EL SANTO CÁLIZ
DE LA CENA (SANTO GRIAL)
VENERADO EN
VALENCIA (X)
José Sanchis y
Sivera
(Canónigo de la
Catedral de Valencia)
Valencia 1914
CAPÍTULO IX
La ciencia
positiva en la historia. —
Práctica de la
Iglesia en lo referente á las reliquias. —
Consecuencias
respecto al santo Cáliz. —
Implícita
aprobación de su culto por las Congregaciones romanas. —
Hemos terminado
el ligero estudio que nos proponíamos hacer acerca del santo Cáliz venerado
en Valencia, al que se atribuye la soberana gloria de haber servido á nuestro
Salvador para instituir el adorable sacramento de la Eucaristía. La decadencia
del sentimiento religioso y las pretensiones de la llamada ciencia positiva han
inducido á la crítica histórica de nuestros tiempos á exigir, para la
demostración de ciertos hechos, documentos que no es posible presentar en lo
que respecta á los orígenes de esta sagrada reliquia. A seguirse este procedimiento
en la comprobación de todos los sucesos que la historia acepta como
indubitables, se habían de desechar en absoluto muchísimos, al menos los que
se hallan testificados solamente por una tradición universal ó nunca interrumpida.
En nuestras investigaciones históricas no desechamos en manera alguna el nuevo
método positivo, antes por el contrario, lo juzgamos de suma transcendencia,
pues viene á cerrar para siempre las puertas de la quimera y del adulteramiento
de la verdad, al impedir la entrada, en el campo de la historia, á las
leyendas é invenciones, más ó menos racionales, que convertían á aquélla
en una novela, en perjuicio de su elevado y verdadero concepto. Sin embargo,
también damos á la tradición, cuando ésta ha sido constante, la importancia
que tiene en la demostración de la veracidad de los hechos y de los objetos.
Tal ha sido
igualmente la práctica de la Iglesia católica en lo que respecta á las
reliquias, empleando siempre gran rigor al exigir las pruebas de su
autenticidad antes de exponerlas á la veneración pública, la que no ha
consentido nunca si racionalmente se ha dudado de ella. No obstante, cuando
tienen en su favor un culto tradicional y secular, juzga que ello es título suficiente
de autenticidad. Siguiendo esta práctica litúrgica, enseñan los doctores
eclesiásticos que el culto público dado por los siglos á una reliquia
antigua, hace presumir la prueba de su verdad, la que vale tanto como el mejor
documento histórico. Muy digno de tenerse en cuenta es lo que dice Mabillón
respecto á ciertas tradiciones tenidas con gran respeto por los pueblos, las
cuales deben admitirse y aprobarse por estar confirmadas por un consentimiento
inmemorial, siempre que no haya autoridad ó testimonio evidente que nos
persuada en contrario. «La presunción de autenticidad está en favor de las
reliquias que gozan de esta ventaja, pues no se hubieran expuesto á la
pública veneración desde un principio, sin haber sido debidamente examinadas,
según lo mandaban los antiguos cánones. Es suficiente el juicio de la
posesión, á menos que no existan razones precisas para dudar, y no motivos
vagos y generales (Revue de l’art
chretienne, año 1893, pág. 456)».
Ahora bien, por
lo que respecta al santo Cáliz, su culto y autenticidad son de tradición tan
antigua que, puede decirse, ha sido continuada desde los apóstoles hasta Sixto
II y martirio de San Lorenzo, siguiendo desde entonces hasta hoy más segura,
inconcusa, bien fundada y solemnemente autorizada. No hay motivo, pues, para
dudar de la verdad de la sagrada reliquia, mientras no se pruebe con claros
argumentos la falsedad. Su tradición se conservó en Roma, con positiva aprobación
de los Papas, por espacio de dos siglos; en Huesca, con la de los obispos,
durante años; en S. Juan de la Peña, con la de sus abades y priores, hasta
fines del siglo XIV, y en Zaragoza y Valencia, con la de los Reyes y prelados,
desde D. Alfonso de Borja, que después fué pontífice con el nombre de
Calixto III, hasta el día de hoy, festejando todos la preciosa alhaja, y
consintiendo, después de examinados los documentos que acreditaban su
autenticidad, que se le diese culto y se considerase como el propio Cáliz en
que consagró el Señor en la noche de la Cena.
Lo que queda
dicho en los capítulos precedentes respecto á la historia del santo Cáliz,
nos mueve al convencimiento de su verdad, con una certeza al menos subjetiva y
moral. Es cierto que, como historiadores, podría titubear nuestra fe en la
sagrada reliquia; pero como creyentes, tenemos tal persuasión acerca de su
verdad, que no titubeamos en proclamarla por todas partes. Lo mismo decimos del
culto que en todo tiempo se le ha tributado, el cual creemos justificadísimo.
Muchas reliquias existen en el mundo que, á pesar de carecer de instrumentos
que atestigüen su autenticidad, están expuestas á la pública veneración de
los fieles con expreso consentimiento de la Iglesia y gran aprovechamiento
espiritual de los pueblos. Menos documentos que el santo Cáliz de Valencia
tiene la sangre de Cristo que se expone en Roma en la Iglesia de San Nicolás in carcere; el sagrado Pesebre que se
guarda en Santa María la Mayor; la mesa de la Cena que se venera en San Juan
de Letrán; la férrea cadena del Príncipe de los apóstoles en San Pedro in vinculis y las muchas reliquias que
se conservan en las Basílicas de la Ciudad Eterna, y, sin embargo, tienen
acatamiento mundial, adoración de todos los fieles é importancia creciente
cada día. Nada diremos tampoco de los clavos de la Pasión, de la Corona de
espinas, de la sagrada Lanza, de la Sábana Santa, etc., de cuyas reliquias se
celebra oficio y misa.
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