EL SANTO CÁLIZ
DE LA CENA
SANTO GRIAL
VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (I)
Manuel Sánchez
Navarrete
Valencia 1994
La más preciada Reliquia
«Tomando este
preclaro cáliz en sus santas y venerables manos, dando gracias, lo bendijo y
dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él. Porque éste es el
Cáliz de mi sangre del Nuevo y Eterno Testamento...»
Del Canon de la
Misa.
Introito
Uno de los
hechos más trascendentes en la historia de la humanidad y una de las más
hermosas aventuras llenas de sublimidades divinas que cabe imaginar es, sin
duda, la que sucediera hace casi dos mil años allá en la lejana Judea.
Y ¿cuál fue este
hecho?... Este hecho fue el extraordinario y emotivo acto de Amor de un Dios
que se hace carne y sacrificio para redimir al género humano.
Pero hay todavía
más. Jesús, hijo de Dios, en uno de los momentos más culminantes de su vida en
la tierra, sintiendo la nostalgia de su próxima separación y el deseo de
continuar, aunque escondido, entre nosotros, instituyó la Eucaristía bajo las
dos especies, convirtiendo el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Y esta
Sangre preciosa, la primera vez que se obró el milagro de la
transubstanciación, estuvo contenida en un Cáliz que sostenían las manos del
Maestro.
Es de la
historia de este Cáliz de que vamos a hablar. Leed con atención y ojalá que mis
palabras alcancen allegar al curioso lector con toda la claridad y belleza que
el tratamiento de tan excepcional Reliquia, recuerdo del amor de Jesucristo,
merece.
Institución de
la Eucaristía
Era el primer
día de los Acimos o preparación de la Pascua, en que comenzaba a comerse el pan
sin levadura con el cordero pascual. Se hallaba Jesús en Betania, a poca
distancia de Jerusalén, en casa de aquel Simeón al que había curado de la
lepra, «y envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id y preparadnos la Pascua para que
la comamos. Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? Díjoles Él: ld
a la ciudad, y al entrar en ella os saldrá al encuentro un hombre con un
cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y decid al Padre de
familia (el dueño de la casa): El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala en que
he de celebrar la Pascua con mis discípulos? Él os mostrará una sala grande,
aderezada; preparad allí...». (Lc. 22, 8-12).
El personaje
anónimo al que deben seguir los discípulos para descubrir la sala donde van a
celebrar la Pascua, presenta unas características extrañas: «un hombre con un
cántaro de agua». En una época en la que tal tarea estaba reservada a las
mujeres, el riesgo de error era mínimo.
Y ellos fueron y
todo sucedió como Jesús había previsto.
Llegada la
tarde, marcharon todos a Jerusalén, y luego de puesto el sol, que era cuando
daba comienzo la festividad, iniciaron la cena legal: un cordero asado. Luego,
durante la cena...
Los evangelistas
Mateo (26, 26-28), Marcos (14, 22-24) y Lucas (22, 19-20), así como Pablo de
Tarso en su carta I a los Corintios (XI, 23-25), refieren de modo semejante y
casi con las mismas palabras: que el Señor, estando reunido con sus discípulos
para celebrar la Pascua, en la noche en que fue entregado, «Mientras comían,
Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos, dijo:
“Tomad y comed, esto es mi cuerpo”». Y que luego, «Tomando un cáliz, pronunció
la acción de gracias y se lo pasó diciendo: “Bebed de él todos, que esta es mi
sangre del Nuevo Testamento, que será derramada para remisión de los pecados”»
(Mt. 26, 26-28).
Así quedó
instituido el sublime misterio de la Eucaristía, y, desde ese mismo instante,
aquel Vaso vino a convertirse en la más preciada reliquia de la Cristiandad; en
la divina Copa que, en peregrinaje de amor, nos describirá la tradición yendo
del Cenáculo a Roma, de Roma a Huesca y de Huesca a San Juan de la Peña; en el
fabuloso y misterioso Grial, alrededor del cual se forjarán las más bellas
leyendas y las más fantásticas gestas de héroes y adalides que inundarán la
cristiandad con la grandeza de sus virtudes y el ejemplo de su valor
caballeresco, y en el Santo Cáliz que, bajo el sello y evidencia de la
historia, anhelarán poseer los reyes, y que, porque así estuviera escrito en la
voluntad del Señor, será un día entregado a la religiosidad y devoción de
Valencia para desde el ostensorio de su Capilla, en la Basílica Metropolitana,
ofrecerse al mundo entero como testigo permanente del más augusto y sublime de
los misterios: el de la institución de la Eucaristía, en la memorable tarde de
aquel Jueves Santo.
Este pasaje,
fundamental en el desarrollo de la vida cristiana de los primeros siglos, nos
descubre algo más que una mera narración de un hecho de la vida de Jesús. El
texto de la institución de la Eucaristía, con las ligeras variantes que se
presentan en los sinópticos y en San Pablo, da a entender que estos autores se
basan en la tradición eucarística de sus primeras comunidades más que en un
relato aislado. La tradición de este pasaje no es algo fijo, como si se tratase
de un documento, sino que se basa en su empleo litúrgico habitual: palabras
transmitidas de boca en boca, que son el centro de la experiencia religiosa de
los testigos presenciales.
Las
representaciones iconográficas valencianas de este momento, con la presencia del
Santo Cáliz, son numerosas, e imposible por tanto su simple enumeración. Parece
ser no fue Juan de Juanes quien introdujera esta novedad, ya que, según consta
en los archivos, apareció en la «Cena» que Martín Torner pintara en el siglo XV
para el Convento de Santa Clara, de Valencia, luego del cual, y dado el éxito
que acompañara a este motivo iconográfico, fueron multiplicándose las copias hasta
prácticamente nuestros días.
A título de
ejemplo, bastará con recordar, entre ellas, las diversas versiones realizadas
por Espinosa y, sobre todo, por Juan de Juanes, entre las que merece ser
destacada la tabla (1’16 x 1’19 m) procedente de la predela del retablo mayor
de la iglesia de San Esteban, de Valencia, que se conserva en el Museo del
Prado, en Madrid, y de la cual existe un boceto en el Museo de Bellas Artes de
San Pío V, en Valencia. Parece inspirada en Leonardo de Vinci, aunque mostrando
la escena una visión mas intensa y religiosa. Presenta la imagen del Santo
Cáliz tal como hoy la conocemos; difiere del boceto de San Pío V, en que han
sido sustituidos los dos ventanales del fondo por uno solo, y, aparte sus
valores formales, es quizá la «Cena» que más popularidad ha alcanzado entre
todas las españolas.
No menos digna
de subrayar es la extraordinaria «Cena» de Ribalta, realizada por éste para el
Colegio del Patriarca, y en la que vemos se condensa el culto y la devoción
eucarística subyacente en la pintura valenciana. Se trata de una de las obras
más comentadas desde antiguo por críticos y artistas, de toda la producción
ribaltiana, y una de sus mejores pinturas, en la que sobresale tanto el
soberbio trazado de sus figuras, plenas de nobleza y de carácter, como el
dominio del dibujo, el gran acierto de la composición y la riqueza de su
colorido. Mide el lienzo 4’785 x 2’665 m y en él vemos representados, en torno
a una mesa redonda, a los Apóstoles, que, adoptando las más variadas
posiciones, miran hacia Jesús, excepto Judas que lo hace hacia el espectador.
Encima de la mesa aparece una patena y el Santo Cáliz, protagonista éste en la
obra de Ribalta, que lo hace destacar en el centro, sobre la blancura del
mantel de la mesa, sin ningún otro utensilio.
También, dentro
de la obra de Juanes, el artista, sin duda, que con mayor frecuencia incluyera
en sus obras la representación del Santo Cáliz de la Cena, adquiere singular
relieve la colección de tablas con la figura del Salvador, que como síntesis
iconográfica de la institución de la Eucaristía, se hiciera costumbre y devoción
colocar como puerta de los sagrarios. La forma más generalizada en que la figura
de Jesús se representa es la de medio cuerpo, con el Santo Cáliz de la Cena y
la Sagrada Forma en su mano derecha. El modelado de la figura de Jesús se acusa
en ellas suave, con formas blandas y contornos esfumados, pulcra minuciosidad
en los detalles, elegancia en los pliegues y gran esmero en el matizado de los
cabellos, así como en la representación del Santo Cáliz cuya forma reproduce
con gran fidelidad.
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