El SANTO GRIAL EN ARAGÓN. III
Dámaso Sangorrín
Diest
(Deán de la
Catedral de Jaca)
Publicado por
primera vez en la Revista Aragón,
año III - nº 24,
Zaragoza, septiembre de 1927
El Cáliz de la
Cena
Algunos atisbos
hemos tenido en los precedentes recuerdos históricos acerca del uso general de
cálices propios o vasos especiales para beber en la época que venimos
estudiando, y de las diversas materias de que estaban formados según el rango o
el poder de sus poseedores; pero esto no es suficiente para llegar al límite
pretendido.
El
"paterfamilias" dueño del Cenáculo, porque era rico y porque así lo
exigía la moda de aquellos tiempos, tenía seguramente para su servicio un cáliz
precioso, por lo menos, o adquirido por él o más probablemente heredado de sus
mayores: y puesto que la ley civil no lo consentía tenerlo de oro, en la
preciosidad de sus materiales y en el arte de su ejecución -que no estaban
prohibidos- tendría su equivalencia y más que equivalencia con el oro. Pero ese
precioso vaso que puso a disposición del Maestro para celebrar su última Pascua
¿era semejante al que ha llegado hasta nosotros con el nombre de "Cáliz
del Señor? O de otro modo: ¿Puede demostrarse arqueológicamente que nuestro
Cáliz de Valencia es de aquel tiempo, por su figura, por las materias que lo
integran y por el arte y sabor de época en su confección?
Un poco largo
será el camino para llegar a la respuesta afirmativa, pero el andarlo es de
sumo interés para nuestro asunto.
El vaso precioso
de José de Arimatea -creamos que era él el dueño del Cenáculo mientras no se
demuestre lo contrario- fué el primer Cáliz ministerial de la Iglesia
cristiana, así como la mesa donde cenó Jesús aquella benditísima noche fue el
primer Altar de la nueva Ley. Y de la misma manera que las otras mesas de uso
doméstico fueron empleadas como altares por los Apóstoles y sus sucesores, y
las sillas de los patricios o magnates fueron las primeras cátedras (Sedes) de
los obispos, y el pan usual las primeras Hostias para el Santo Sacrificio y
para la Comunión de los fieles, así las copas de que se servían en la mesa
fueron los primeros cálices; con la excepción , en éstos, de ponerlos aparte
para que no volvieran a usarse en la bebida ordinaria. Se conservaron desde
luego y para siempre en su mismo estado -como cosa inmutable y fundamental- las
materias que el Maestro eligió para los Sacramentos, bien sencillas y
universales; agua, pan, vino y aceite: pero en cuanto a los utensilios,
indumentaria y locales para celebrar los actos del Culto, la Iglesia se acomodó
a las circunstancias de lugar y tiempo, y sólo con el progreso de los siglos se
han llegado a estabilizar los objetos litúrgicos como hoy los tenemos. Para
nuestro caso, repitamos que los primeros cálices de la Misa fueron los vasos y
copas que habían servido para beber; eso sí, los más preciosos y adecuados que
pudieran tener a mano. Viendo, pues, las clases, materias y formas de los vasos
ricos que se usaban en aquella época en el servicio de mesa, llegaremos a saber
cómo era o cómo pudo ser el de José de Arimatea, que fué el primer Cáliz de la
cristiandad, el Vaso más venerable que ha habido en el mundo.
De este
procedimiento se sirve para describir los cálices primitivos el eminente
arqueólogo ya citado Ch. Rohault de Fleury en su obra clásica y monumental
"La Messe", a quien sigo en lo que va a venir, y con tanta más
confianza y seguridad le sigo, cuanto que él no va directamente al "Cáliz
del Señor" -aunque lo cita alguna vez- sino que trata de los vasos
antiguos y cálices primitivos de la Iglesia como de uno de los objetos
litúrgicos de la Misa; y por eso su opinión es más serena y autorizada.
Con la palabra
Cáliz entendemos en la actualidad únicamente el vaso empleado para la
consagración en el Santo Sacrificio, y ya no se usa generalmente en otro
sentido, a no ser en algunos textos de la Biblia donde lo tiene místico o
figurado. Su etimología no es segura: Salmerón de Toledo y Vossio dicen que
viene del uso de preparar las bebidas calientes en esta clase de vasos y citan
unas palabras de Terencio Varrón (siglo I a. de J.C.) que dicen: "Cáliz
viene de caldo (voz latina que es "caliente" o "caldeado")
porque en él se ponía la papilla cocida (lo que llamamos "caldo") y
se bebía caliente". Otros etimologistas dicen que puede proceder de las
voces sánscritas kul, reunir, kulakas, vaso, o kalika, botón de las flores; y
otros afirman que viene directamente del griego kylix, copa, o kalyx, cubierta
o cáliz de las flores. Schalisch en hebreo es vaso o copa de beber. Al cáliz de
la Misa lo llamaron alguna vez los escritores eclesiásticos Vaso espiritual,
Vaso místico, Vaso de los misterios y Vaso del Señor.
Para la forma de
los cálices más antiguos cita Rohault en primer lugar una moneda judía del
tiempo de Alejandro Magno (siglo IV antes de J.C.) que lleva en el anverso la
vara florida de Aarón y en el reverso un vaso con nudo y pie, sin asas, de gran
parecido a las actuales copas de beber. Cavedoni y Saulcy dicen que este vaso
es el que servía para poner el vino consagrado (no era consagrado) con los
panes sobre la mesa de la Proposición ante el Sancta Sanctorum.
En un vidrio
dorado, de origen judío, encontrado en el cementerio de los SS. Pedro y
Marcelino en Roma, que representa el Templo de Jerusalén, se ven cántaras y
vasos que parece que se utilizaban en los servicios del Templo: dos de esos
vasos, con asas, son casi idénticos a los de los mosaicos de Ravena, que luego
veremos.
El kylix de los
griegos era ordinariamente una copa redonda, poco profunda, guarnecida de dos
pequeñas asas, sobre un pie no muy elevado. Tenían también el cáliz
naukratites, con cuatro asitas: el que llamaban depas, que se remonta a gran
antiguedad, es del mismo género y se hace derivar su nombre de las dos asas que
llevaba en sus costados. Los habitantes de Chipre llamaban kotyle a una copa de
la misma clase, casi siempre con dos asas, pero más delgada y esbelta. El
Cántaro (de poco tamaño, semejante a nuestro botijo) es una vasija para beber
de invención griega, según Virgilio en la Eneida; tiene asas y estaba
especialmente consagrado a Baco, como el scypho a Hércules: eran de barro
cocido. En una pintura mural de Pompeya se ve una mujer poniendo vino en un
cántaro de esa clase. Hay otros vasos que se refieren al mismo tipo y época: el
carchesio, tenía la copa más elevada y abierta y llevaba dos ligeras asas en
sus lados: el cymbio, llamado así por su semejanza con la barca (cymba), tenía
dos asas formando volutas: el cyssibio, también para beber, no tenía más que un
asa, como las tazas de ahora.
El scypho servía
para la mesa, aunque menor que el cáliz, y también tenía asas, según un dibujo
de la Biblioteca de Nápoles publicado por Pirro, Ligorio. Un ex-voto procedente
del templo de Tanit ofrece la figura de un cáliz con dos asas. Publica Deville
un hermoso vidrio de beber, guarnecido de dos asas que imitan serpientes. La
forma de nuestros cálices actuales, sin asas, se halla entre los griegos con el
nombre de Ooskyphion, pero no servían para beber, sino para comer los huevos:
como entre los judíos -según monedas de aquella época- se ven pequeños cálices
sin asas, pero se cree que los grabaron en ellas como alusión al juego de los
dados.
El arte judío
-observa Fleury- debió sufrir bajo la dominación de los griegos y de los
romanos una influencia notable, aunque sea privilegio de los grandes artistas
el quedar independientes, sea su país el vencido o el triunfante; pero no
debemos dudar de que su orfebrería adoptó iguales formas en Jerusalén que las
que se usaban en Grecia y en Roma.
En estos países
y en aquella época no se echaba directamente en los cálices la bebida de los
banquetes, sino que se preparaba en la cratera, recipiente de gran capacidad
donde se mezclaba el vino con agua. El escanciador o copero tomaba de este
líquido con un cazo (cyatho) y lo distribuía en las copas de los comensales.
Este uso lo encontramos en la Liturgia primitiva (cuando los fieles comulgaban
también con el Vino consagrado) y en las descripciones del rito romano más
antiguas. Esas crateras tenían ancha la boca, como era de necesidad y como se
ve en un bronce de Pompeya y en un bajo-relieve de Cizyque: los dos tienen
asas. Las ánforas o hydrias de las bodas de Caná eran probablemente crateras de
éstas, según Mr. Rohault, el cual dice que sacó un dibujo en la Biblioteca
Vallicelliana de Roma de un vaso titulado allí hydria, que pertenece a la mejor
época antigua griega; su gran panza está guarnecida de dos asas dobles y
adornada de hojas de laurel delicadamente cinceladas. En un bajo-relieve
publicado por Bellori se ve un cáliz en la estanteria y debajo un gran vaso con
asas, que parece la cratera. La hydria que enseñan en El Escorial como una de
las seis que hubo en las bodas de Caná (donde Jesús convirtió el agua en vino)
si no recuerdo mal no es de este género de crateras, pues ni tiene gran panza
ni la boca a propósito para meter el cyatho, sino vasija de agua.
Hasta en
mármoles paganos -continua Rohault- se ven cálices con atributos que parecen
cristianos, y cita estos dos: Un fragmento romano de Tréveris ofrece la figura
de un cáliz con asas, guarnecido de billetes en los bordes de la copa, de
laurel en el cuello o nudo y de picos en la panza: de su copa salen hojas de
vid y racimos (indicando, naturalmente, que la copa era para beber vino, pero
no el Eucarístico, puesto que no era de procedencia cristiana): y un sarcófago
de Pisa, antiguo, presenta un cáliz parecido a los actuales en el cual beben dos
palomas. Estos tipos fueron muy generales después entre los cristianos para
expresar conceptos místicos. En los monumentos más antiguos abundan las
imágenes de cálices con asas; cita muchos ejemplares: una tumba descubierta en
S. Remy de Reims, una de las pilastras de la iglesia de Murano, un bajo-relieve
de la colección Rasponi de Ravena, un fragmento de pavimento romano hallado en
Silchester, una lámpara en Chipre, etc., etc.
Pero aunque en
aquellos tiempos estuviera muy generalizado el uso de cálices preciosos con
asas, no se ha de entender que carecían de otros vasos y copas de la forma de
los actuales, si bien abundan más los ejemplares que revelan por su decorado la
costumbre secular de hacer del vaso propio un objeto artístico y suntuoso en lo
posible. Presenta Montfaucon un dibujo de sacerdotisas de Isis que tienen de
estos vasos cilíndricos: sobre uno se ve la figura del buey Apis, y sobre otro
a Harpócrates, hijo de Isis, saliendo del vaso. Este tipo de un niño en un vaso
hace recordar ciertas miniaturas muy comunes en el siglo XV que representan al
Niño-Hostia en las manos del celebrante sobre el cáliz.
Después de
tratar de los nombre y formas de los vasos antiguos, que vinieron a ser los
primeros cálices de la Misa, pasa el ilustre arqueólogo a examinar la materia
de que estaban confeccionados. Los había de oro, de plata, de piedras
preciosas, de vidrio, de cerámica y de maderas finas, como quedó insinuado;
todos preparados con arte y elegancia, y algunos de los más ricos adornados con
gemas de gran valor. Cita en comprobación de esto multitud de testimonios, de
los cuales -omitiendo muchos en gracia a la brevedad- creo oportunos éstos:
Cicerón afirmaba de Verres que tenia para beber vino un vaso tallado en una
piedra preciosa muy grande, con asa de oro (para inculparle su excesiva
afección a la bebida): en el Onomasticon, en Perseo, en Suetonio, en Julio
Capitolino, en Manlio, en Marcial, en Propercio, en Prudencio y en otros muchos
escritores de aquellos siglos se hace mención de diversos vasos preciosos de
gente rica; y recuerda también la represión, muy posterior, de Clemente de
Alejandría a los cristianos por usar vasos de plata, poniéndoles como ejemplo
que Jesús no usó jofaina preciosa para lavarles los pies a sus discípulos; que
ya hemos visto que es idea no muy defendible. En aquel mismo siglo, I de
nuestra Era, se hizo popular la clásica frase de Virgilio gemma bibere (beber
en piedra preciosa) como signo de opulencia y refinamiento.
Respecto a los
de vidrio, que empezaron a usarse por aquella época, pues no hay noticía de
ellos en los siglos anteriores, adquirieron tal grado de arte que llegaron a
ser tan estimados como los de las más preciosas materias. Apuleyo los cita como
modelos de gracia y elegancia, "cuyo precio no dependía del material
empleado, sino del sello o mano del artífice". Se conservan todavía muchos
ejemplares de esta clase -menos expuestos que los de oro y piedras preciosa a
la codicia humana- en los cuales se admira su grado extraordinario de
perfección y las dificultades vencidos para su ejecución. Son notables en este
género: el famoso cáliz encontrado en Colonia en el jardín de Santa Ursula, que
tiene la copa revestida de malla de vidrio, y el que menciona Straub del
cementerio galo-romano de Strasburgo, que es un antiquísimo vaso de vidrio,
guarnecido de dos asas, montado sobre un rico pie y adornado de diversos
dibujos, bastante parecido a los cálices de ahora. Las colecciones públicas
-continúa Fleury- están llenas de estos objetos: mencionaremos la de Slade en
Londres, la de Bologne-sur-mer, el Museo de St. Germain y la colección de
Julien Gréau.
A esta clase
pertenecen cinco vasos de vidrio, sin pie ni asas, cuyas fotografías publicó
"La Esfera" (Madrid, Febrero, 27) con el título de "¿Ha llegado
hasta nosotros el Santo Grial?" a propósito de uno de ellos encontrado
recientemente en unas excavaciones en Crimea, estudiado por el arqueólogo
inglés Rendal Harris y propuesto por él como probable Santo Grial. Pero no hay
más que ver las fotografías para convencerse de que ninguno de los cinco,
semejantes entre sí, ha podido servir para beber por su carencia de tallo y de
asa para cogerlos, por su gran panza y por la inadecuada forma de sus bordes,
incomoda y aun imposible para beber en ellos. Según su tamaño -que no lo indica
el autor del artículo- lo mismo pudieron ser crateras que macetas o joyeros;
pero vasos de beber, no. Cita el articulista los tres más famosos que se
disputan el ser el Santo Grial: el de Jerusalén, el de Génova y el de Valencia,
y se inclina por el nuestro, aunque consignando que "a juicio de Buckley
-otro arqueólogo ingles- las probabilidades se hallan en mayor número a favor
del Sacro Cratino de Génova", aquel plato que desacreditaron para siempre
los señores de la Academia de Ciencias de Paris en 1815, del cual no sabe, por
lo visto, mister Buckley más que lo que dice el Baedeker.
No hay duda
-prosigue nuestro guía- de que los primeros cálices cristianos eran algunos de
los que quedan descritos y que luego vinieron las copias: pero podemos
aceptarlos como tipos primitivos y de este modo se llena el vacío que existe
por la escasez de monumentos de los primitivos tiempos de la Iglesia. Prueba de
esto es que los fieles hicieron reproducir desde luego estas formas de cálices
en sus monumentos funerarios. Estos sepulcros forman un excelente tratado que
permite unir la antigüedad y sus vasos con los primeros cálices eucarísticos, y
así se completa la historia de ellos. Con la pintura del cáliz quisieron
representar el Vaso de Jesús y en su contenido la fuente de la felicidad, como
lo demuestra con muchos documentos y grabados.
Resultado de
estas prácticas es la diferenciación de los cálices en tres clases: vasos
antiguos para beber, cálices de la Misa y vasos místicos. Para fijar la idea
presenta un gráfico a tres columnas: en cada columna hay cuatro tipos de vasos
de su genero, con 3, 4 ó 6 ejemplares de cada tipo, que tienen gran parecido
entre sí y con los correspondientes de las otras columnas. Se advierte en este
cuadro que los vasos de beber, cálices y vasos místicos del primer grupo de
cada columna, en número de 18, todos tienen dos asas de varias formas y
tamaños, y van dejando de tenerlas los de los grupos más modernos y
asemejándose a los cálices actuales y a las copas de beber de hoy: pero todos,
tengan asas o no, llevan relieves, adornos y grecas, sea en la copa, cuando es
metálica, sea en el pie o en las asas, o en todos.
Hablando de la
riqueza de los cálices ministeriales desde los primeros tiempos de la Iglesia,
cita aquella diabólica frase de Juliano el Apostata (año 362) o mejor, de su
tesorero Félix, que al ver los cálices preciosos que habían regalado
Constantino y Constancio a las iglesias, admirando su riqueza y arte, exclamó:
¡Mira de qué vasos se sirve el Hijo de María!
Hace después
nuestro autor un completísimo estudio de los cálices más notables de Europa, ya
por su antiguedad ya por su riqueza, anotando de varios de ellos que en algún
tiempo pretendieron ser el Cáliz del Señor. Llegá el siglo XI y parece que
entonces se acuerda de que existía España, de la cual no había hecho más
mención que recordar unas frases de Quaresmio en que se nombra el Cáliz de
Valencia como uno de tantos -a juicio de Fleury- que querían ser el auténtico,
pero sin describirlo ni más comentarios. "España, dice, no posee gran cosa
de objetos litúrgicos anteriores a la invasión de los moros, y después de ella
raramente fabricaron objetos ricos: de ahí se explica el corto número de ellos
que nos ha conservado la Edad Media en esa nación". Despues de estas
afirmaciones -injustas, como vamos a ver muy pronto- pasa a describir (pág. 116
del tom. IV) el cáliz de S. Isidoro de León y dice que es de una riqueza
maravillosa, de ágata y metal precioso, con cabujones, perlas, hojas de oro,
arabescos y filigranas: cita el de Sto. Domingo de Silos, muy parecido al
anterior, y uno de Toledo, de plata, dedicado a Santiago por Pelayo. Al tratar
de la irrupción de los bárbaros -llegando al resumen del tratado de los
cálices- dice que "no imitaron todos a Alarico, que respetó los vasos sagrados
de S. Pedro según testifican, S. abrosio y S. Hilario, sino que cuando no
saqueaban los tesoros de las iglesias, los aceptaban por el rescate de los
prisioneros: pero la Iglesia perdonaba a estos feroces piratas cuando venían a
sus pies a restituir sus rapiñas. Así Childeberto (debe de ser el I,
merovingio, rey de Paris, de 524 a 558) consagro a las basílicas (francesas)
los sesenta cálices preciosos de oro que enriquecieron su botin de España. Los
grandes talleres de orfebreria (franceses) alimentados, surtidos por estos
abundantes despojos, inspirados en estos modelos (españoles) y alentados por la
devoción Real, comenzaron a brirse: el cáliz de Gourdon -siglo VI- nos
demuestra la habilidad de estos nuevos obreros".
Se nota más la
contradicción o falta de memoria de este ilustre arqueólogo en la mención de
España, cuando vemos lo que había dicho antes (pág. 77) hablando de las monedas
francesas del siglo VI que llevaban figuras de cálices: "Si se puede decir
que los monederos tuvieron por inspiración y por modelos los cálices que
Childeberto trajo de su expedición a España, se ve por un pasaje de S. Gregorio
de Tours que sus imágenes son copias de los más ricos y preciosos". El
texto que cita es éste: "Sesenta cálices, quince patenas, veinte cajas de
Evangelios trajo (Childeberto, de españa), todo de oro puro y con adornos de
preciosas gemas: pero no consintió que se destruyeran esos objetos, sino que
los dió todos para el ministerio de las iglesias y basílicas de los Santos".
Lo cual - dicho sea con permiso de Mr. Fleury- no es precisamente restituir las
rapiñas, sino guardárselas para el servicio de su nación y aumento de su tesoro
artístico.
Para terminar
esta cuestión, y omitiendo otros muchos y magníficos datos que presenta el
repetido autor, que ilustrarían agradablemente la materia, pero que ya no son
necesarios a mi entender para dejarla resuelta en lo que nos concierne, hago el
resumen de varias láminas de su obra, anotando: que los cálices desde el siglo
I hasta algunos del XII tienen asas; varios ejemplares desde el VI hasta el
mismo XII las tienen más pequeñas, y no tienen asas algunos tipos desde el
siglo IV hasta el actual. De los célebres cálices del tesoro de S. Marcos de
Venecia, en número de 21, entre los cuales hay algunos de ágata, de cristal de
roca, de ónice y de otras piedras finas, nueve tienen asas y doce no las
tienen.
La idea de que
los vasos propios de las personas pudientes de aquellos tiempos -y por ende los
cálices primitivos de la Iglesia- eran como los que quedan descritos, ha
llegado firme en los artistas hasta la Edad Moderna, pues todavía vemos algunas
estampas de Misales y Breviarios de los siglos XVI al XVIII, explicativas del
misterio de la Epifania, en las cuales los Reyes de Oriente ofrecen sus
presentes al Niño-Dios en sendas copas artísticas, con asas, y de material
precioso, al parecer.
Se explica la
gradual desaparición de las asas en los cálices, como apéndices innecesarios
desde que se suprimió en la liturgia cristiana la práctica de comulgar los
fieles en las dos Especies Sacramentales, pues ya no tienen que pasar el cáliz
de mano en mano y sólo bebe en él el celebrante.
Aunque casi es
supérfluo advertir que había incontable variedad en la forma de las asas, según
el gusto del artífice y el estilo de cada tiempo, es bueno dejar consignado que
en su colocación se atenían necesariamente a la materia de los cálices, y
mientras en los de metal -que eran los más numerosos- arrancaban las asas del
borde de la copa a terminar en el nudo o en el centro de la panza, en las copas
de piedra preciosa salían las asas de su base para concluir en la parte
superior del pie.
En el renombrado
mosaico de Ravena -a que aludo antes- que es una alegoría de la Misa, se ve lo
siguiente: Mesa cubierta de manteles: sobre ella, en el centro, un cáliz con
dos asas: a sus lados dos panecillos aplastados: Abel, a la derecha, eleva en
sus manos como ofrenda un cordero: Melquisedec, a la izquierda, eleva otro
panecillo igual. Sobre este grupo se representa el Cielo, en cuyo centro hay
una mano derecha, entre nubes, con el índice extendido señalando el cáliz. Una
reprtesentación semejante hay en otro mosaico de Classe, del siglo VI, otra del
IX en el Sacramentaire de Drogón, y muchas más en libros liturgicos, cuadros,
relieves, objetos del culto, etc.: siendo para nuestro asunto la más notable,
por la alegoría o lusión que parece contener, la de un fresco del siglo XIII en
el atrio de S. Lorenzo, extramuros de Roma. Es así: El oficiante está detrás de
la mesa-altar de frente: en ella hay un libro abierto, un cáliz sin asas y un
candelero con vela; el celebrante entrega otro cáliz con asas a un soldado
arrodillado, no en actitud de beber, sino de tomarlo con ambas manos, la cabeza
baja en señal de adoración o en disposición de besarlo en la base: hay otro
militar en pie a su lado, con lanza, escudo y casco: el arrodillado está
inerme. Recordemos que esto es de la Basilica de S. Lorenzo en Roma.
Lo dicho creo
que es bastante para llegar al convencimiento de que nuestro Cáliz de Valencia
puede sel el CÁLIZ DE LA CENA que usó el Señor en la institución de la S.
Eucaristia: primero, porque pudo poseerlo tan rico el dueño del Cenáculo; y
segundo, porque como él eran los vasos preciosos de aquella época en sus
materiales, figura y confección.
Alguien ha
supuesto si los dibujos y grecas que adornan el oro que lleva, y las perlas y
piedras preciosas que enriquecen su pie podrían ser efecto de la devoción de
sus poseedores en los siglos siguientes para hacer más artística tan venerada
alhaja: pero ya hemos visto que ese lujo y ostentación existía en aquellos
remotísimos tiempos mucho más que en los presentes para decorar esta clase de
objetos; y concretándonos al adorno de las piedras preciosas del pie, sabemos
que continuó esta práctica hasta el siglo IV, por lo menos, pues consta que el
piadoso emperador Constantino regaló a la iglesia de S. Pedro de Roma
"tres cálices de oro con gemas prasinas (especie muy rara de cristal de
roca)y jacintos, en número de 45 en cada uno", además de otros muchos de
oro, sin piedras, a S. Juan de Letrán y a Santa Cruz.
Si con lo
expuesto no puede afirmarse en absoluto que nuestro Cáliz sea el de la Cena
Eucarística de Jesús, sí que puede asegurarse rotundamente que, si alguna vez
viniera a descubrirse en el mundo de modo indudable el Cáliz auténtico, ése
tendría que ser necesariamente semejante al nuestro.
Y mientras llega
o no ese feliz descubrimiento, que seguramente no llegará jamás, vamos a seguir
la historia de éste que la Providencia ha conservado hasta nosotros con el
nombre y tradición de Cáliz del Señor, presentandolo en tres grandes épocas,
desiguales en duración y en interés para nuestro caso, y con las subdivisiones
e incidencias que exija el asunto para su mayor claridad; en esta forma: - De
Jerusalén a Aragón, 225 años: - En Aragón, 1.141 años; - De Aragón a valencia,
528 años hasta el presente.
(CONTINUARÁ)
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