miércoles, 10 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (X). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (X)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


Lo que afirma la historia

«Es la causa primera y principal de los hechos históricos la providencia, que rige los destinos del mundo encaminándolo todo a la gloria de Dios y al bien de los hombres.»
SAN AGUSTÍN. «De Civitate Dei»


De San Juan de la Peña a Zaragoza

Es el doctor Agustín Sales quien, al tratar de la antigua tradición aragonesa de la posesión del auténtico Cáliz de la Cena, nos da la primera noticia concreta con aseveración y subrayado de las siguientes frases: «De esta firme, inconcusa y universal Tradición del Reyno de Aragón, y de la Carta Original del Santo Levita Laurencio a la ciudad de Huesca, nació el que para memoria de los venideros siglos se testificase un Acta en el Monasterio de San Juan de la Peña, en que se veneraba la carta auténtica del Santo, a 14 de diciembre del año 1134, cuyo trasunto debemos a la diligencia y estudio del doctor don Juan Agustín Ramírez, Canónigo Magistral de la Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza (en su obra Vida de San Laurencio, tomo 19, p. 101). En él se leen estas palabras: «En un arca de marfil está el Cáliz en que Cristo Nuestro Señor consagró su Sangre, el cual envió San Lorenzo a su Patria, Huesca. Esta fecha de 1134 corresponde al cuarto mes del reinado de Don Ramiro II el Monje». Este sería, ciertamente, el primer documento con valor histórico; pero pierde validez al no haber podido ser hallado.
De aquí que sea en 26 de septiembre de 1399 el momento en que se inicia de modo indiscutible la plena historia documentada del Santo Cáliz, con el rey Martín el Humano.
Era este don Martín —el mismo que al morir sin sucesión, en 1410, motivara el Compromiso de Caspe— hijo de Pedro IV de Aragón y hermano de Juan I, el Dadivoso, al que sucedió en el trono de Aragón y Valencia.
De carácter bondadoso, pacífico y justo, vivió abrumado por las contrariedades y acosado por parientes ambiciosos que tiñeron con fatal dramatismo el final de su reinado. Cabe anotar como hechos destacados sucedidos durante este período el saqueo de Torreblanca, en 1397, por los moros berberiscos, y las luchas fraticidas entre los Soler y los Centelles. Pero también hay que destacar en su haber la preocupación que siempre tuvo por remediar las necesidades públicas; así, fueron obra suya la creación del Hospital de En Conill, para atender a pobres peregrinos (1397); la del de En Bou, para pobres pescadores, y en 1409, la del Hospital General, primer manicomio del mundo.
Hombre de extraordinaria devoción y espiritualidad, que no eran obstáculo para que la prudencia, la energía y la humanidad se conjugaran perfectamente en su tarea de gobierno, al enterarse poco después de coronado de que en el Monasterio de San Juan de la Peña se conservaba el Santo Cáliz de la Cena del Señor, llevado de su gran piedad y devoción a las reliquias, entró en deseos de poseer tan preciada joya, por lo que el 29 de agosto de 1399 expidió las siguientes Letras dirigidas al Prior del Monasterio:
El Rey- «Prior: Rogamos vos muyt affectuossament que luego encontinent vengades a nos e nos aportedes el calzer de piedra con el qual celebrades e trayet la carta del rey qui el dito caliz die al vuestro monasterio. E esto per res no mudedes ni dilatades como nos lo queramos veyer e ensenyas ad algunos etrangers qui son aqui con nos. Dada eu Caragoca dius nuestro siello secreto a XXIX dias Agosto del anyo de nuestro Senyor MCCC.XC.VIIII- Rex Martinus- Dirigitur priori Sancti Johannis de la penya- Dominus Rex mandavit mihi Berengario Sarta.» (Arch. de la Corona de Aragón. Registro 2.242, fol. 171).
Hecha la anterior petición a los monjes del Monasterio —parece ser que amparado y con el beneplácito del Papa aragonés Benedicto XIII (Pedro de Luna); del Abad de San Juan de la Peña, confesor y consejero privado del Pontífice en su palacio-cárcel de Aviñón, y hasta del mismo San Vicente Ferrer, todavía adicto a éste— resolvieron aquellos por unanimidad satisfacer el piadoso deseo del rey, y así lo hicieron, con otorgamiento de la correspondiente escritura pública que lleva la fecha anteriormente indicada.
En este documento, firmado por Berenguer Sarta, secretario general del rey don Martín, y que se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón, pergamino núm. 136 de la colección del rey don Martín, se reseña el acto y sus antecedentes en la forma cuyo contenido sintetizamos:
El rey había deseado y procurado mucho —desideratet e affectaret multum— poseer el Cáliz de la Consagración que guardaba el monasterio y convento de Benitos Claustrales de San Juan de la Peña, situado en las montañas de Jaca desde los tiempos en que San Lorenzo lo había enviado con una carta suya. De la gestión encargó el rey al P. Antonio, Arzobispo, y este, en el día 26 de septiembre de 1339 antedicho, volvió a Zaragoza, acompañado del prior de San Juan de la Peña, el religioso Fr. Bernardo, quien contó al rey en el acto descrito cómo se había celebrado en el monasterio un capítulo de todos los priores y monjes, y tras deliberación sobre la petición real habían acordado por unanimidad —nemine discrepante— entregar al Señor Rey en sus manos, el Cáliz —traditit in manibus suiis Calice— de piedra en el cual Nuestro Señor Jesucristo, en su Santa Cena, consagró su Preciosa Sangre.
Entonces el Rey recibió en sus manos el Cáliz antedicho y, deseando agradecer por él mismo el extraordinario desprendimiento de la Comunidad, hizo entrega al Prior, para el servicio de su Monasterio, de un cáliz de oro procedente de su Capilla real —unum calice aureo—, de gran valor, con estas señales: En el pie, tres esmaltes, dos timbres y un Cristo crucificado; en el pomo, que está en medio, seis esmaltes; dos con las armas de Aragón, dos con las insignias de los reyes y dos imágenes de San Jorge con una cruz, y en la patena, una imagen del Padre Eterno. Al hacer el rey tal cesión al monasterio lo hace con la obligación de que aquel, el que don Martín entregaba, no sería nunca vendido ni empeñado, de lo cual había de prestar juramento el Abad mayor y los Priores, los actuales y los futuros, los que pro tempere fuerint, de suerte que este cáliz sea exclusivamente dedicado al servicio de este Monasterio. Cáliz que, por cierto, desaparecería, fundido, en uno de los dos grandes incendios, el acaecido el 17 de noviembre de 1494, que padeciera el Monasterio de San Juan de la Peña.
Con este episodio se cierra la etapa de permanencia del Santo Cáliz en el memorable cenobio. Y allí queda el Monasterio, dos veces milenario, cargado de historia, de prestigio, sufriendo, entre otros muchos avatares, la incuria del tiempo y el olvido de los hombres primero, y, por fin, la exclaustración, último eslabón de su destino histórico.
A partir de este momento ya puede ser seguida fiel y documentada la trayectoria histórica de la magna Reliquia.
Trasladada a la Capilla del Real Palacio de la Aljafería, en Zaragoza, pasa a ser venerado en ella y a figurar como joya integrante de los tesoros y reliquias de la capilla real, propiedad de los monarcas de la Corona de Aragón, a cuyos actos de culto gustaba asistir personalmente el rey, siempre que se lo permitían sus numerosos quehaceres de gobierno a que se veía obligado, dada la extensión de los Estados que constituían la Corona de Aragón y las espinosas discordias que a la sazón existían entre los Urreas y los Lunas en Aragón y entre los Soler y los Centelles en Valencia.
Veintitrés años después, decide el rey don Martín trasladar su residencia a Barcelona, en donde fallecía, sin dejar sucesión legítima, el 31 de mayo de 1410, estando en el Monasterio de Valldoncella, dejando dispuesto que le sucediera «quien tuviera mejor derecho».
Que llevara consigo las reliquias de que era poseedor y con ellas el Santo Cáliz, se desprende de la lectura del Inventario de bienes que a poco de la muerte del rey se hiciera en septiembre de 1410, y en el que se hace constar: «Item. I. Calix de vincle e calcedonia, lo cual, segons se diu, fo aquell ab que Jhesu Christ consagrà la sua Sancta e preciosa sanch lo dijous sanct de la Cena, encastat en aur ab dites nences e canó d’aur e lo peu del qual ha dos granats a dos meracdes e XXVIII perles, conservat en I stoix de cuyr quasi blanch empremtat e laborat de si mateix».
Al difunto rey don Martín le sucede en el Reino, como resultado de su mayor derecho reconocido en el Compromiso de Caspe (18 de abril a 28 de junio de 1412), su sobrino el Infante de Castilla, don Fernando de Antequera, acogido con simpatía en Aragón y Valencia, pero no así en Cataluña, a quien le sucederá a su muerte, el 2 de abril de 1416, su hijo Alfonso V el Magnánimo.

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