ideó el generoso monarca, ha quedado reducida a una enorme espadaña lateral sin ningún estilo.
Esto es lo que dan de sí los dos documentos que hicieron dudar al ilustre arqueólogo Lampérez, cuya opinión, por lo tanto, debemos consignar incondicionalmente en esta forma: La Catedral de Jaca puede tenerse por la más antigua de todas las de España.
Murió muy pronto D. Ramiro. Siempre le hubiera parecido demasiado pronto a Aragón para perder a su insigne monarca; pero aquí se da el caso de que los historiadores lo hacen morir más pronto todavía, adelantándole la muerte algunos meses. Los tratados de Historia y de Cronología fijan su fallecimiento en el 8 de Mayo de 1063, aunque achacándolo a diversas causas. Hay unos escritores que dicen que murió peleando contra los moros mientras sitiaba el castillo de Graus; otros aseguran que sucumbió en una batalla contra las tropas de su hermano Fernando, rey de Castilla y de León; y otros que fué asesinado por un enviado del emir de Zaragoza, en venganza de haberle ganado nuestro rey algunos castillos por tierras de Egea: pero todos coinciden en la fecha de 8 de Mayo de 1063. Es evidente que al menos dos de estas opiniones contradictorias son falsas, a no ser que lo sean las tres: mas por lo que hace a la fecha, en absoluto no es exacta. En otra ocasión aduje las pruebas de este aserto y las voy a repetir aquí en compendio:
1.ª En el documento C X I de la Colección Ibarra, que es una confirmación de las donaciones hechas al Monasterio de S. Victorián, con la promesa de darle el castillo de Graus, si Dios le concedía el conquistarlo, firma el rey a 22 de Mayo de 1063:
2.ª La Carta-puebla de Longares, dada el 25 de Julio de 1063 por el obispo de Najera y el Monasterio de Albelda, lleva en la data esta referencia: "Reinando Sancho rey en Nájera, Fernando rey en León, y Sancho Ramiro infante en Aragón"; si era infante D. Sancho Ramírez y no era rey en esa fecha, es porque vivía el rey su padre:
y 3.ª El documento nº. 312 del tomo IV de los Condes en el Archivo de la Corona de Aragón, es una donación de muchas fincas rústicas y urbanas hecha por D. Ramiro y su hijo ≷≷a Dios, a S. Pedro de la Sede de Jaca y a su obispo Sancho>>. Pone al final: "Yo el rey Ramiro, de acuerdo con mi hijo Sancho, ya le concedí a la predicha Sede todas las iglesias que hay y que habrá en adelante desde el nacimiento del Cinca hasta Vallobar, y desde Araguás (desaparecido) en el valle de Ansó, hasta la Plana mayor (Las Bardenas de Egea y Sádaba) como consta en el privilegio de fundación de la Iglesia de Jaca". Lleva la fecha de la Era MCII, que es el año de cristo 1064. - Por otros documentos legítimos del reinado de su hijo consta que D. Ramiro no llegó al año 1065: pero es evidente que no murió en el 1063.
Un poco nos hemos apartado del asunto principal con esta rectificación de fechas; pero bien merecía esta pequeña digresión el magnánimo fundador de la primera Catedral de España: la cual - dicho sea de paso y casi con vergüenza - todavía no ha sido declarada oficialmente Monumento Nacional, aunque ya veremos que no le faltan méritos y antigüedad para serlo por derecho propio.
Antes de pasar a ver la celeridad que adquirió fuera del país este grandioso templo, será bueno comentar algunos datos que han quedado sin aplicación a nuestro asunto en los párrafos anteriores.
San Pedro fué quien poseyó el Santo Cáliz del Maestro en Jerusalén, en Antioquía y en Roma: cuando un sucesor de S. Pedro, S. Sixto II (o su Tesorero S. Lorenzo) envió a España la sagrada Reliquia, la primera iglesia pública donde se veneró en Huesca fué la que le erigieron con el título de S. Pedro: el Monasterio de S. Zacarías de Siresa, que se honró después de Huesca con la posesión del Santo Vaso, cambió por respeto a él el nombre de su iglesia y la llamó de S. Pedro: en Santa María de Sasabe hubo una excepción muy honrosa del título del primer Apóstol en favor de la Augusta Madre del Redentor: la iglesia de la Sede Real de Baílo, donde veneraron el sagrado Cáliz cuatro generaciones de reyes aragoneses, fué dedicada a S. Pedro: la primera iglesia provisional que se levantó en Jaca al renovar la ciudad, para adorar en ella la sagrada Reliquia, se llamó de S. Pedro: ¿podía tener otro título que el del santo Apóstol de las Llaves el suntuoso Templo que erigió D. Ramiro en la Corte de su reino? O de otro modo: puesto que todas las iglesias donde se veneró el Cáliz del Señor - con la natural excepción de Sasabe - llevaron en su honor el nombre del primer Pontifice que lo poseyó, como si ese nombre fuera inseparable de la preciosa Reliquia de la Redención, ¿no es un indicio formidable el título de S. Pedro que les dieron a las iglesias de Jaca, de que se edificaban para Capillas del Santo Cáliz? Nada había en Jaca que invitara a sus fundadores a ponerles el nombre de S. Pedro, y aún había algo que sirviera de precedente para no titularlas así, sino de Santiago, en recuerdo a la antigua iglesia mayor que pereció con toda la ciudad en la invasión sarracena: pero no quisieron apartarse de la práctica multisecular y las llamaron de S. Pedro, recordando a Baílo, a Siresa, a Huesca, a Roma, a Antioquía y a Jerusalén.
Otro detalle curioso a este respecto es el que hemos visto de las trece iglesias que donaron D. Ramiro y su hijo a la Catedral recién edificada. ¿Por qué trece y no veinte o diez u otro número cualquiera, puesto que todavía quedaban pueblecitos en los alrededores de Jaca y de todos podían disponer como de estos trece? ¿Es que era ése el de canónigos de la Catedral? No: pues por lo que se ve en los documentos de su archivo, siempre fueron más de trece, aun en su principio; y por el aumento exagerado que desde luego sobrevino, pronto los obispos y el cabildo tuvieron que fijar como inmutable para siempre el número "quindenario" de canónigos que era el tradicional, además del prior y de los arcedianos y prebostes, que llegaron a ser hasta ocho.
No contaron en sus documentos el número de las iglesias y pueblos que regalaron a S. Juan de la Peña - porque no era costumbre ni necesario - ni el mismo D. Ramiro que le dió catorce de una vez en los primeros años de su reinado, ni el obispo D. Sancho que le concedió después treinta y nueve en una famosa donación, ni el rey D. Sancho Ramírez que las ratificó todas en su magno privilegio "Ob honorem"; y todos las mencionan una a una, pero sin sumar el número total. Esto de contar trece en la donación que nos ocupa, cual si se tratara de pagar una deuda fija o de hacer ostentación de un favor que se hace de mala gana, no tiene otra explicación, a mi juicio, que pensar si los generosos fundadores del Templo quisieron con el número de trece iglesias recordar los trece comensales de la última Cena del Salvador: no se ve otra solución racional.
Y acaso pudiera explicarse como consecuencia de esta misma idea el hecho de que, cuando se hizo el antiguo Altar mayor de la Catedral, que se desmontó a fines del siglo XVIII para prolongar el ábside, se pusieran a ambos lados del Sagrario - donde se guardó el Cáliz del Maestro - las estatuas de los doce apóstoles (S. Matías en lugar de Iscariote), magnificas esculturas, admiración de propios y extraños, actualmente colocadas - o mejor, "dislocadas"- unas en la Lonja mayor y otras en la Capilla del Pilar.


(CONTINUARÁ)

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