martes, 15 de abril de 2014

El Santo Cáliz de Valencia (III). José Sanchis




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA (SANTO GRIAL)
VENERADO EN VALENCIA (III)

José Sanchis y Sivera
(Canónigo de la Catedral de Valencia)

Valencia 1914


CAPÍTULO II

La Cena del Señor. —
El relato evangélico. —
Quién era el Padre de familia en cuya casa se celebró la Cena. —
Del uso de los cálices. —
Fué de materia preciosa el que empleó el Salvador. —
La Cena legal, la común y la eucarística. —



De la enumeración de algunas circunstancias que concurrieron en la Cena que celebró nuestro Salvador la víspera de su pasión, deduciremos varios argumentos que afirmarán más la tradición de que el Cáliz que se venera en Valencia es el mismo que sirvió de instrumento para realizar la obra más estupenda de su infinito amor. Y séanos permitido advertir, aunque sea de paso, que al hablar de la Cena en términos generales, nos referimos á la institución de la Eucaristía, si bien no sea propio, pues la consagración no se hizo sino mucho después de terminarse aquélla.

Transcribamos lo que nos dice el Evangelio sobre la preparación del sagrado banquete:
Vino, pues, el día de los ázimos, en que era preciso matar la Pascua (el cordero pas- cual), y envió (Jesús) á Pedro y á Juan diciendo:
- Id á aparejarnos la Pascua para que comamos.
Y ellos dijeron:
- ¿En dónde quieres que la aparejemos?
Y les dijo:
- Luego que entréis en la ciudad (Jerusalén), encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle hasta la casa en donde entrare, y decid al Padre de familias de la casa: «El Maestro te dice: ¿En dónde está el aposento en que he de comer la Pascua con mis discípulos?» Y os mostrará una grande sala aderezada; disponedla allí.
Y ellos fueron, y lo hallaron así como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y cuando fué hora, se sentó á la mesa, y los doce apóstoles con él. Y les dijo:
- Con deseo he deseado comer con vosotros esta Pascua, antes que padezca. Porque os digo, que no comeré más de ella, hasta que sea cumplida en el reino de Dios.
Y tomando el cáliz dio gracias, y dijo:
- Tomad y distribuidlo entre vosotros, porque os digo, que no beberé más de fruto de vid, hasta que venga el reino de Dios.
Y habiendo tomado el pan, dio gracias y lo partió, y se lo dio diciendo:
- Este es mi cuerpo que es dado por vosotros: esto haced en memoria mía.
Y asimismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo:
- Este cáliz es el nuevo Testamento en mi sangre, que será derramada por vosotros.
Este relato está tomado de S. Lucas, XXII, v. 7 al 20. Dicen lo mismo S. Mateo XXVI, v. 17 al 29 y S. Marcos, XIV, v. 12 al 25.

A este expresivo y magnífico relato, añade San Juan otro detalle muy conmovedor:
Y acabada la cena... se levanta de la cena (de la mesa) y se quita (Jesús) sus vestiduras, y tomando una toalla se la ciñó, echó después agua en un barreño, y comenzó á lavar los pies á los discípulos, y á limpiarlos con la toalla, con que estaba ceñido.
(Evangelio de S. Juan, XIII, v. 2 al 5).

De los textos que dejamos transcritos, surge la idea de averiguar quién era el Padre de familias, lo mismo que el número de cenas que aquella noche celebró nuestro Salvador, y por consiguiente, la diversidad de cálices que en ellas emplearía.


Nada dicen los evangelistas respecto al primer punto, pero nos dan bastantes detalles para poder afirmar que el Padre de familias debía ser hombre rico, y que habitaba en una casa espaciosa y magnífica, pues solamente el cenáculo donde se celebró el ágape pascual era extremadamente grande, lo que nos hace sospechar que las demás piezas no serían menores. Además, dicho cenáculo estaba aderezado con pompa y elegancia, dispuesto para la Cena, y, seguramente, con ricas alfombras, olorosas flores y preciosísimas alhajas, es decir, con todo lo necesario para celebrar con gran aparato la Pascua, que era la principal solemnidad del pueblo judío.
Puede decirse fué este cenáculo la primera iglesia de la cristiandad, erigida por el mismo Jesucristo, en la que él mismo, gran sacerdote de la Nueva Ley, celebró los grandes misterios y realizó sus más portentosas misericordias. Allí instituyó el Salvador el adorable misterio de la Eucaristía, lavó los pies á sus discípulos, les prometió el Espíritu Santo y les predijo la traición de Judas y la negación de San Pedro; allí se apareció á los apóstoles el mismo día de su gloriosa resurrección, fué elegido San Matías inmediatamente después de la Ascensión del Señor para ocupar en el apostolado el lugar que había dejado vacante la traición del Iscariote; allí recibieron los apóstoles y otras muchas personas, en número de ciento veinte, el Espíritu Santo el domingo de Pentecostés; allí, según todas las probabilidades, fué instituido el sacramento de la Confirmación, como afirman San Cipriano y el papa San Fabián; allí fué consagrado obispo de Jerusalén el apóstol Santiago el Menor, y elegidos los siete primeros diáconos de la Iglesia naciente, entre ellos San Esteban; allí se celebró el primero de todos los concilios, y, en fin, de allí salieron los apóstoles, obedeciendo el mandato del divino Maestro, para ir á enseñar á todas las naciones y bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Cuando llegaron á este palacio San Pedro y San Juan, encontraron ya arreglada la hermosa sala para preparar la comida legal que iba á celebrar Jesús con sus discípulos, por lo que deducimos que el Padre de familias conocía ya por inspiración divina lo que iba á suceder.
No sólo debía ser rico y opulento este personaje, sino discípulo, y muy conocido, de Cristo, como lo eran Nicodemus y José de Arimatea, y otros que le creyeron y seguían ocultamente. Los apóstoles, al comunicarle los deseos del Salvador, le dicen: El Maestro te dice..., lo que expresa claramente era su discípulo. Por cierto que sería de los más íntimos y familiares, puesto que le manifestaban lo que nadie sabía aún respecto á la pasión: El Maestro te dice: Mi tiempo está ya cerca, lo que sólo se puede hacer con las personas íntimas con quienes se tiene mucha familiaridad (Evangelio de S. Mateo, XXVI, v. 18).
Sería muy curioso averiguar quién era este Padre de familias. Los escritores antiguos y muchos expositores manifiestan su opinión, que es más ó menos aventurada, sin que pueda dársele á ninguna el título de muy probable. Teofilacto juzga que fué Simón el Leproso, sin tener en cuenta que éste habitaba en Betania y no en Jerusalén; Juan Maldonado insinúa la idea de que fué Nicodemus ó José de Arimatea, sin más indicios de que, como éstos, era rico, noble y familiar de Cristo; Pedro de Natal afirma que era Prisco, discípulo del Señor, pero sin fundamento alguno, y otros autores dejan indicadas otras muchas opiniones que consigna y refuta Agustín Sales (Disertación histórica del Sagrado Cáliz, página 30). Más racional es la afirmación de este último escritor, aunque tampoco nos satisface por completo. Dice que la casa del Padre de familias pertenecía á un nobilísimo varón llamado Chusa, procurador y tesorero de Herodes Antipa, como escribe San Lucas (VIII, 3), cuya mujer, nombrada Juana, era discípula del Señor y una de las santas mujeres que le seguían en su predicación, y le sustentaban. Las razones en que funda su opinión son muy curiosas, por lo que nos permitimos transcribirlas.
«Primeramente, dice, porque ser dueño de una casa tan grande y magnífica como lo era la del santo cenáculo de Sion y tan ricamente adornada, como vimos antes, á ninguno conviene más que á un varón muy rico y poderoso, cual era Chusa, procurador de Herodes. Que este mismo varón fuese discípulo y familiar de Cristo, claramente lo indica S. Lucas, pues refiriendo que Juana su mujer acompañaba al Señor en su predicación por los lugares y castillos, no dudamos que sería consintiéndolo y queriéndolo su marido, y cierto que esto no lo permitiría á una matrona tan principal á no estar bien enterado de la doctrina y persona de Cristo y sus discípulos, y á no tener familiar trato con su Majestad, si bien oculto como Nicodemus y José de Arimatea, y á no ser como ella discípulo de Cristo. Acompañaba, pues, esta nobilísima matrona, con otras muchas, como escribe S. Lucas, á su divina Majestad y discípulos por lugares, castillos y desiertos, y les mantenía á sus costas, á la manera que en Roma Sta. Plautila, Sta. Flavia Domitila, Sta. Lucina, Priscila, Sta. Pudenciana, Sta. Práxedes y otras nobles y opulentas matronas mantenían á S. Pedro, á S. Pablo, á S. Clemente, á S. Pío, á S. Cayo, á S. Marcelo y á otros romanos pontífices con sus presbíteros y diáconos, como leemos en las Historias eclesiásticas; y ofreciéndose ahora ocasión á Chusa y á su mujer de servir á Cristo franqueándole su casa y riquezas para celebrar sus cenas, ¿quién duda que le ofrecerían, como lo hicieron, toda su gran casa y haberes? Y si bien es verdad que como á procurador de Herodes Antipa, como dice S. Lucas, mayordomo ó tesorero, como indican otros monumentos, debía tener este insigne varón su habitación en Galilea, de donde era tetrarca su amo; sin embargo, no se puede dudar que tendría casa en Jerusalén, para cuando se ofreciese ir á ella, ó á celebrar la Pascua y otras festividades, ó por otros negocios, pues también Herodes Antipa, sobre tener su palacio en Galilea, tenía otro en Jerusalén para ir á celebrar la Pascua, y en él fué menospreciado su divina Majestad cuando Pilatos se lo remitió. Vemos, pues, que todas las calidades de rico, noble, discípulo y familiar de Cristo, que suponen los evangelistas en el Padre de familias, se encuentran, según S. Lucas lo insinúa, en este noble varón, por lo que parece más verosímil, por las conjeturas tan fuertes que se han producido, que este Chusa, y no otro, fué el Padre de familias. Y á la verdad, ninguno de los discípulos ocultos de Cristo podía tener menos temor ni recelo que éste en admitir á su divina Majestad, pues Herodes, su amo, estimaba mucho á Cristo y le deseaba ver. De los judíos, en caso que lo supiesen, no tenía que recelar por la autoridad y respeto que tenían á Herodes, y en ninguna casa mejor podía estar su Majestad, ni más seguro ni más á gusto que en la de este varón: circunstancias que no militaban en los demás discípulos ocultos y nobles de este Señor».
Sea lo que quiera de quién fuese el Padre de familias del que nos habla el Evangelio, es bien cierto que era varón riquísimo, y, como los grandes personajes de su tiempo, podía servirse en sus cenas y convites de cálices preciosísimos, especialmente de piedras extrañas y de gran valor, con guarniciones de oro, como lo es el que se venera en la catedral de Valencia. Además, no cabe duda que el dueño del cenáculo ofreciera al Salvador la joya más estimada, sabiendo quién era y que iba á celebrar en su mansión la fiesta más solemne del año.
De que usaban en tiempo de Jesucristo, y aun antes, cálices preciosos los personajes de riqueza y posición principal, cosa es que no ofrece género alguno de duda. Plutarco reprende la gran vanidad de los griegos porque usaban cálices de oro; los egipcios empleaban también en sus convites cálices preciosos, lo mismo que los romanos, que estimaban mucho los de esmeralda, mirra y sardónica. Los hebreos también seguían esta práctica en tiempo de Herodes, á imitación dé los gentiles, y si bien les estaba prohibido el uso del cáliz de oro, destinado sólo á los reyes y príncipes, era corriente en ellos el de plata y piedras preciosas. Los plebeyos los tenían de madera, de barro, de vidrio ó de piedra ordinaria, proporcionando su valor con sus haberes, posibilidad ó rango.


Han dicho algunos que teniendo nuestro Salvador tanto afecto á la pobreza, debió consagrar en un vaso rústico y sin ningún valor. Esto equivaldría á decir que debió hospedarse, para celebrar la Pascua, en un pequeño desván, sin lujo y aparato, cosa contraria á lo que nos dice el Evangelio. Téngase presente que el cáliz que usó no era propio, pues á serlo no dudamos fuera de barro, sino de persona muy principal, que por inspiración del mismo Dios previno y adornó ricamente el cenáculo para recibir en él al Maestro y sus discípulos, y que debió ofrecerle lo más precioso y magnífico, lo cual en nada desdice de la pobreza voluntaria de Cristo y sus discípulos, como ni el haber usado de preciosos cálices y delicados manjares cuando fué convidado en casa de Zaqueo, Simón, Marta y otros personajes de linaje y riqueza. Además, así como el Señor, para instituir el sacramento de la adorable Eucaristía, eligió una casa suntuosa, usó también, por poseerlo su dueño, un cáliz precioso en que poder hacer la obra más grandiosa de su amor, dando también el ejemplo para que en su Iglesia se usase para tan soberano misterio de cálices preciosos.


De lo dicho fácilmente se deduce que Jesucristo consagró en la noche de la institución de la Eucaristía en un cáliz precioso, acaso el más precioso que poseía el Padre de familias, y por consiguiente, no hay repugnancia alguna de que dicho cáliz sea el que, como tal, se venera en la Catedral de Valencia.

Del pasaje evangélico transcrito anteriormente, y de los que escriben los otros evangelistas respecto al mismo objeto, parece deducirse que nuestro Señor celebró más de una cena aquella noche memorable, víspera de su pasión y muerte, usando de cáliz en cada una de ellas.

Que celebró la cena del cordero pascual lo indica bien claramente la Sagrada Escritura cuando dice por S. Mateo, S. Marcos y S. Lucas que declinada la tarde (entre dos luces) comía Cristo con sus discípulos y significándoles cuánto había deseado celebrar con ellos la cena del cordero antes de su pasión. Dicha cena se sujetaba á ciertas ceremonias consignadas en el capítulo XII del Éxodo, y descritas más circunstancialmente en el capítulo XIII del Levítico, entre las que recordaremos el sacrificio de un solo cordero, por numerosa que fuese la familia, el que se debía consumir todo, bien comiéndolo, bien por el fuego, bastando para cumplir con el precepto de la ley el tomar un pedazo por pequeño que fuera; se debían mezclar con su comida panes ázimos y lechugas silvestres, y aquélla tenía que hacerse apresuradamente, de pie, con las extremidades de las vestiduras atadas á la cintura, calzados los pies y los báculos en las manos.
Añade el expositor Calmet, y otros autores, que después de comer el cordero, era costumbre entre los hebreos que el Padre de familias, tomando un cáliz de vino aguado, y proferidas sobre él algunas oraciones, bebiese primeramente, y después lo distribuyese entre los comensales, lo que parece también indicar S. Lucas cuando dice que Jesús tomando el cáliz dio gracias y dijo: Tomad y distribuidlo entre vosotros. Cumplidas estas ceremonias dio Cristo fin á la cena legal ó ceremonia pascual con sus apóstoles, sujetándose, sin duda, á todas las que mandaba la ley, pues jamás las quebrantó, antes por el contrario, las cumplió escrupulosamente.


A la cena del cordero, que como se ve no era más que una ceremonia, debió seguir la común, puesto que la primera era imposible bastase para el sustento del cuerpo. Acabadas, pues, las ceremonias legales, se previnieron diferentes manjares, de los que tomó cada uno la cantidad que necesitaba para su alimentación, y como dicha cena, por ser víspera de la solemnidad de la Pascua, sería más espléndida y abundante, debieron beber varias veces Cristo y los apóstoles, usándose diferentes cálices, los cuales pudieran ser tal vez de plata ó de otra materia no tan preciada. Aunque no era frecuente entre los judíos beber el vino puro en la comida, sino mezclado en mucha agua, cuando la solemnidad era grande, al terminarla lo gustaban purísimo. Antes de acabarse esta cena Jesús indicó que uno de los apóstoles le entregaría aquella noche, y dando un pedazo de pan mojado á Judas, indicó quién era el traidor. Hecha la cena común, como dice S. Juan, procedió el Señor al lavatorio, terminado el cual se sentó de nuevo con sus discípulos, proveyóse de pan ázimo y de un cáliz, tomó el primero con sus manos, lo consagró y, convertido en su propio cuerpo en virtud de sus propias palabras, lo distribuyó entre sus discípulos, haciendo lo mismo con el vino contenido en el cáliz, que convirtió en su sangre preciosa. Instituido así el sacramento de la Eucarística, se comulgó el Salvador á sí mismo con entrambas especies, dióles pedazos de pan á cada uno de los apóstoles, comulgándose ellos mismos, é hicieron lo propio con el cáliz que les entregó, del que cada uno tomó un sorbo. Acabada la comunión, el Señor predicó el admirable sermón que refiere S. Juan, y después se fueron todos al monte Olivete, bien entrada ya la noche.
«La cena legal celebró Cristo nuestro bien recostado en tierra con los apóstoles, sobre una mesa ó tarima que se levantaba del suelo poco más de seis ó siete dedos, porque ésta era la costumbre de los judíos. Y acabado el lavatorio, mandó Su Majestad preparar otra mesa alta como ahora usamos para comer, dando fin con esta ceremonia á las cenas legales y cosas ínfimas y figurativas, y principio al nuevo convite en que fundaba la nueva ley de gracia: y de aquí comenzó el consagrar en mesa ó altar levantado que permanece en la Iglesia católica. Cubrieron la nueva mesa con una toalla muy rica, y sobre ella pusieron un plato ó salvilla, y una copa grande de forma de cáliz, bastante para recibir el vino necesario, conforme á la voluntad de Cristo nuestro Salvador, que con su divino poder y sabiduría lo prevenía y disponía todo. Y el dueño de la casa le ofreció con superior moción estos vasos tan ricos y preciosos de piedra como esmeralda. Y después usaron de ellos los sagrados apóstoles para consagrar cuando pudieron, y fué tiempo oportuno y conveniente. Sentóse á la mesa Cristo nuestro bien con los doce apóstoles y algunos otros discípulos, y pidió le trajesen pan cenceño sin leva- dura y púsolo sobre el plato, y vino puro, de que preparó el cáliz con lo que era menester» (Mística ciudad de Dios, por Sor María de Jesús de Agreda, lib. VI, capítulo XI, número 1181).


Por lo anteriormente dicho vemos que Cristo celebró tres cenas diferentes aquella memorable noche, y aunque nada consta por documentos de una manera clara, es probable que en ellas se usasen cálices distintos. Esto nos llevará al convencimiento de que si en el siglo VIII se hablaba de un cáliz de plata usado por nuestro Salvador en la noche de la cena del cordero, y en posteriores tiempos de otros cálices, aunque sin ningún fundamento, como veremos luego, no hay razón para afirmar que el venerado en la catedral de Valencia, por ser de piedra, no puede ser el que se empleó en la institución de la Eucaristía.

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