jueves, 8 de mayo de 2014

El Santo Cáliz de Valencia. Catalina Martín Lloris





DESCRIPCIÓN DEL SANTO CÁLIZ DE VALENCIA

A la hora de analizar la pieza me remito a la obra que en 1960 escribió el catedrático de la Universidad de Zaragoza Antonio Beltrán, dado que como arqueólogo e historiador, el análisis que él realizó de cada una de las piezas y de la copa en general es el más completo y profundo de los llevados a cabo hasta el momento. Sin embargo, para realizar el estudio de la reliquia también es importante ver los análisis que se han hecho de ella hasta el de Beltrán.
Los inventarios antiguos lo mostraban como un Cáliz con asas y una altura de 17centímetros. Su copa la describían de ágata y su medida era de 9 centímetros de diámetro. Su base, o pie, también de ágata con forma elíptica, de 14,5 por 9,7 centímetros. Todo lo demás: fuste central con su nudo, dos asas laterales y la montura de su base, era descrito como oro, finamente burilado. En la montura de la base lleva engastadas 28 gruesas perlas, dos balaxes y dos esmeraldas.
En el año 300 había también cálices de oro y plata, aunque sean los de vidrio los más característicos de tiempos de persecución. Más tarde, durante la Paz de la Iglesia, Constantino donó cálices de metales preciosos enriquecidos con perlas a varias iglesias. También San Jerónimo (342-420) hablaba de cálices vaciados en duras piedras (ónice o ágata probablemente), como el de la Catedral de Valencia. Además cabría destacar que en Occidente la caída de Roma y el empobrecimiento consiguiente a las invasiones, se reflejó también en la utilización de los materiales con los que se realizaban los cálices. Estas afirmaciones han llevado a algunos historiadores a afirmar que si hay algún ejemplar precioso en los siglos V y VIII proviene del Oriente cristiano.
Al mismo tiempo, por los mosaicos y sarcófagos de los siglos V y VI sabemos que el tipo de dos asas estaba en uso, ya que algunos investigadores afirman que era obligatorio en tiempos de San Gregorio Magno (590-604). Este tipo persevera hasta el siglo X tanto en Occidente como en Oriente, como el de San Marcos en Venecia, y contemporáneamente subsiste el Cáliz sin asas, copa redonda, nudo y pie, el de Zanon, el de San Eloy (Chelles). Estos datos podrían ayudarnos a contextualizar el cáliz de Valencia. Sin embargo para nosotros el hecho de que el cáliz tenga o no asas no es importante, ya que según el estudio arqueológico éstas fueron puestas más tarde.


Si realizamos un análisis descriptivo de la pieza encontraríamos la copa, que estaría formada por la copa en sí, que estaría labrada en calcedonia. La calcedonia es un conglomerado de minerales de cuarzo en una variedad llamada cornalina, de color rojo cereza, también conocida por los nombres de cornarina o cornarina oriental. También podría ser sardónica o sardonice con un color rojo sanguíneo o pardo; e incluso presenta en uno de sus lados un amplio veteado grisáceo muy parecido al del ágata. Este sistema para colorear el ágata se sabe que ya lo usaba Plinio y que aún se usa en Oberstein, una región del Palatinado. El método consiste en que se sumergen las copas de ágata nativa en aceite, cada una lo absorbe desigualmente, luego se hierven en ácido sulfúrico, que ataca y modifica de forma diferente la materia orgánica que las impregnaba, convirtiéndola así en materia colorante. Este proceso explicaría las distintas coloraciones de la copa y por esto podría ser calificada de ónice, como ya hizo en su tiempo Attilio Zuccagni, director del gabinete de Historia Natural de Florencia bajo el reinado de Carlos IV de España, según transmitió el padre Villanueva.


El pie de la copa no es de concha sino de calcedonia, de color brillante y muy diáfano al trasluz, parece más opaca y oscura de lo que es. Tiene una inscripción árabe cúfica y la calidad del trabajo y de la piedra es muy distinta e inferior al de la copa. Es como una copa en posición invertida, según Beltrán. Es un pie casi rectangular con los lados cortos redondeados, rehundidos en el interior con 4 y 3 centímetros de eje mayor y menor y una altura de 5 milímetros. La naveta tiene todo el borde recubierto de una fina y estrecha lámina de oro. Éste no es su apoyo actual, sino que sirve de pieza de engarce de una montura que reproduce la forma de la naveta, con adorno de perlas, estando rematada por una forma labrada y calada con un aspecto muy gótico y absolutamente distinto al del resto de la orfebrería del nudo. Esta montura se sujeta al borde de oro con dientes triangulares que debieron doblarse con alicates y dejaron su huella. Así aparecen dos hipótesis: o se usó una naveta de culto como pie del Cáliz que ya estaba enriquecida con filete de oro, o se puso cuando se montó el Cáliz porque era lo que se apoyaba en el suelo; si es esto último se pondría después porque la montura ideada no daba demasiada seguridad. La naveta que forma el pie puede hoy separarse del conjunto del Cáliz. Su base está encajada en un recipiente que hay en el extremo inferior del nudo, al que queda sujeto mediante cuatro tirantes de oro. El nudo que une la parte inferior con la copa la podríamos dividir en tres partes muy diferenciadas entre sí. El nudo en sí, globular, achatado y unido por tallos de corte hexagonal y en cuyo interior se asienta, pegada, la base de la copa. Además tendría las dos asas en forma de media S que corren entre las dos piezas extremas ya reseñadas, una por cada lateral. Y finalmente la montura y la guarnición con el óvalo de oro calado y los cuatro tirantes articulados sobre los cuales hay 27 perlas y 4 piedras. El oro de esta parte está burilado con decoración de entrelazos, que dejan en cada banda espacios lisos o puntillados delicadamente a buril y en cambio rellenan el fondo con motivos vermiculados y otros de aspecto nielado, dispuestos profusamente, como en un “horror vacui” muy característico. Además esta parte del Cáliz presenta en las dos facetas laterales exteriores un motivo vegetal gótico de hojitas con nervio central, lo que es un aspecto importante porque, como ya en su día destacó Beltrán, confirma que esta parte, al igual que las perlas y esmeraldas de la base, fueron puestas posteriormente. Por lo tanto podríamos concluir con la misma afirmación que en su día hizo Antonio Beltrán, que el Cáliz tal y como hoy lo conocemos estaba ya montado en San Juan de la Peña en 1399 y no se modificó en Valencia salvo la restauración de 1744 y la sustitución, no se sabe cuándo, de alguna de las perlas y de una piedra en 1959. El resto está intacto por lo menos desde el siglo XIV. Es imposible que los pies sean posteriores a 1399, aunque es correcto suponer que la copa antigua haya podido recibir de otra copa el pie y la orfebrería del siglo XIII, incluso es probable que sea un poco posterior a estas fechas el conjunto de base del pie y de tirantes de sujeción del mismo. De hecho observamos que la tipología de las copas durante la baja Edad Media guarda similitudes con la reliquia del Cáliz. Son pocos los ejemplos que quedan en la Corona de Aragón de cálices y, sin embargo, los que existen catalogados de 1350 a 1493 guardan características similares. Por lo tanto, aunque la copa propiamente dicha se corresponda con el siglo I y la época de Jesucristo, la decoración se realizó posteriormente con el estilo que entonces prevalecía en la Corona de Aragón. Lo que es cierto es ya en 1399 estaba como en la actualidad, como consta en el pergamino 133, fue aproximadamente desde 1350 hasta 1399 cuando los monjes embellecieron la reliquia por la importancia de ésta. De este modo y al hacerlo en este periodo lo hicieron con las formas que se usaban en ese momento.
Siguiendo el estudio que Nuria de Dalmases hace de la orfebrería medieval, observamos que los cálices más importantes de este período tienen numerosos parecidos con el revestimiento que a la reliquia se le hizo en esta época. Aunque son pocos los cálices conservados de época medieval, la mayoría estaban realizados en Barcelona. Son en su mayoría de plata dorada y si no es en su totalidad sí en algunas partes. Esto ocurre con el Cáliz. No podemos analizar aquí la copa, ya que es una reliquia, pero sí los añadidos que se hicieron posteriormente. Estructuralmente los cálices se dividían en tres partes, el pie, el eje y la copa. La copa ha sido ya analizada por el catedrático Beltrán como pieza arqueológica, sin embargo, el eje y el pie fueron añadidos posteriores que siguieron la moda de la época. La mayor decoración se colocaba, justamente, en estas dos partes, en el eje y en el pie, si bien en algunos ejemplos como el cáliz de Galcerà de Vilanova o el de la Seo de Urgell no ocurre esto, pero son de época posterior.
Otro aspecto interesante es la inscripción que aparece en la base del cáliz como dato interesante que nos aporte más información sobre la reliquia. La inscripción es árabe, puesta casi paralela al eje menor: “li-Izahirati” o “lilzahira”, o sea, “para el que reluce”, “para el que da brillo”, o sea, “para Dios”. Por lo tanto esta vasija pudo ser usada como naveta para incienso. También se cree que podría decir “para la más floreciente”, entendiendo que se refiere al Alcázar que Almanzor mandó edificar para su recreo en Córdoba, que se llamó azzahira, siendo de fabricación cordobesa y oriental. También podría ser “al que más brilla”, dirigido a Jesucristo. Esta inscripción era usual utilizarla en la época para aquellas piezas de uso religioso.
En el nudo de unión del pie con la copa aparece toda la decoración de esgrafiados y oro. La particularidad que presenta la cubrición que le hicieron al cáliz es la de ponerle asas, pues no era lo corriente entre los cálices de la época, como el del Papa Luna, en Peñíscola, el del conde de Mallorca o el del Museo del Louvre. En este caso salen dos asas con forma de S a cada lado con multitud de decoración de esgrafiado.
Finalmente, podríamos concluir afirmando que el trabajo de orfebrería del Santo Cáliz es de la misma mano y época pero muy desigual; el vermiculado, el punteado y la decoración de las asas es de gran finura y los entrelazos, ochos y líneas del nudo y los dos apoyos de los fondos de las copas son menos hábiles.
La copa superior, procedente de un taller oriental, helenístico-romano, de los siglos II y I antes de Cristo. La naveta del pie, con reborde de oro, originaria de taller cordobés o tal vez fatimita, siglo X al XII. Las asas, nudo y orfebrería, obra singular de orfebre gótico de fines del siglo XIII o primera mitad del siglo XIV con presencia de ideas del mundo musulmán; un fuerte poso de las miniaturas mozárabes, conocedor de las técnicas orientales y mediterráneas y hasta de los modos de hacer mudéjares, pero imbuido en lo esencial por lo carolingio. Los tirantes del pie son de muy inferior calidad y por sus características se habrían realizado hacia la segunda mitad del siglo XIV. Las piedras y perlas son de los siglos XII al XIV.
Las distintas piezas del Santo Cáliz se reunieron en San Juan de la Peña, donde fueron montadas por un orfebre, que debió de trabajar allí, mejor francés que mozárabe o mudéjar, a principios del siglo XIV. Después, tal vez de otra mano, se le añadió el borde actual del pie con los tirantes, perlas y piedras; en 1399 estaba como hoy lo conocemos, o por lo menos así figuraba en el inventario de Martín el Humano en 1410. La montura y los añadidos del pie pudieron hacerse en Zaragoza o Barcelona entre 1399-1410. De la datación de la copa y la situación geográfica del taller se deduce la más absoluta fidelidad arqueológica. El resto de las piezas se añadieron por el valor y la importancia que el Santo Cáliz tenía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario