EL SANTO CÁLIZ
DE LA CENA (SANTO GRIAL)
VENERADO EN
VALENCIA (III)
José Sanchis y
Sivera
(Canónigo de la
Catedral de Valencia)
Valencia 1914
CAPÍTULO II
La Cena del
Señor. —
El relato
evangélico. —
Quién era el
Padre de familia en cuya casa se celebró la Cena. —
Del uso de los
cálices. —
Fué de materia
preciosa el que empleó el Salvador. —
La Cena legal,
la común y la eucarística. —
De la
enumeración de algunas circunstancias que concurrieron en la Cena que celebró
nuestro Salvador la víspera de su pasión, deduciremos varios argumentos que
afirmarán más la tradición de que el Cáliz que se venera en Valencia es el
mismo que sirvió de instrumento para realizar la obra más estupenda de su
infinito amor. Y séanos permitido advertir, aunque sea de paso, que al hablar
de la Cena en términos generales, nos referimos á la institución de la
Eucaristía, si bien no sea propio, pues la consagración no se hizo sino mucho
después de terminarse aquélla.
Transcribamos lo
que nos dice el Evangelio sobre la preparación del sagrado banquete:
Vino, pues, el día de los ázimos, en que
era preciso matar la Pascua (el cordero pas- cual), y envió (Jesús) á Pedro
y á Juan diciendo:
- Id á aparejarnos la Pascua para que
comamos.
Y ellos dijeron:
- ¿En dónde quieres que la aparejemos?
Y les dijo:
- Luego que entréis en la ciudad
(Jerusalén), encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle
hasta la casa en donde entrare, y decid al Padre de familias de la casa: «El
Maestro te dice: ¿En dónde está el aposento en que he de comer la Pascua con
mis discípulos?» Y os mostrará una grande sala aderezada; disponedla allí.
Y ellos fueron, y lo hallaron así como les
había dicho, y prepararon la Pascua. Y cuando fué hora, se sentó á la mesa,
y los doce apóstoles con él. Y les dijo:
- Con deseo he deseado comer con vosotros
esta Pascua, antes que padezca. Porque os digo, que no comeré más de ella,
hasta que sea cumplida en el reino de Dios.
Y tomando el cáliz dio gracias, y dijo:
- Tomad y distribuidlo entre vosotros,
porque os digo, que no beberé más de fruto de vid, hasta que venga el reino
de Dios.
Y habiendo tomado el pan, dio gracias y lo
partió, y se lo dio diciendo:
- Este es mi cuerpo que es dado por
vosotros: esto haced en memoria mía.
Y asimismo el cáliz, después de haber
cenado, diciendo:
- Este cáliz es el nuevo Testamento en mi
sangre, que será derramada por vosotros.
Este relato
está tomado de S. Lucas, XXII, v. 7 al 20. Dicen lo mismo S. Mateo XXVI, v. 17
al 29 y S. Marcos, XIV, v. 12 al 25.
A este expresivo
y magnífico relato, añade San Juan otro detalle muy conmovedor:
Y acabada la cena... se levanta de la cena (de
la mesa) y se quita (Jesús) sus vestiduras, y tomando una toalla se la ciñó,
echó después agua en un barreño, y comenzó á lavar los pies á los
discípulos, y á limpiarlos con la toalla, con que estaba ceñido.
(Evangelio de S.
Juan, XIII, v. 2 al 5).
De los textos
que dejamos transcritos, surge la idea de averiguar quién era el Padre de
familias, lo mismo que el número de cenas que aquella noche celebró nuestro
Salvador, y por consiguiente, la diversidad de cálices que en ellas
emplearía.
Nada dicen los
evangelistas respecto al primer punto, pero nos dan bastantes detalles para
poder afirmar que el Padre de familias debía ser hombre rico, y que habitaba
en una casa espaciosa y magnífica, pues solamente el cenáculo donde se
celebró el ágape pascual era extremadamente grande, lo que nos hace sospechar
que las demás piezas no serían menores. Además, dicho cenáculo estaba
aderezado con pompa y elegancia, dispuesto para la Cena, y, seguramente, con
ricas alfombras, olorosas flores y preciosísimas alhajas, es decir, con todo
lo necesario para celebrar con gran aparato la Pascua, que era la principal
solemnidad del pueblo judío.
Puede decirse
fué este cenáculo la primera iglesia de la cristiandad, erigida por el mismo
Jesucristo, en la que él mismo, gran sacerdote de la Nueva Ley, celebró los
grandes misterios y realizó sus más portentosas misericordias. Allí
instituyó el Salvador el adorable misterio de la Eucaristía, lavó los pies
á sus discípulos, les prometió el Espíritu Santo y les predijo la traición
de Judas y la negación de San Pedro; allí se apareció á los apóstoles el
mismo día de su gloriosa resurrección, fué elegido San Matías
inmediatamente después de la Ascensión del Señor para ocupar en el
apostolado el lugar que había dejado vacante la traición del Iscariote; allí
recibieron los apóstoles y otras muchas personas, en número de ciento veinte,
el Espíritu Santo el domingo de Pentecostés; allí, según todas las
probabilidades, fué instituido el sacramento de la Confirmación, como afirman
San Cipriano y el papa San Fabián; allí fué consagrado obispo de Jerusalén
el apóstol Santiago el Menor, y elegidos los siete primeros diáconos de la
Iglesia naciente, entre ellos San Esteban; allí se celebró el primero de
todos los concilios, y, en fin, de allí salieron los apóstoles, obedeciendo
el mandato del divino Maestro, para ir á enseñar á todas las naciones y
bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Cuando llegaron
á este palacio San Pedro y San Juan, encontraron ya arreglada la hermosa sala para
preparar la comida legal que iba á celebrar Jesús con sus discípulos, por lo
que deducimos que el Padre de familias conocía ya por inspiración divina lo
que iba á suceder.
No sólo debía
ser rico y opulento este personaje, sino discípulo, y muy conocido, de Cristo,
como lo eran Nicodemus y José de Arimatea, y otros que le creyeron y seguían
ocultamente. Los apóstoles, al comunicarle los deseos del Salvador, le dicen: El Maestro te dice..., lo que expresa
claramente era su discípulo. Por cierto que sería de los más íntimos y
familiares, puesto que le manifestaban lo que nadie sabía aún respecto á la
pasión: El Maestro te dice: Mi tiempo
está ya cerca, lo que sólo se puede hacer con las personas íntimas con
quienes se tiene mucha familiaridad (Evangelio de S. Mateo, XXVI, v. 18).
Sería muy
curioso averiguar quién era este Padre de familias. Los escritores antiguos y
muchos expositores manifiestan su opinión, que es más ó menos aventurada,
sin que pueda dársele á ninguna el título de muy probable. Teofilacto juzga
que fué Simón el Leproso, sin tener en cuenta que éste habitaba en Betania y
no en Jerusalén; Juan Maldonado insinúa la idea de que fué Nicodemus ó
José de Arimatea, sin más indicios de que, como éstos, era rico, noble y
familiar de Cristo; Pedro de Natal afirma que era Prisco, discípulo del
Señor, pero sin fundamento alguno, y otros autores dejan indicadas otras
muchas opiniones que consigna y refuta Agustín Sales (Disertación histórica del Sagrado Cáliz, página 30). Más
racional es la afirmación de este último escritor, aunque tampoco nos
satisface por completo. Dice que la casa del Padre de familias pertenecía á
un nobilísimo varón llamado Chusa, procurador y tesorero de Herodes Antipa,
como escribe San Lucas (VIII, 3), cuya mujer, nombrada Juana, era discípula
del Señor y una de las santas mujeres que le seguían en su predicación, y le
sustentaban. Las razones en que funda su opinión son muy curiosas, por lo que
nos permitimos transcribirlas.
«Primeramente,
dice, porque ser dueño de una casa tan grande y magnífica como lo era la del
santo cenáculo de Sion y tan ricamente adornada, como vimos antes, á ninguno
conviene más que á un varón muy rico y poderoso, cual era Chusa, procurador de
Herodes. Que este mismo varón fuese discípulo y familiar de Cristo,
claramente lo indica S. Lucas, pues refiriendo que Juana su mujer acompañaba
al Señor en su predicación por los lugares y castillos, no dudamos que sería
consintiéndolo y queriéndolo su marido, y cierto que esto no lo permitiría
á una matrona tan principal á no estar bien enterado de la doctrina y persona
de Cristo y sus discípulos, y á no tener familiar trato con su Majestad, si
bien oculto como Nicodemus y José de Arimatea, y á no ser como ella
discípulo de Cristo. Acompañaba, pues, esta nobilísima matrona, con otras
muchas, como escribe S. Lucas, á su divina Majestad y discípulos por lugares,
castillos y desiertos, y les mantenía á sus costas, á la manera que en Roma
Sta. Plautila, Sta. Flavia Domitila, Sta. Lucina, Priscila, Sta. Pudenciana,
Sta. Práxedes y otras nobles y opulentas matronas mantenían á S. Pedro, á
S. Pablo, á S. Clemente, á S. Pío, á S. Cayo, á S. Marcelo y á otros
romanos pontífices con sus presbíteros y diáconos, como leemos en las
Historias eclesiásticas; y ofreciéndose ahora ocasión á Chusa y á su mujer
de servir á Cristo franqueándole su casa y riquezas para celebrar sus cenas,
¿quién duda que le ofrecerían, como lo hicieron, toda su gran casa y haberes?
Y si bien es verdad que como á procurador de Herodes Antipa, como dice S.
Lucas, mayordomo ó tesorero, como indican otros monumentos, debía tener este
insigne varón su habitación en Galilea, de donde era tetrarca su amo; sin
embargo, no se puede dudar que tendría casa en Jerusalén, para cuando se
ofreciese ir á ella, ó á celebrar la Pascua y otras festividades, ó por
otros negocios, pues también Herodes Antipa, sobre tener su palacio en
Galilea, tenía otro en Jerusalén para ir á celebrar la Pascua, y en él fué
menospreciado su divina Majestad cuando Pilatos se lo remitió. Vemos, pues,
que todas las calidades de rico, noble, discípulo y familiar de Cristo, que
suponen los evangelistas en el Padre de familias, se encuentran, según S.
Lucas lo insinúa, en este noble varón, por lo que parece más verosímil, por
las conjeturas tan fuertes que se han producido, que este Chusa, y no otro,
fué el Padre de familias. Y á la verdad, ninguno de los discípulos ocultos
de Cristo podía tener menos temor ni recelo que éste en admitir á su divina
Majestad, pues Herodes, su amo, estimaba mucho á Cristo y le deseaba ver. De
los judíos, en caso que lo supiesen, no tenía que recelar por la autoridad y
respeto que tenían á Herodes, y en ninguna casa mejor podía estar su
Majestad, ni más seguro ni más á gusto que en la de este varón:
circunstancias que no militaban en los demás discípulos ocultos y nobles de
este Señor».
Sea lo que
quiera de quién fuese el Padre de familias del que nos habla el Evangelio, es
bien cierto que era varón riquísimo, y, como los grandes personajes de su
tiempo, podía servirse en sus cenas y convites de cálices preciosísimos,
especialmente de piedras extrañas y de gran valor, con guarniciones de oro,
como lo es el que se venera en la catedral de Valencia. Además, no cabe duda
que el dueño del cenáculo ofreciera al Salvador la joya más estimada,
sabiendo quién era y que iba á celebrar en su mansión la fiesta más solemne
del año.
De que usaban en
tiempo de Jesucristo, y aun antes, cálices preciosos los personajes de riqueza
y posición principal, cosa es que no ofrece género alguno de duda. Plutarco
reprende la gran vanidad de los griegos porque usaban cálices de oro; los
egipcios empleaban también en sus convites cálices preciosos, lo mismo que
los romanos, que estimaban mucho los de esmeralda, mirra y sardónica. Los
hebreos también seguían esta práctica en tiempo de Herodes, á imitación
dé los gentiles, y si bien les estaba prohibido el uso del cáliz de oro,
destinado sólo á los reyes y príncipes, era corriente en ellos el de plata y
piedras preciosas. Los plebeyos los tenían de madera, de barro, de vidrio ó
de piedra ordinaria, proporcionando su valor con sus haberes, posibilidad ó
rango.
Han dicho
algunos que teniendo nuestro Salvador tanto afecto á la pobreza, debió
consagrar en un vaso rústico y sin ningún valor. Esto equivaldría á decir
que debió hospedarse, para celebrar la Pascua, en un pequeño desván, sin
lujo y aparato, cosa contraria á lo que nos dice el Evangelio. Téngase
presente que el cáliz que usó no era propio, pues á serlo no dudamos fuera
de barro, sino de persona muy principal, que por inspiración del mismo Dios
previno y adornó ricamente el cenáculo para recibir en él al Maestro y sus
discípulos, y que debió ofrecerle lo más precioso y magnífico, lo cual en
nada desdice de la pobreza voluntaria de Cristo y sus discípulos, como ni el
haber usado de preciosos cálices y delicados manjares cuando fué convidado en
casa de Zaqueo, Simón, Marta y otros personajes de linaje y riqueza. Además,
así como el Señor, para instituir el sacramento de la adorable Eucaristía,
eligió una casa suntuosa, usó también, por poseerlo su dueño, un cáliz
precioso en que poder hacer la obra más grandiosa de su amor, dando también
el ejemplo para que en su Iglesia se usase para tan soberano misterio de
cálices preciosos.
De lo dicho
fácilmente se deduce que Jesucristo consagró en la noche de la institución
de la Eucaristía en un cáliz precioso, acaso el más precioso que poseía el
Padre de familias, y por consiguiente, no hay repugnancia alguna de que dicho
cáliz sea el que, como tal, se venera en la Catedral de Valencia.
Del pasaje
evangélico transcrito anteriormente, y de los que escriben los otros
evangelistas respecto al mismo objeto, parece deducirse que nuestro Señor
celebró más de una cena aquella noche memorable, víspera de su pasión y
muerte, usando de cáliz en cada una de ellas.
Que celebró la
cena del cordero pascual lo indica bien claramente la Sagrada Escritura cuando
dice por S. Mateo, S. Marcos y S. Lucas que declinada
la tarde (entre dos luces) comía
Cristo con sus discípulos y significándoles cuánto había deseado
celebrar con ellos la cena del cordero antes de su pasión. Dicha cena se
sujetaba á ciertas ceremonias consignadas en el capítulo XII del Éxodo, y
descritas más circunstancialmente en el capítulo XIII del Levítico, entre
las que recordaremos el sacrificio de un solo cordero, por numerosa que fuese
la familia, el que se debía consumir todo, bien comiéndolo, bien por el
fuego, bastando para cumplir con el precepto de la ley el tomar un pedazo por
pequeño que fuera; se debían mezclar con su comida panes ázimos y lechugas
silvestres, y aquélla tenía que hacerse apresuradamente, de pie, con las
extremidades de las vestiduras atadas á la cintura, calzados los pies y los
báculos en las manos.
Añade el
expositor Calmet, y otros autores, que después de comer el cordero, era
costumbre entre los hebreos que el Padre de familias, tomando un cáliz de vino
aguado, y proferidas sobre él algunas oraciones, bebiese primeramente, y
después lo distribuyese entre los comensales, lo que parece también indicar
S. Lucas cuando dice que Jesús tomando
el cáliz dio gracias y dijo: Tomad y distribuidlo entre vosotros.
Cumplidas estas ceremonias dio Cristo fin á la cena legal ó ceremonia pascual
con sus apóstoles, sujetándose, sin duda, á todas las que mandaba la ley,
pues jamás las quebrantó, antes por el contrario, las cumplió
escrupulosamente.
A la cena del
cordero, que como se ve no era más que una ceremonia, debió seguir la común,
puesto que la primera era imposible bastase para el sustento del cuerpo.
Acabadas, pues, las ceremonias legales, se previnieron diferentes manjares, de
los que tomó cada uno la cantidad que necesitaba para su alimentación, y como
dicha cena, por ser víspera de la solemnidad de la Pascua, sería más
espléndida y abundante, debieron beber varias veces Cristo y los apóstoles,
usándose diferentes cálices, los cuales pudieran ser tal vez de plata ó de
otra materia no tan preciada. Aunque no era frecuente entre los judíos beber
el vino puro en la comida, sino mezclado en mucha agua, cuando la solemnidad
era grande, al terminarla lo gustaban purísimo. Antes de acabarse esta cena
Jesús indicó que uno de los apóstoles le entregaría aquella noche, y dando
un pedazo de pan mojado á Judas, indicó quién era el traidor. Hecha la cena común, como dice S. Juan,
procedió el Señor al lavatorio, terminado el cual se sentó de nuevo con sus
discípulos, proveyóse de pan ázimo y de un cáliz, tomó el primero con sus
manos, lo consagró y, convertido en su propio cuerpo en virtud de sus propias
palabras, lo distribuyó entre sus discípulos, haciendo lo mismo con el vino
contenido en el cáliz, que convirtió en su sangre preciosa. Instituido así
el sacramento de la Eucarística, se comulgó el Salvador á sí mismo con
entrambas especies, dióles pedazos de pan á cada uno de los apóstoles,
comulgándose ellos mismos, é hicieron lo propio con el cáliz que les
entregó, del que cada uno tomó un sorbo. Acabada la comunión, el Señor
predicó el admirable sermón que refiere S. Juan, y después se fueron todos
al monte Olivete, bien entrada ya la noche.
«La cena legal
celebró Cristo nuestro bien recostado en tierra con los apóstoles, sobre una
mesa ó tarima que se levantaba del suelo poco más de seis ó siete dedos,
porque ésta era la costumbre de los judíos. Y acabado el lavatorio, mandó Su
Majestad preparar otra mesa alta como ahora usamos para comer, dando fin con
esta ceremonia á las cenas legales y cosas ínfimas y figurativas, y principio
al nuevo convite en que fundaba la nueva ley de gracia: y de aquí comenzó el
consagrar en mesa ó altar levantado que permanece en la Iglesia católica.
Cubrieron la nueva mesa con una toalla muy rica, y sobre ella pusieron un plato
ó salvilla, y una copa grande de forma de cáliz, bastante para recibir el
vino necesario, conforme á la voluntad de Cristo nuestro Salvador, que con su
divino poder y sabiduría lo prevenía y disponía todo. Y el dueño de la casa
le ofreció con superior moción estos vasos tan ricos y preciosos de piedra
como esmeralda. Y después usaron de ellos los sagrados apóstoles para
consagrar cuando pudieron, y fué tiempo oportuno y conveniente. Sentóse á la
mesa Cristo nuestro bien con los doce apóstoles y algunos otros discípulos, y
pidió le trajesen pan cenceño sin leva- dura y púsolo sobre el plato, y vino
puro, de que preparó el cáliz con lo que era menester» (Mística ciudad de Dios, por Sor María de Jesús de Agreda, lib.
VI, capítulo XI, número 1181).
Por lo anteriormente
dicho vemos que Cristo celebró tres cenas diferentes aquella memorable noche,
y aunque nada consta por documentos de una manera clara, es probable que en
ellas se usasen cálices distintos. Esto nos llevará al convencimiento de que
si en el siglo VIII se hablaba de un cáliz de plata usado por nuestro Salvador
en la noche de la cena del cordero, y en posteriores tiempos de otros cálices,
aunque sin ningún fundamento, como veremos luego, no hay razón para afirmar
que el venerado en la catedral de Valencia, por ser de piedra, no puede ser el
que se empleó en la institución de la Eucaristía.
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