viernes, 18 de abril de 2014

El Santo Cáliz de Valencia (VI). José Sanchis



EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA (SANTO GRIAL)
VENERADO EN VALENCIA (VI)

José Sanchis y Sivera
(Canónigo de la Catedral de Valencia)

Valencia 1914


CAPÍTULO V

Diferentes cálices que se han atribuido la autenticidad del de la Cena. —
Un cáliz de plata mencionado por el venerable Beda. —
Equivocación de este escritor. —
De dónde procede el testimonio. —
Otros cálices, y su falsedad. —
«Il sacro catino» de Génova. —
Noticias y leyendas sobre el mismo. —



La importancia que como elemento religioso tuvo la literatura medieval informada por el santo Grial, fué causa de que muchos monasterios se atribuyesen el honor de poseer el precioso cáliz que era objeto de tan singular adoración. Pero el olvido, más bien que la crítica, ha ido desvaneciendo las infundadas afirmaciones que sobre cada uno de ellos se habían hecho. Sólo ha quedado, pues, de los diversos cálices que se han atribuído la autenticidad del de la Cena, el que menciona un santo y venerable escritor, y dijo que era de plata. Los demás, de los que también hablaremos, fueron invenciones de los protestantes.


El primero que manifestó era de plata el cáliz en que consagró el Señor la noche de la Cena fué el venerable Beda, á quien siguió Baronio y muchos escritores sagrados. Semejante afirmación está tomada del presbítero Adomnano, que escribió tres libros relatando el viaje que hizo á los Santos Lugares el obispo Arculfo, de nacionalidad francés, por los años 720. Dice que en una plaza de Jerusalén, en una pequeña capilla, se conservaba el Cáliz del Señor, metido en la concavidad de un pilar, y que era de plata con dos asas, el cual tenía la copa tan grande que podían caber en ella cerca de dos litros de líquido. Añade á esta relación Jorge Cedrano, que tenía el cáliz la boca á modo de balanza de peso, dentro de la cual estaba la esponja con que le dieron de beber al Señor, en la cruz, hiel y vinagre, y que por unas redes de hierro introducían los dedos los peregrinos, con gran contento espiritual: In platea quae martyrium et Golgotha continuat, exedra est, in qua Calix Domini, scriniolo reconditus, per operculi foramen tangi solet et osculari: qui argenteus Calix duas hinc et inde habens ansulas, sextarii gallici mensuram capit; in quo illa spongia Domini potus ministra (Capítulo II del libro De locis sanctis).
Esta relación, que consigna el venerable Beda, carece por completo de fundamento histórico, porque el autor de ella, según manifiesta dicho santo historiador, no trató de comprobarla por sí mismo, á pesar de haber estado en Jerusalén, sino que la supo por un monje llamado Pedro, que le servía de guía. He aquí las palabras del venerable Beda, con las que cierra su libro De locis sanctis: Haec de Locis Sanctis prout potui fidem historicam sequutus posui, et maxime Arculphi dictatus galliarum episcopi, quos eruditissimus in Scripturis presbyter Adomnanus lacinioso sermone describens tribus libellis comprehendit. Arculphus porro desiderio locorum sanctorum patriam deseruit, et aliquot mensibus Hierosolymis demoratus, veterano monacho Petro nomine, duce pariter, atque interprete usus.
En su favor no tiene tradición alguna, ni documento que compruebe su verdad. Además, hay otras razones que nos obligan á rechazarla por completo. En primer lugar, ochenta años antes de la visita de Arculfo á Jerusalén, el califa Omar se había apoderado de la ciudad santa, no respetando lugar alguno cristiano, excepto la iglesia del Santo Sepulcro, y no es probable que hasta 1099 en que estuvo en poder de los mahometanos, se hallase esta sagrada reliquia á la pública veneración, colocada en medio de una plaza, sin haberla robado aquellos bárbaros; no es posible tampoco que se encontrase en el mismo sitio setenta años después de la conquista. Además, no es creible que objeto tan precioso se hallase tan poco guardado, y sin que se le diese culto de latria en un templo cristiano, no obstante estar muy bien custodiadas otras reliquias de menos importancia. Tampoco es verosímil que el Cáliz fuera tan descomunal, porque á más de que nuestro Salvador en todas sus acciones obró para darnos ejemplo en los siglos futuros, y procuraría emplear un cáliz apropiado para que su santa Iglesia le imitase, su contenido, al ser tan excesivo, hubiera podido satisfacer á más de cien personas y no á las pocas que participaron del banquete eucarístico. Finalmente, los que dieron cuenta de dicho cáliz nada indican de que lo veneraron y adoraron, lo que parece haberse dicho para abultar la relación del viaje, tomando la noticia del Itinerario, que se supone compuso Antonio Placentino, escritor del siglo III, cuyo trabajo mereció del erudito Papebroquio y de León Allacio las más acres censuras por su falta de verdad.
Las palabras del Itinerario, casi las mismas que reproduce el venerable Beda, son las siguientes: In Basilica Constantini coherente circa monumentum vel Golgotha in atrio ipsius Basilicae est cubiculum ubi lignum Crucis reconditum est; etiam ibi est canna et spongia de quibus legitur in Evangelio, cum qua spongia aquam bibimus; et calix onychinus quem benedixit Dominus in Caena.
He aquí las palabras de Papebroquio: Hoc Itinerarium luce publica indignum censuit Leo Allacius quia refertum est anilibus fabellis; nec in eo inveniri potest ratio verisimilis itineris alicujus.
Con lo dicho juzgamos que hay bastante motivo para dudar de la afirmación del venerable Beda. El ya citado Agustín Sales alega otros muchos argumentos contra dicha relación.

A pesar de los hechos que se oponen á la existencia del cáliz de plata mencionado, aunque no tuviesen ningún valor, no se destruiría en nada la tradición en favor del que se venera en Valencia, por no existir repugnancia en admitir dos cálices. El mismo S. Jerónimo, comentando el capítulo XXVI de S. Mateo, dice que se deduce evidentemente del capítulo XXII de S. Lucas que el Señor, en la noche de la Cena, se sirvió de dos cálices, que, según juzga el mismo santo Padre, sería el uno para la cena del cordero legal y el otro para la institución del Santísimo Sacramento, asintiendo con él meritísimos escritores eclesiásticos, entre ellos el abad Pascual Ratberto en su tratado De Corpore et Sanguine Christi, y otros muchos autores antiguos que cita, algunos de los cuales llegan á especificar que el cáliz con que bebió el Señor en la comida del cordero era de plata, y de piedra el de la consagración.
El historiador valenciano Gaspar Escolano, que admitió la afirmación del venerable Beda, comentando la existencia de dos cálices, hace las siguientes reflexiones: «Respecto de los motivos que pudo tener nuestro Redentor para usar de dos cálices diferentes en aquellos dos actos, dice el abad Ratberto, que solían los doctores antiguos dar muchos, de los cuales refiere algunos, y son: que se sirvió de dos para enseñar que había de haber en su Iglesia dos cálices y dos pasiones, una la suya y otra la de los mártires sus discípulos, ó para en demostración de los dos Testamentos, el uno de la ley vieja y el otro de la nueva, por lo cual ordenó que un cáliz fuese para el cordero de la ley de Moisés, y el otro para la nueva bebida de su sangre. Por cortapisa de lo que dijeron los antiguos, añado yo que Cristo Señor nuestro se aprovechó del cáliz de plata para la cena del cordero como de materia común á todas las comidas de gente honrada; pero llegado á la cena celestial de su cuerpo y sangre preciosa, guardó para ella un vaso extraordinario por ser precioso y ser de piedra. Porque como había de fundar sobre piedra su ley y no haya sacramento en que más se quilate la fe que en el del Santísimo Sacramento del altar, quiso que fuese de piedra el cáliz que echaba por fundamento primero de ella y que fuese preciosa, pues había de recoger la sangre de infinito valor y el precio de la redención de los hombres».


El erudito Agustín Sales nos habla de la existencia de otros cálices preciosos á los que se atribuía el don especialísimo de haberlos usado el Salvador.
Cuatro se guardaban en Francia, á saber: uno en un convento cerca de Lyon, otro en Reims, el tercero en un convento de agustinos próximo á la villa de Albi, y el último en Brionda, en la baja Auvernia.
Nunca se había hablado del primero de estos cálices hasta que Calvino, con objeto de ridiculizar las reliquias, aumentó extraordinariamente su número, y predicó haber usado Jesucristo de este cáliz, que es de esmeralda, para la consagración en la noche de la Cena, noticia que fué patrocinada por muchos protestantes. Hechas las correspondientes diligencias para comprobar este aserto, vióse que, según documentos que se conservaban en dicho monasterio, el referido cáliz lo regaló Carlo Magno, en testimonio del afecto que conservaba á su abad, sin que dijera nada de que fuese el mismo en que consagró el Señor.
El cáliz de Reims, que es de plata, fué construido el año 545 y regalado á aquella catedral por su arzobispo San Remigio, todo lo cual consta en una inscripción que lleva grabada al pie: la noticia de que era el de la institución de la Eucaristía fué propalada por los calvinistas Morneo y Plaseo.
También fué Juan Calvino el inventor de la noticia del sagrado origen del tercer cáliz.
Y otros calvinistas del de Brionda, sin alegar para ello documentos ni tradición alguna.

Respecto á otro cáliz existente en Flandes, es un infundio de un anotador valen- ciano, pues no hay autores de ninguna clase que lo mencionen ni hagan de él la menor alusión.

Merece también especial mención el cáliz que se veneraba antiguamente en Venecia, al que se prestó adoración en los primeros ocho siglos en la derruida ciudad de Jerusalén, el cual se decía era de plata y que con él se daba á beber á los condenados al suplicio de la cruz un cordial excitante, por el que se aumentaban un momento las fuerzas, y ya enclavados ó atados en el madero, humedecían los labios de la víctima con una esponja, para que se reanimara y sintiera mejor la crueldad del martirio hasta el último instante de su vida. Se suponía que dicho cáliz contenía la amarga bebida que dieron á Jesús, y que, con la esponja, pasaban por sus divinos labios.

También se tuvo por algún tiempo como el cáliz de la Cena al Volto santo de Lucca, y una ánfora que se decía contener sangre del Señor, todo lo cual se guarda, según hemos leído, en la abadía de Fecamp (Inglaterra).


Respecto á la tan renombrada reliquia conocida con el nombre de II sacro catino, venerada en Genova, no es cáliz, sino un plato de esmeralda, de forma irregular, con seis puntas y una circunferencia de 1’20 m. exactamente. Dícese que en él cabe un cabrito entero, y que lo empleó el Señor en la cena pascual. Como algunos lo han confundido con el santo Grial, del que hemos hablado, queremos ocuparnos de él, indicando la hermosa leyenda que le rodea.
Cuando Salomón estaba construyendo el magnífico templo de Jerusalem, la reina Saba, célebre por su belleza y fausto, decidió armar sus naves, llenarlas de oro y piedras preciosas, é ir con ellas á ofrecerlas al sabio rey, de quien intentaría aprender la verdadera ciencia y conquistar su corazón. Al llegar á Tiro adquirió nuevas riquezas, y entre ellas el catino de esmeralda, que se hallaba en el templo de Hércules, el que entregó á Salomón, quedando extasiado ante la maravillosa piedra. Hizo tal aprecio de ella, que en la solemnidad de la Pascua empleábala en recoger la sangre del simbólico cordero que se esparcía en el lindar de la puerta, según práctica ritual. Destruido el templo, salvóse el precioso plato, el que fué á parar á un ascendiente del Padre de familias, en cuya casa celebró la cena el Señor, poniendo á su disposición todo cuanto de más valor poseía, entre cuyos objetos figuraba la preciosa esmeralda que había heredado de sus mayores y el cáliz que se custodia en la catedral de Valencia. En 1101 fué llevada esta alhaja á Europa, adquiriéndola, no se sabe cómo, los españoles, la que arrebataron los moros, guardándola en Almería. Esta ciudad fué conquistada en 1147 por Alfonso VIII, aliado con los aragoneses y genoveses, y al repartirse el botín, éstos se dieron por bien pagados con el referido plato. Los valencianos que tomaron parte en la pelea, obtuvieron el cáliz de ágata que también se encontraba allí.
Un poeta y cronista de aquella época, Prudencio Sandoval, canta así la hazañosa empresa, glorificando al gran rey castellano:
«Ganó de los moros de el Andalucía,
Quesada y Andúxar, también Baeza,
De el rey de Granada cerca Almería,
La cual ya tomada con rezia porfía
La rica esmeralda de los genoveses
Les dio por su pago. A barceloneses
El robo y despojo que mucho valía;
A los valencianos, la copa de Jesús que su sangre había».
Esta leyenda, tomada de las crónicas españolas, no la admiten los genoveses tal como la consignamos, diciendo que fué conquistado el famoso catino por los cruzados en Palestina, al mando de Guillermo Embriago, el cual lo regaló á su catedral. Por su parte, el P. Mariana, relatando la toma de Almería, dice que al repartirse el botín tocó á los genoveses, en premio de su auxilio, el plato de esmeralda que allí se guardaba, en que «el vulgo dice que Cristo Hijo de Dios cenó en él la postrera vez con sus discípulos: opinión sin autor ni fundamento».
Dice Baedeker en su Guide que en la sacristía de la catedral de Genova se muestra el sacro catino, «hermoso vaso que era, según la leyenda, el que empleó Jesucristo durante la Cena, ó el en que José de Arimatea recogió la sangre del Salvador». Se creía de esmeralda, pero roto cuando Napoleón lo hizo trasladar á París, se reconoció que era una pasta vitrea oriental antigua.
Por su parte el jesuíta Juan Menochio hizo investigaciones sobre este plato en lo que respecta al origen y devoción que se le tenía, y escribe lo siguiente: «Lo que han escrito algunos que el plato fué de esmeralda, no es probable. Y el que se conserva en Genova, aunque el vulgo lo cree, que el Señor se sirvió de él en la última Cena, ni se ha creído ni al presente se cree, ni en aquella ciudad se muestra ó se venera como á reliquia, sino como un vaso maravilloso y precioso por la materia, por el arte y por lo bien trabajado, siendo todo vaciado en una esmeralda de notable grandeza» (Stuora, tom. I, cent. 4, cap. XVII, pág 546).


Tal es la historia suscinta de todos los cálices que se han atribuido el inmenso honor de ser empleados por Jesucristo en la noche de su última Cena. Como se ve, no constituyen el más ligero argumento contra la autenticidad del que se venera en Valencia.

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