martes, 9 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (IX). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (IX)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994



Lo que refieren las leyendas


Allà molt llunt, en ignorada serra,
alsa el bell cap lo Montsalvat gloriós;
hià en son cimal un temple, i en la terra
no’s veu ningú més gran i més hermós.
Una copa hià en ell, de virtut rara,
guardada com tresor el més preuat,
resor que un jorn als homeus, pur encara,
pe’ls angels del Senyor fon abaixat.
Aquell que la gloria de servirlo
gotja un poder estrany i sobrehumà.
May les arts del infern podràn ferirlo;
sa mirada no més, el mal desfà.
***
Ya sabeu tots la desitjada historia.
La lley, en mí, cumplida té que ser.
Mon pare, Parsifal, reina en sa gloria;
soch Lohengrin, son fill i cavaller.

Teodoro Llorente: Poesies valencianes.
Valencia, 1936.



Origen de una leyenda maravillosa
Suele considerarse la leyenda como una narración oral o escrita, con raíz más o menos histórica y con una gran carga de elementos imaginativos que, generalmente, aparece relacionada con una persona o un grupo humano, con un monumento, con un lugar o con un territorio, que con frecuencia acostumbran a agruparse en ciclos alrededor de un centro de interés: protagonista, acontecimiento, objeto, etc.
Básicamente aparece forjada la leyenda sobre un núcleo meramente histórico alrededor del cual se ha ido construyendo una constelación más o menos numerosa de episodios imaginativos procedentes de otras leyendas, los que a su vez pueden dar lugar a nuevas motivaciones involuntarias: errores, malas interpretaciones e incluso la sugestión producida por la realización de un hecho excepcional, sorprendente, o la acción consciente de uno o varios autores que por razones interesadas o puramente estéticas desarrollan y dan forma al embrión o tema original, al que de conformidad con la fuente proviniente puede dar lugar a las leyendas de carácter popular, como es la de El dragò del Patriarca; de carácter épico, como la de Los siete Infantes de Lara; hagiográficos, como la de San Jorge matamoros; histórico-legendarias, como la de Inés de Castro, y piadosas, como la Leyenda áurea o colección de vidas de santos y acontecimientos religiosos, cuyas fuentes se toman de la Sagrada Escritura y en las que se conjugan una vena poética ingenua, una fe profunda y una gran imaginación.
El momento histórico es el adecuado. El cristianismo ha ido extendiéndose tanto por los reinos de España como por el resto de Europa. El genio poético de los juglares y trovadores del medioevo comenzará a concretar, sobre la base de unos hechos ciertos, los símbolos legendarios más bellos y complejos. Son estos hechos ciertos: que «el Santo Cáliz de la Cena se había salvado; que estaba oculto en una montaña abrupta y misteriosa, el mons salvationis o monte de la salvación; que allí lo custodiaba una pequeña comunidad de hombres, mitad monjes, mitad soldados; que era imposible llegar a él por lo quebrado del terreno y el misterio que lo rodeaba...» El resto, las gestas caballerescas y la emoción dramática, serán superposiciones poéticas sobre un sustrato caballeresco en las obras literarias medievales, en las que el rey Anfortas tiene puntos de contacto con el rey Artús, y el caballero Parsifal coincide con el Percival de laTabla Redonda. Y todo concordando en lo esencial con lo que sucedía en San Juan de la Peña.
El hecho afirmado por la tradición, que sitúa la permanencia del Santo Cáliz sigilosamente oculto y venerado en San Juan de la Peña durante la Reconquista, en conjunción con materiales extraídos del Evangelio apócrifo de Nicodemo y de la historia de José de Arimatea, constituye probablemente la base de una serie de leyendas que durante la Edad Media se propagan por Europa. Tales leyendas, muy extendidas y de gran interés como prueba que refuerza la voz de la tradición, puesto que en ellas se inspiran, hablan de una Copa maravillosa que, escondida entre abruptas montañas, era venerada y defendida por los caballeros del Santo Grial o Graal, términos usados en tales leyendas, y que en el sentido de vaso, escudilla o copa los vemos usados normalmente en las lenguas romances de la península hispánica, como se lee en Cervantes (El Quijote, cap. 49), en el Arcipreste de Hita y en el Amadis de Gaula (I, 2º, c. 49), por ejemplo, pero que en las demás lenguas europeas sólo se utiliza para referirse al Santo Cáliz de la Cena, destacando la palabra con el apelativo Santo = Santo Grial.
Como vimos, desde un principio el Santo Cáliz debió ser conservado en secreto, primero en Jerusalén y luego en Roma; consecuencia lógica en aquellos tiempos de peligros y persecuciones. Secreto también debió ser su traslado a Huesca, donde la prudencia debió aconsejar que el mayor sigilo presidiera su estancia entre la cristiandad oscense. Pasado ya el peligro de las persecuciones y sosegados los ánimos con la seguridad de la Paz de Constantino, es lógico pensar se iniciara la extensión de un cierto culto que, poco a poco, iría esparciéndose por el mundo cristiano circundante. Pero la llegada de los nuevos peligros que suponían las invasiones y la urgente necesidad impuesta de salvar nuevamente la Sagrada Copa, motivó el traslado de ésta a un lugar recóndito de los Pirineos y su ocultación en el seguro refugio de una cueva donde luego aparece un Monasterio en la historia: San Juan de la Peña.
Y es así como surge la larga gestación de la leyenda que como un hecho natural se viene a producir en torno a un acontecimiento importante —en nuestro caso la existencia misma del Santo Cáliz o Santo Grial— en donde la fantasía individual y colectiva irá acumulando poco a poco detalles que acabarán por desfigurar el suceso real, aproximando hechos y personajes distantes de lugar y tiempo y prescindiendo de lo geográfico y de lo cronológico, hasta conformar un ciclo legendario.
Pero es el caso que a menudo suelen confundirse las leyendas con las tradiciones, siendo así que éstas —conviene insistir en ello—, derivan siempre de hechos ciertos, en tanto las leyendas se derivan de las tradiciones, que la fantasía popular transforma y embellece, entretejiendo la imaginación de unos y el ingenio y la inspiración de otros, dando lugar al desarrollo de una serie de elementos literarios más o menos relacionados con el tema básico de la tradición en que se inspira. Esto es así, hasta el punto de poder afirmarse que las leyendas que no tienen una tradición como fundamento no pasan de ser simples cuentos.
Al desaparecer el Santo Cáliz, ocultado por los cristianos custodios del mismo, sumamente preocupados en tan difíciles momentos por sumergirle en una nube de olvido que lo alejase de los ambiciosos y de los malvados, vinieron a surgir las leyendas con toda su rica gama de imaginación y lirismo. Y es como alrededor de Aquél comienzan a hacer su aparición éstas —probablemente iniciadas por los caballeros extranjeros que vinieron a participar en la Reconquista y escucharon relatos, consejos y tradiciones— con su rico cortejo de elementos derivados de la tradición pero desfigurados por el tiempo y el misterio, con los que la imaginación de juglares y trovadores, ansiosos de satisfacer su inquietud creadora y la curiosidad de los oyentes, irán forjando un mundo de hechos y prodigios, de héroes y caballeros... Y de la «copa de piedra de ágata de cornalina oriental» quedará sólo la «piedra», grande o chica, plana o cóncava, pero siempre brillante, maravillosa y magnífica; o un vaso portentoso que curaba y sanaba milagrosamente, y la Cofradía o Comunidad monacal se convertirá en los Caballeros del Santo Grial, y también se dirá de éste que desapareció arrebatado por los ángeles o que estaba en un país lejano que se llamaba Montsalvat, lejos, muy lejos, donde no se podía llegar jamás, como así nos lo expresan aquellos hermosos versos traducidos por nuestro Teodoro Llorente:

«Allà molt lluny, on mai anar podries,
hià un castell que és Montsalvat lo nom...»

Y no se podía llegar nunca, porque —como escribiera Nicolás Primitivo—, nadie sabía donde estaba Montsalvat, al que se le tenía por un lugar fantástico e imaginario; que hasta tal punto vinieron a guardarle secreto los cofrades o primeros cristianos al principio y los monjes después, que ni los reyes de Aragón, incluso hasta Jaime II por lo menos, llegaron a conocer la existencia del Santo Cáliz en el Monasterio de San Juan de la Peña. Mientras tanto, el recuerdo, difuminado en la nebulosa del tiempo y la fantasía combinada con los elementos piedra, milagro, ángeles del cielo, montes ignotos, bosques misteriosos, palacios encantados que hacen olvidar el recuerdo del monasterio, caballeros predestinados y puros como Parsifal o Perceval..., siguen avivando el fuego de lo fantástico, dando lugar al nacimiento y desarrollo de ese gran ciclo de leyendas del Gral, en las que la verdad de los hechos se mistifica y acaban por ser recogidas por los romancistas y los trovadores, sin que esta entrada de las leyendas del Santo Grial en el dominio de los demósofos venga a afectar en modo alguno al de la investigación crítica sobre la autenticidad del Santo Cáliz de la Cena, que es del dominio de la Iglesia y de la Historia.
Son varias las versiones que se extienden en torno al Santo Grial, si bien coinciden todas ellas en presentarnos las andanzas de aventureros que, viniendo atraídos por su afán guerrero y luchador, se transforman en protagonistas de hechos portentosos que realizan movidos por las ansias de descubrir el Vaso Sagrado o Santo Grial, Gral o Graal, términos éstos usados en tales leyendas, que han venido a ser para Europa sinónimo del Santo Cáliz de la Cena del Señor.
Tres son los centros principales donde se presenta particularmente intenso su «culto»: el centro de Irlanda y de Inglaterra (Somerset y Clamengan); el centro de la Francia occidental (Anju, Poitou, Bretaña), y el centro franco-español (al norte y al mediodía de los Pirineos Orientales).
Las obras más antiguas arrancan del siglo XII y se prolongan hasta el XIII, en un período que no excede el centenar de años, y, en general, suelen presentarse adulteradas por elementos extraños y deformadas a causa de su enlace con las concepciones de Lanzarote y Parsifal, pero coincidentes siempre en un tema común: el presentarnos las andanzas de caballeros que buscan el Vaso Sagrado.
En tales relatos, siempre de proezas caballerescas, podemos encontrar cierto número de temas esenciales en los que, naturalmente, el significado oculto es lo que retiene particularmente la atención, y no el lado anecdótico de la narración. Se desarrollan en lugares que, como ya señalamos anteriormente, no es posible determinar geográficamente y tienen carácter alegórico; de aquí que se haya llegado a afirmar que las peripecias contadas no pertenecen a la historia sino a la metahistoria, según expresión de Henry Corbin. No se trata, en efecto, de hechos físicos más que en apariencia, y se refieren, en realidad, a un periplo interior. Se ignora, aunque como hemos señalado se presume, cómo nacieron y se desarrollaron en un ambiente insólito en el que los caballeros que van en busca del Grial recorren incesantemente bosques extraños, se cruzan alegremente con otros caballeros, reciben oportunas ayudas y sabios consejos por parte de hombres juiciosos que encuentran en sus peregrinaciones, llegan a castillos en los que se enfrentan con pruebas terribles que habrán de vencer y se aventuran en misteriosas naves que les ayudarán a recorrer etapas importantes de su peregrinaje.
El ciclo comprende la obra del más genial de los escritores de este período, Cristian de Troyes (1165-1190), Perceval ou le Conte du Graal, y otros autores; la de Robert de Boron, del siglo XIII, Roman de l’Estoire dou Graal o Joseph d’Arimathie, y sus derivaciones, entre las que destacan Lancelot y su continuación, Queste del Saint Graal, y la versión del alemán, también del siglo XIII (entre 1300 y 1210), Wolfram von Eschenbach, que alcanza otro hito con un poema de extraordinaria belleza, Parzival, revalorado por el romanticismo, que fue en el que en la época contemporánea vendrá a inspirarse el genio extraordinario de Ricardo Wagner, «creador de la esplendidez orquestal que emerge del rimado crisol en que acertó a fundir la poesía y la música, para componer su inmortal ópera Parsifal. En ella centra Eschenbach el tema en Anfortas, rey y guardián del Santo Graal, que, tras una vida llena de victorias, sufre una terrible derrota a raíz de la cual se retira a su castillo del Graal, donde muere, y en ella Wagner, resucitando las viejas leyendas del Parzival, centra su inspiración poética y musical en el desarrollo de un magno relato en torno al Santo Graal, en el cual se sublima la gesta de los aguerridos caballeros medievales en el marco de la más intensa emoción dramática.» (Domingo BUESA CONDE: El Monasterio de San Juan de la Peña).
En todas estas obras aparecen una serie de correspondencias simbólicas en torno a la leyenda general, que narra las arriesgadas aventuras que los poetas hacen correr a sus héroes en busca del codiciado Graal que se guarda en un remoto país, muy celosamente oculto y dándole guardia un custodio escogido: el Rey del Graal, asistido por una comunidad de caballeros, mitad monjes mitad soldados. Este lugar escondido, accesible solamente a raros elegidos, es, para Cristian de Troyes, el castillo del Graal; para Robert de Boron, la residencia desconocida de los descendientes de Bron, y, para Wolfram, la montaña de Montsalvage o monte de la Salvación, donde dice Wolfram se encuentran «esplendores que no tienen su igual sobre la tierra». Es allí que el Graal reside, bajo la guardia de caballeros «tan puros como los ángeles». Los profanos no tienen acceso: «Quien pone todo cuidado en buscarlo no lo descubre desgraciadamente jamás... Es preciso llegar sin haber forzado el designio». Y «Ninguno puede realizar la búsqueda del Graal sin estar en tal estima cerca del cielo, que es designado de Arriba para ser admitido en su cercanía».
Otra de las partes más destacadas del ciclo por su originalidad, es la que ocupa el cuarto lugar; es de autor anónimo y recibe el título de Demanda del Santo Grial.
Su tema, tal como lo sintetiza Carlos Alvar en el prólogo a su edición de dicha obra (ANONIMO: Demanda del Santo Grial.  Editora Nacional. Madrid, 1980, ps. 16 y ss.), «no es otro que la búsqueda del objeto maravilloso capaz de saciar con los mejores manjares el hambre de los caballeros de la Tabla Redonda. En esta búsqueda se sucederán aventuras de todo tipo, pero sólo tres caballeros podrán acercarse al Vaso: Boores, Perceval y Galaz.
Lo más importante es ver cómo en este texto se rompe con la tradición anterior para convertirse en una novela de simbología mística, pues no se trata de una búsqueda mundana, sino espiritual; en efecto, sólo llegarán a la meta aquellos caballeros que han entrado en la Aventura debidamente confesados, con el alma limpia de todo pecado y con los más puros pensamientos.
Como es norma feudal, el rey Artús está reunido con sus caballeros el día de Pentecostés en torno a la Mesa Redonda... Al comenzar la cena, aparece el Santo Graal, que colma de manjares a los comensales. Es la señal para salir en su búsqueda...»
El paralelismo del tema con distintos momentos de la vida de Jesús se hace evidente; por ejemplo, el que ofrece la asamblea de los caballeros, el día de Pentecostés; la aparición del Santo Graal y la partida de todos, presenta una clara analogía con la llegada del Espíritu Santo, tal como cuentan los Hechos de los Apóstoles (2, 1 y ss.).
Es por entonces que el Santo Cáliz debía encontrarse, ya en los Pirineos, ya en San Juan de la Peña, y es en el monte del Salvador donde concurren no pocas de las peculiaridades topográficas del modelo literario, con muchas coincidencias singulares que mueven a formular presunciones y conjeturas, ya que, además, en aquel mismo y oculto monte de la Salvación no faltaron los adalides que, como Anfortas y Parsifal, se patentizan como los más bravos y corteses de las gestas medievales.
También es curioso observar, e insistimos en ello, cómo en las obras referentes al ciclo del Santo Grial, a diferencia de la mayoría de las obras literarias medievales, no intervienen en su desarrollo ni la venganza ni el odio, contenidos ambos que fueron sustancialmente utilizados por poetas y prosistas de la época en sus grandes creaciones literarias, como vemos en Gesta de los siete infantes de Lara (española), en el Cantar de Roldán (francesa) o en Los Nibelungos (alemana).
Es decir, que en todas ellas encontramos, como característica peculiar y de excepción dentro de la literatura medieval, el heroísmo caballeresco, sano y lleno de pasión bienhechora; con dos detalles a destacar: misterio e idealismo.
Entre los ensayistas modernos ha vuelto a ser el Santo Cáliz objeto de estudio y materia de las más diferentes consideraciones y tratamientos críticos y literarios. Ya citamos anteriormente a Wagner, el gran músico de Leipzig, creador de la esplendidez orquestal que concibiera y realizara la unión íntima entre la poesía y la música, y que lograra obtener los más destacados de sus éxitos en su Lohengrin, en torno al tema del misterio del Grial, y, sobre todo, en su Parsifal, inspirado en el Parsifal maravilloso que trazara la pluma del alemán Wolfram de Eschenbach, en el que desarrolla una labor completa en torno al Sagrado Vaso, la copa refulgente que iluminara una época de hazañas caballerescas, hasta llegar a instituirse como punto central de uno de los ciclos literarios más importantes del medievo. Este gran drama musical, estrenado en Bayreuth el 26 de julio de 1882 y considerado como culminación de la obra musical wagneriana, viene a desarrollarse sobre un texto del mismo Wagner basado en la leyenda del Grial y cuya acción sitúa en un lugar agreste imaginario, denominado Montsalvat, las incidencias que ha de superar el caballero Parcival o Parsifal, hasta llegar a encontrar el Graal y ser coronado rey de sus caballeros.
Ahora bien, para ponderar debidamente el valor histórico que, también, dentro de ciertos límites y «como versión libre» inspirada en las tradiciones tienen las leyendas, tal vez merezca la pena recordar aquellas palabras que escribiera el emperador Juliano: «Lo que en los mitos se presenta como inverosímil es precisamente aquello que nos abre el camino de la verdad. Efectivamente, cuanto más paradójico y extraordinario es un enigma, tanto más parece advertirnos para no confiar en la palabra desnuda, sino a padecer en torno a la verdad oculta.» (Emp. JULIANO. Confr. Eracl., 217/ c).
O los intentos en que actúa la llamada tendencia «evemerística» —doctrina filosófica basada en el libro de Evémero, acerca del origen de las divinidades paganas—, cuando, al intentar interpretar los motivos del Grial en función de figuras y situaciones históricas, nos dice que «Las figuras del mito y la leyenda son únicamente sublimaciones abstractas de figuras históricas, que han acabado por ocupar el lugar de éstas y equivaliendo por sí mismas en el plano mitológico y fantástico.» (JULIUS EVOLA. El misterio del Grial).


Por otra parte convendrá recordemos lo que dicen los Bolando o Bolandistas.
Tomaron esta denominación un conjunto de escritores eclesiásticos, nacido en Amberes (Bélgica) y formado principalmente por miembros de la Compañía de Jesús, que a mediados del siglo XVII acometió la gigantesca tarea, todavía inacabada, de hacer pasar por el tamiz de la investigación científica más rigurosa y de la crítica más exigente —como hiciera la inquisición para los autores espiriturales del siglo XVI español—, todos los caudales de historia, tradición y leyendas referentes a la vida de los Santos y al Cristianismo en general, sin excluir ni al propio Jesucristo ni a su santísima Madre, con la finalidad de revisar y depurar críticamente todos los textos de las fiestas litúrgicas, separando de ellos todo cuanto la leyenda popular pudiera haber forjado a su alrededor, y, como consecuencia, para proceder a suprimir de las celebraciones litúrgicas todas aquellas alusiones, en las lecturas e himnos, que carecieran de fundamento plenamente histórico.
Concebida e iniciada tan colosal tarea por el jesuita Padre Heriberto Rosweyte, llegó este a reunir una abundantísima documentación e incluso a firmar los dos primeros volúmenes de las monumentales Actas Sanctorum pero sin llegar a verlos publicados.
El profesor de Historia de la Iglesia, en la Pontificia Universidad de Salamanca, don José Ignacio Tollochón, que dedicó un amplio trabajo al estudio de este tema, afirma en él que la obra de Rosweyte «trazaba un vasto plan de búsqueda de fuentes inéditas o depuración de las ya editadas con vistas a la publicación de los textos íntegros y en redacción original, con comentarios históricos y críticos».
Naturalmente que una obra de semejante envergadura excedía en mucho a las posibilidades de una sola persona, y la obra quedó paralizada al fallecer su iniciador; pero allí estaba el empuje inicial dada la cuantiosa documentación acumulada, lo que posteriormente movió a otro grupo de jesuitas eminentes en todo el mundo, presididos ahora por el prefecto de estudios de Malinas, Padre Juan de Bolando o Bolland (1596-1665), a reiniciar la tarea del fallecido Rosweyte, cuyos planes modificó y amplió hasta dar su nombre a la ingente tarea, proseguida hasta nuestros días.
La primera etapa de publicaciones —cincuenta monumentales volúmenes de Actas Sanctorum— duró de 1643 a 1770, y fue realizada tras una labor previa en la que se impuso la tarea de completar las fuentes originales, en ocasiones inéditas, relacionadas con el proyecto, para lo que vino a valerse también de la colaboración de numerosos corresponsales eruditos, de organizar la recepción y ordenación de los considerables datos de Amberes, sede como hemos visto desde un principio de la obra, y de iniciar un largo recorrido por las mejores bibliotecas de Alemania, Austria, Italia, Francia y España.
Tras largo medio siglo de interrupción, motivada por la extinción de la compañía por el Papa Clemente XIV, ya restaurada de nuevo la vida de aquella, en 1837 volvió a renacer el grupo de Bolandistas con renovada actividad y creciente prestigio científico afirmado tanto en las esferas católicas como en las más apartadas de la fe, y es así como los Bolandistas han venido a gozar del indiscutible prestigio de haber levantado a los Santos y al Cristianismo el monumento histórico y científico más colosal que registra la historia de la cultura humana, hasta el punto de que el Pontífice Alejandro VII la llegara a proclamar como la obra mas útil realizada en favor de las ciencias cristianas.
Dentro de esta tarea tan formidable, pocos han sido los aspectos y las tradiciones que hayan venido a quedar fuera del alcance de tan admirable y meticulosa labor investigadora, cuya obra supone, como hemos visto, un conjunto incalculable de viajes, estudios, compulsas y examen de archivos. Y es así como, en ocasión del estudio de todo lo relativo a San Lorenzo, hubieron de afrontar los Bolandistas el tema del Santo Cáliz; porque es en este punto donde pudimos haber conservado algo que nos sirviera de «auténtica» de la Reliquia. Pero es lo cierto que no se conserva documento alguno en el mundo, del siglo III o principios del IV, lo que crea dificultades insuperables. En vista de ello, éste fue el juicioso y prudente dictamen emitido por los bolandistas: «Porque no obstante dichas dificultades pudo ser que el Santo levita enviase en realidad el Cáliz a España, de donde parece ser oriundo, y por otra parte no se exhiben documentos ciertos qne convenzan de la falsedad del hecho, por lo tanto dejamos la tradición en el estado en que se halla.»
Digamos, por último, que «nunca la Iglesia hizo suya la leyenda del Grial; parece como si en ella hubiera notado algo de anterior, de originario, de misterioso.» Y es que, como dice Pierre Ponsoye, en El Islam y el Graal, el enigma del Graal es de aquellos que no cesarán jamás de despertar el interés profundo del hombre que medita, porque su «lugar» está más allá de todos los problemas secundarios del Espíritu, en la retirada muy interior de ese misterio de intelección que, para todos los grandes espirituales, es una memoria, la memoria espontánea de las cosas divinas. Es en el corazón de esa memoria, de esa información esencial de Dios, que su secreto quiere ser buscado.»
Así son y así seguirán siendo las leyendas del Santo Grial: un «mysterium tremendum» que sólo la fe nos pueda tal vez ayudar a desvelar.

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