EL SANTO CÁLIZ
DE LA CENA (SANTO GRIAL)
VENERADO EN
VALENCIA (VIII)
José Sanchis y
Sivera
(Canónigo de la
Catedral de Valencia)
Valencia 1914
CAPÍTULO VII
La venerable sor Ana Catalina
Emmerich. —
Sus visiones
respecto á la Cena eucarística y al santo Cáliz. —
Valor histórico
de estas revelaciones. —
No contradicen
en nada la autenticidad de la sagrada reliquia valenciana. —
Entre las
Visiones que en sus éxtasis tuvo la venerable religiosa Sor Ana Catalina
Emmerich, cuéntanse algunas que se refieren al santo Cáliz de la Cena del
Señor que sirvió para la institución de la Eucaristía. Dicha religiosa, que
había nacido el 8 de septiembre de 1774 en Flamske, obispado de Munster
(Alemania), murió en olor de santidad el 9 de febrero de 1824. Era muy pobre
en bienes é ignorante en letras, pero rica en innumerables dones celestiales
con los que el Señor la dotó, y sabia en virtudes cristianas. A la edad de 24
años recibió una gracia que Jesucristo ha concedido sobre la tierra á muchas
personas consagradas al culto especial de su Pasión dolorosa, cual es el
padecimiento corporal y visible de los dolores de su santa cabeza con la corona
de espinas. Después de muchísimas contrariedades logró entrar de religiosa,
en 13 de noviembre de 1802, en el convento de Agustinas de Agnetemberg, en
Dulmen. Gozó su cuerpo de la estigmatización, expresión la más sublime de
la unión con los padecimientos de Jesús, designada por los teólogos con el
nombre de Vulnus divinum, Plaga amoris
viva.
Al suprimirse
los conventos en la Wesfalia el año 1811, vivió Sor Ana en Dulmen, en un
miserable cuartucho, entregada á la oración. El examen médico que de ella se
hizo entonces constató la existencia de los cinco estigmas en los pies, manos
y costado, de una cruz sobre el estómago y de dos cruces sobre el pecho.
Su alma
disfrutó de los arrobamientos del éxtasis, en cuyos instantes penetraba los
más elevados misterios, y sus manifestaciones, de carácter marcadamente
sobrenatural, relataban con gran claridad las extraordinarias visiones que
tenía referentes, la mayor parte, á los Santos Lugares, á la vida de la
Virgen y á la pasión de Cristo. Hablaba ordinariamente el bajo alemán, y en
el estado de éxtasis su lenguaje se purificaba con frecuencia, y sus narraciones
eran una mezcla de sencillez infantil y de elevada inspiración. La causa de
beatificación de esta religiosa ha sido postulada y admitida ya en Roma,
abriéndose su proceso en 1899.
He aquí lo que
dijo en diferentes ocasiones acerca del Cáliz:
(Dichas
revelaciones se contienen en la obra titulada: Das arme Leben und bittere Leiden \ unseres \ Herrn Jesu Christi \ und
seiner \ heiligsten Mutter María \ nebst \ den Geheimnissen des alten Bundes \
nach den Gesichten \ der gottseligen Anna Katharina Emmerich \ Aus den
Tagebüchern des Clemens Brentano \ heransgegeben \ von \ P. C. E. Schmoeger,
aus der Congregation des allerheil Erlösers \ Mit Erlaubniss der Ordensobern
und Adprobation des Lochoürdigsten Herrn Bischofes von Regensburg. \ Zum Besten
milder Stiftungen. \ Vierte verbesserte, mit never Enileitung verschene
Auflage. \ Regensburg, New York, Cincinnati. \ Druck und Verlag von Friedrich
Pustet \ 1896.
El título del
libro en castellano es así: Vida pobre y
pasión amarga de nuestro \ Señor Jesucristo \ y de María su santísima Madre
\ con \ los misterios del antiguo Testamento \ según las visiones \ de la
piadosa Ana Catalina Emmerich \ De los diarios de Clemente Brentano, publicados
por el P. C. E. Schmoeger, de la Congregación del Santísimo Redentor. \ Con
permiso de los \ superiores y aprobación del Ilustrísimo Sr. Obispo de
Ratisbona \ en beneficio de las fundaciones benéficas. \ Cuarta edición
corregida, con una nueva introducción. \ Ratisbona, New York y Cincinato. \ Imprenta
de la casa editorial de Federico Pustet. \ 1896.
Un tomo en 4.°
de 1.148 páginas. Folios V al XI: aprobaciones de los obispos de Ratisbona,
Limburg y Covinglon, prefacio de la 4.ª edición, firmado por el P. Gebhard
Viggermann, de la Congregación del Santísimo Redentor. Desde la pág. XI á
la CI: «Introducción: Las revelaciones particulares de la piadosa Ana Catalina
Emmerich, examinadas según los principios de la sagrada Teología»; índice de
la introducción en dos partes. Sigue pág. 1: «Vida pobre y pasión amarga...»
hasta la página 1.128; después, índices de personas, geográfico,
arqueológico, teológico, de grabados, etc., un mapa de Palestina, etc. Dicha
obra, ó mejor dicho, parte de ella, se tradujo al francés, y, de este dioma,
al español, con el título: La dolorosa
pasión de nuestro Señor Jesucristo según las meditaciones de Sor Ana
Catalina Emmerich, religiosa agustina del convento de Agnetemberg de Dulmen.
Como no se ha recibido oportunamente la edición alemana, hemos copiado lo que
transcribimos, referente al santo Cáliz, de la edición española).
«El Cáliz que
los apóstoles llevaron de casa de Verónica, es un vaso maravilloso y lleno de
misterios. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos preciosos
y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado. Una cosa igual ha
sucedido en la Iglesia cristiana, de donde muchas joyas antiguas consagradas
han pasado al olvido con los años. Muchas veces se han desenterrado, vendido
ó compuesto vasos viejos y otras joyas enterradas en el polvo del templo. Así
es que con la permisión de Dios, este Vaso sacratísimo, que nunca se había
podido fundir á causa de su materia desconocida, fué hallado por los
sacerdotes modernos en el tesoro del templo, entre otros objetos que no se
usaban, y luego vendido a un aficionado á antigüedades. El Cáliz comprado
por Serafia había servido ya muchas veces á Jesús para la celebración de
las fiestas, y desde ese día fué propiedad constante de la santa comunidad
cristiana. Este vaso no siempre se conservará en su estado actual: quizá con
ocasión de la Cena del Señor, habían juntado las diferentes piezas de que se
componía. El gran Cáliz estaba puesto en un azafate, y alrededor había seis
copas. Dentro del Cáliz había otro vaso pequeño, y encima una tapadera
redonda. En el pie del Cáliz estaba embutida una cuchara, que se sacaba con
facilidad. Todas estas piezas estaban envueltas en paños y puestas en una
bolsa de cuero, si no me equivoco. El gran Cáliz se compone de la copa y del
pie, que debe haber sido añadido después, pues estas dos piezas son de
distinta materia. La copa presenta una masa morena y bruñida en forma de pera;
está revestida de oro, y tiene dos asas para poderla coger. El pie es de oro
puro, divinamente trabajado, con una culebra y un racimo de uvas por adorno, y
enriquecido con piedras preciosas.
»El gran Cáliz
se guarda en la iglesia de Jerusalén cerca de Santiago el Menor, y lo veo
todavía conservado en esta ciudad: ¡tornará de nuevo á darse á luz como ha
aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban;
una de ellas está en Antioquía, otra en Efeso; pertenecían á los
Patriarcas, que apu- raban en ellas cierta bebida misteriosa cuando recibían y
daban la bendición, como lo he visto muchas veces.
»El gran Cáliz
estaba en casa de Abraham; Melquisedech lo trajo consigo del país de
Semíramis á la tierra de Canaán, cuando comenzó á fundar establecimientos
en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén; él lo usó en el
sacrificio, al ofrecer el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó
á este patriarca. Este Vaso había estado también en el Arca de Noé.
»Ved aquí
hombres hermosos que vienen de una ciudad opulenta: está edificada á la
antigua; se adora en ella lo que se quiere; adórase hasta los peces. El Viejo
Noé, con un palo al hombro, está junto al Arca; la madera de construcción
está puesta á su lado. No, no son hombres; debe ser algo más elevado, según
su belleza y su serenidad; traen á Noé el Cáliz, que sin duda se ha perdido;
no sé cómo se llama este sitio. Hay en el Cáliz una especie de grano de
trigo, pero más grueso que los nuestros, es como un grano de mirasol, y hay
también un sarmiento pequeño. Dicen á Noé que hay en él un misterio, y que
debe llevarlo consigo. Mirad; pone el grano de trigo y el sarmiento en una
manzana amarilla que coloca en la copa. El Cáliz está labrado con traza
maravillosa. Hay un misterio, que yo no sé: es el Cáliz que he visto figurar
en la gran parábola, en el sitio donde estaba el espino ardiendo».
(Esto se refiere
á una gran parábola simbólica de la reparación del género humano desde el
principio, que desgraciadamente no contó por completo, y que después se le
olvidó. En esta ocasión no habló del espino ardiendo; aunque el espino
ardiendo de Moisés tenía en otras visiones la forma de un cáliz.)
La monja
refirió todo lo que se acaba de decir del Cáliz, en un estado de intuición
tranquila, y viendo ante sus ojos lo que describía.
Durante su
relato acerca de Noé, estaba toda absorta en su visión. Al fin dio un grito,
miró en torno suyo, y dijo: «¡Ah! tengo miedo de tener que entrar en el Arca;
veo á Noé, y creí que llegaban las aguas rebosantes». Después, habiendo
vuelto á su estado natural, dijo: «Los que trajeron el Cáliz á Noé llevaban
un Vestido largo, blanco, y se parecían á los tres hombres que venidos á
casa de Abraham le prometieron que Sara pariría. Me pareció que sacaron de la
ciudad una cosa santa que no debió perecer con ella, y que la daban á Noé.
El Cáliz estuvo en Babilonia en casa de los descendientes de Noé, que se
habían mantenido fieles al verdadero Dios. Estaban sometidos á esclavitud por
Semíramis. Melquisedech los condujo á la tierra de Canaán, y llevó el
Cáliz. Vi que tenía una tienda cerca de Babilonia, y que antes de conducirlo
bendijo en ella el pan y se lo distribuyó, sin lo cual no hubieran tenido
fuerza para seguirle. Esa gente tenía un nombre como samaneos. Él se sirvió de ellos y de algunos cananeos habitantes
en grutas, cuando comenzó á edificar sobre los montes donde estuvo después
Jerusalén. Abrió cimientos profundos en el sitio donde se obraron luego el
cenáculo y el templo, y también hacia el Calvario. Sembró trigo y plantó
viña. Después del sacrificio de Melquisedech, el Cáliz se quedó en casa de
Abraham. Fué también á Egipto, y Moisés lo tuvo en su poder. Estaba hecho
de un modo singular, muy compacto, y no parecía trabajado como los metales;
semejaba el producto de un vegetal. Sólo Jesús sabía lo que era».
Hablando de la
institución de la Eucaristía, en lo referente al santo Cáliz, dice:
«Por orden del
Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que no había acabado de alzar;
púsola en medio de la sala, y colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro
lleno de vino; Pedro y Juan fueron á la parte de la sala en donde estaba el
hornillo del cordero pascual, para recoger el Cáliz que habían traído de la
casa de Serafia, y que estaba en su bolsa. Lo trajeron entre los dos como un
Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella
una fuente ovalada con tres panes ázimos, blancos y delgados; los panes fueron
puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena
pascual; había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de
aceite espeso, la otra de aceite líquido y la tercera vacía...
»Jesús se
colocó entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas; todo se hacía con
misterio y solemnidad. Cuando el Cáliz fué sacado de la bolsa, Jesús oró y
habló muy solemnemente. Yo vi á Jesús explicando la Cena y toda la
ceremonia; me pareció un sacerdote enseñando á los otros á decir misa.
»Sacó del
azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; cogió un paño blanco que
cubría el Cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Después le vi
quitar de encima del Cáliz una tapa redonda, y la puso sobre la misma tablita.
Luego sacó los panes ázimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta
tapa; sacó también de dentro del Cáliz un vaso más pequeño, y puso á
derecha y á izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo
el pan y los óleos, según creo; elevó con sus dos manos la patena con los
panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la
mesa y la cubrió. Cogió después el Cáliz, hizo que Pedro echara vino en él
y que Juan echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua,
que echó con una cucharita; entonces bendijo el Cáliz, lo elevó orando, hizo
el ofertorio, y lo puso sobre la mesa...
»Jesús elevó
el Cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las
palabras de la consagración; mientras las decía estaba transfigurado y
transparente; parecía que pasaba todo entero en lo que les iba á dar. Dio á
beber á Pedro y á Juan en el Cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la
mesa. Juan echó la sangre divina del Cáliz en las copas, y Pedro las
presentó á los apóstoles, que bebieron dos á dos en la misma copa. Creo,
sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz...
»Cuando nuestro
Señor Jesucristo cogió el Cáliz en la institución de la sagrada Escritura,
tuve otra visión sobre el antiguo Testamento. Vi á Abraham arrodillado
delante de un altar; á lo lejos estaban unos guerreros con animales de carga y
camellos; un hombre majestuoso se acercó á Abraham, y puso sobre el ara el Cáliz
de que se sirvió Jesús después. Vi que este hombre tenía como dos alas en
las espaldas; no las tenía realmente, pero era una señal para indicarme que
tenía un ángel delante de mí. Es la primera vez que he visto alas á un
ángel. Este personaje era Melquisedech. Detrás del altar de Abraham subían
tres nubes de humo; la de en medio se elevaba bastante alta, las otras estaban
más bajas.
»Yo vi dos filas
de caras que acababan en Jesús. Entre ellas estaban David y Salomón.
(¿Serían acaso los poseedores del Cáliz, los sacrificadores, ó los
antecesores de Jesús? La monja se ha olvidado de decirlo). Yo vi nombres
encima de Melquisedech, de Abraham y de algunos reyes. Después volví á
Jesús y al Cáliz».
El 3 de abril de
1821 dijo Ana en un éxtasis: «El sacrificio de Melquisedech se hizo en el
valle de Josafat, sobre una altura. Melquisedech tenía ya el Cáliz. Abraham
debía saber que venía á sacrificar, pues había elevado un hermoso altar
cubierto con un toldo de hojas. Habían construido también una especie de
Tabernáculo, donde Melquisedech puso el Cáliz. Los Vasos donde bebían
parecían ser de piedras preciosas...»
Hasta aquí las
relaciones de la venerable monja respecto al santo Cáliz. No pretendemos que
dichas relaciones tengan carácter histórico, pues las visiones de los
extáticos se hallan tan expuestas al error en la manera de comprender, como en
la de comunicar las revelaciones obtenidas. La Iglesia, cuando en los procesos
de canonización da su aprobación á visiones, declara simplemente con esto
que estas visiones no contienen nada contrario á la doctrina y creencias
católicas, pero de ningún modo afirma que es preciso considerarlas como
verdades reveladas en el sentido riguroso.
Es digno de
notarse que la santa religiosa agustina, sin haber visto jamás, ni aun tener
noticia del santo Cáliz de la Cena que se veneraba en Valencia, lo describe
casi tal como es, con una copa formada por una
masa morena y bruñida, con un pie de oro puro, divinamente trabajado, con dos
asas para poderle coger. Téngase presente que la extática monja habla del
Cáliz tal como lo veía en la noche de la Pascua, y al decir que en el pie
había una culebra, un racimo de uvas y varias piedras preciosas, es muy
probable que fuera cierto, pues no son pocas las alhajas similares de aquella
época que ostentaban semejantes adornos. Ahora bien; siendo así que los
adornos del pie que hoy tiene el santo Cáliz son de fecha posterior, como
queda dicho, es probable que sustituyesen á otros, los cuales, si eran como
los describe la venerable Ana, no cabe duda que serían cambiados por otros,
dado el carácter pagano de aquéllos, imposible de ser tolerado por las
purísimas costumbres de los antiguos cristianos. También afirma la religiosa que
la copa y el pie son de distinta materia, lo que es verdaderamente cierto, como
indicado queda.
Otra de las
afirmaciones de la santa religiosa es que se guardaba en la iglesia de
Jerusalén, lo que parece contradecir su existencia en Valencia. Téngase presente,
como antes ya hemos advertido, que se habla de los tiempos en que todavía
vivía Jesucristo, ó próximos á él, y entonces el santo Cáliz aún se
guardaría en el cenáculo, que fué la primera iglesia de Jerusalén y de la
cristiandad.
Hemos transcrito
las revelaciones de la venerable Ana Emmerich más bien como documento curioso
que como prueba de autenticidad del santo Cáliz que se venera en la Catedral
de Valencia. Sin embargo, nos complace el manifestar que entre aquella
relación y la alhaja valenciana existe perfecta armonía, sin la más leve
contradicción en lo que respecta á los elementos esenciales de su
autenticidad.
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