EL SANTO CÁLIZ
DE LA CENA
SANTO GRIAL
VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (X)
Manuel Sánchez
Navarrete
Valencia 1994
Lo que afirma la historia
«Es la causa
primera y principal de los hechos históricos la providencia, que rige los
destinos del mundo encaminándolo todo a la gloria de Dios y al bien de los
hombres.»
SAN AGUSTÍN. «De
Civitate Dei»
De San Juan de
la Peña a Zaragoza
Es el doctor
Agustín Sales quien, al tratar de la antigua tradición aragonesa de la posesión
del auténtico Cáliz de la Cena, nos da la primera noticia concreta con
aseveración y subrayado de las siguientes frases: «De esta firme, inconcusa y
universal Tradición del Reyno de Aragón, y de la Carta Original del Santo
Levita Laurencio a la ciudad de Huesca, nació el que para memoria de los
venideros siglos se testificase un Acta en el Monasterio de San Juan de la Peña,
en que se veneraba la carta auténtica del Santo, a 14 de diciembre del año
1134, cuyo trasunto debemos a la diligencia y estudio del doctor don Juan
Agustín Ramírez, Canónigo Magistral de la Santa Iglesia Metropolitana de
Zaragoza (en su obra Vida de San
Laurencio, tomo 19, p. 101). En él se leen estas palabras: «En un arca de marfil está el Cáliz en que
Cristo Nuestro Señor consagró su Sangre, el cual envió San Lorenzo a su Patria,
Huesca. Esta fecha de 1134 corresponde al cuarto mes del reinado de Don Ramiro
II el Monje». Este sería, ciertamente, el primer documento con valor
histórico; pero pierde validez al no haber podido ser hallado.
De aquí que sea
en 26 de septiembre de 1399 el momento en que se inicia de modo indiscutible la
plena historia documentada del Santo Cáliz, con el rey Martín el Humano.
Era este don
Martín —el mismo que al morir sin sucesión, en 1410, motivara el Compromiso de
Caspe— hijo de Pedro IV de Aragón y hermano de Juan I, el Dadivoso, al que
sucedió en el trono de Aragón y Valencia.
De carácter
bondadoso, pacífico y justo, vivió abrumado por las contrariedades y acosado por
parientes ambiciosos que tiñeron con fatal dramatismo el final de su reinado.
Cabe anotar como hechos destacados sucedidos durante este período el saqueo de
Torreblanca, en 1397, por los moros berberiscos, y las luchas fraticidas entre
los Soler y los Centelles. Pero también hay que destacar en su haber la
preocupación que siempre tuvo por remediar las necesidades públicas; así,
fueron obra suya la creación del Hospital de En Conill, para atender a pobres
peregrinos (1397); la del de En Bou, para pobres pescadores, y en 1409, la del
Hospital General, primer manicomio del mundo.
Hombre de
extraordinaria devoción y espiritualidad, que no eran obstáculo para que la
prudencia, la energía y la humanidad se conjugaran perfectamente en su tarea de
gobierno, al enterarse poco después de coronado de que en el Monasterio de San
Juan de la Peña se conservaba el Santo Cáliz de la Cena del Señor, llevado de
su gran piedad y devoción a las reliquias, entró en deseos de poseer tan
preciada joya, por lo que el 29 de agosto de 1399 expidió las siguientes Letras
dirigidas al Prior del Monasterio:
El Rey- «Prior: Rogamos vos muyt affectuossament
que luego encontinent vengades a nos e nos aportedes el calzer de piedra con el
qual celebrades e trayet la carta del rey qui el dito caliz die al vuestro
monasterio. E esto per res no mudedes ni dilatades como nos lo queramos veyer e
ensenyas ad algunos etrangers qui son aqui con nos. Dada eu Caragoca dius
nuestro siello secreto a XXIX dias Agosto del anyo de nuestro Senyor
MCCC.XC.VIIII- Rex Martinus- Dirigitur priori Sancti Johannis de la penya-
Dominus Rex mandavit mihi Berengario Sarta.» (Arch. de la Corona de Aragón.
Registro 2.242, fol. 171).
Hecha la
anterior petición a los monjes del Monasterio —parece ser que amparado y con el
beneplácito del Papa aragonés Benedicto XIII (Pedro de Luna); del Abad de San
Juan de la Peña, confesor y consejero privado del Pontífice en su palacio-cárcel
de Aviñón, y hasta del mismo San Vicente Ferrer, todavía adicto a éste—
resolvieron aquellos por unanimidad satisfacer el piadoso deseo del rey, y así
lo hicieron, con otorgamiento de la correspondiente escritura pública que lleva
la fecha anteriormente indicada.
En este
documento, firmado por Berenguer Sarta, secretario general del rey don Martín, y
que se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón, pergamino núm. 136 de la
colección del rey don Martín, se reseña el acto y sus antecedentes en la forma
cuyo contenido sintetizamos:
El rey había deseado
y procurado mucho —desideratet e affectaret
multum— poseer el Cáliz de la Consagración que guardaba el monasterio y
convento de Benitos Claustrales de San Juan de la Peña, situado en las montañas
de Jaca desde los tiempos en que San Lorenzo lo había enviado con una carta
suya. De la gestión encargó el rey al P. Antonio, Arzobispo, y este, en el día
26 de septiembre de 1339 antedicho, volvió a Zaragoza, acompañado del prior de
San Juan de la Peña, el religioso Fr. Bernardo, quien contó al rey en el acto
descrito cómo se había celebrado en el monasterio un capítulo de todos los
priores y monjes, y tras deliberación sobre la petición real habían acordado
por unanimidad —nemine discrepante— entregar
al Señor Rey en sus manos, el Cáliz —traditit
in manibus suiis Calice— de piedra en el cual Nuestro Señor Jesucristo, en
su Santa Cena, consagró su Preciosa Sangre.
Entonces el Rey
recibió en sus manos el Cáliz antedicho y, deseando agradecer por él mismo el
extraordinario desprendimiento de la Comunidad, hizo entrega al Prior, para el
servicio de su Monasterio, de un cáliz de oro procedente de su Capilla real —unum calice aureo—, de gran valor, con
estas señales: En el pie, tres esmaltes, dos timbres y un Cristo crucificado; en
el pomo, que está en medio, seis esmaltes; dos con las armas de Aragón, dos con
las insignias de los reyes y dos imágenes de San Jorge con una cruz, y en la
patena, una imagen del Padre Eterno. Al hacer el rey tal cesión al monasterio
lo hace con la obligación de que aquel, el que don Martín entregaba, no sería
nunca vendido ni empeñado, de lo cual había de prestar juramento el Abad mayor
y los Priores, los actuales y los futuros, los que pro tempere fuerint, de suerte que este cáliz sea exclusivamente
dedicado al servicio de este Monasterio. Cáliz que, por cierto, desaparecería,
fundido, en uno de los dos grandes incendios, el acaecido el 17 de noviembre de
1494, que padeciera el Monasterio de San Juan de la Peña.
Con este
episodio se cierra la etapa de permanencia del Santo Cáliz en el memorable
cenobio. Y allí queda el Monasterio, dos veces milenario, cargado de historia,
de prestigio, sufriendo, entre otros muchos avatares, la incuria del tiempo y
el olvido de los hombres primero, y, por fin, la exclaustración, último eslabón
de su destino histórico.
A partir de este
momento ya puede ser seguida fiel y documentada la trayectoria histórica de la
magna Reliquia.
Trasladada a la
Capilla del Real Palacio de la Aljafería, en Zaragoza, pasa a ser venerado en
ella y a figurar como joya integrante de los tesoros y reliquias de la capilla
real, propiedad de los monarcas de la Corona de Aragón, a cuyos actos de culto
gustaba asistir personalmente el rey, siempre que se lo permitían sus numerosos
quehaceres de gobierno a que se veía obligado, dada la extensión de los Estados
que constituían la Corona de Aragón y las espinosas discordias que a la sazón
existían entre los Urreas y los Lunas en Aragón y entre los Soler y los
Centelles en Valencia.
Veintitrés años
después, decide el rey don Martín trasladar su residencia a Barcelona, en donde
fallecía, sin dejar sucesión legítima, el 31 de mayo de 1410, estando en el
Monasterio de Valldoncella, dejando dispuesto que le sucediera «quien tuviera
mejor derecho».
Que llevara
consigo las reliquias de que era poseedor y con ellas el Santo Cáliz, se
desprende de la lectura del Inventario de bienes que a poco de la muerte del
rey se hiciera en septiembre de 1410, y en el que se hace constar: «Item. I. Calix de vincle e calcedonia, lo
cual, segons se diu, fo aquell ab que Jhesu Christ consagrà la sua Sancta e
preciosa sanch lo dijous sanct de la Cena, encastat en aur ab dites nences e
canó d’aur e lo peu del qual ha dos granats a dos meracdes e XXVIII perles,
conservat en I stoix de cuyr quasi blanch empremtat e laborat de si mateix».
Al difunto rey
don Martín le sucede en el Reino, como resultado de su mayor derecho reconocido
en el Compromiso de Caspe (18 de abril a 28 de junio de 1412), su sobrino el
Infante de Castilla, don Fernando de Antequera, acogido con simpatía en Aragón
y Valencia, pero no así en Cataluña, a quien le sucederá a su muerte, el 2 de
abril de 1416, su hijo Alfonso V el Magnánimo.
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