lunes, 1 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (I). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (I)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


La más preciada Reliquia

«Tomando este preclaro cáliz en sus santas y venerables manos, dando gracias, lo bendijo y dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él. Porque éste es el Cáliz de mi sangre del Nuevo y Eterno Testamento...»
Del Canon de la Misa.


Introito
Uno de los hechos más trascendentes en la historia de la humanidad y una de las más hermosas aventuras llenas de sublimidades divinas que cabe imaginar es, sin duda, la que sucediera hace casi dos mil años allá en la lejana Judea.
Y ¿cuál fue este hecho?... Este hecho fue el extraordinario y emotivo acto de Amor de un Dios que se hace carne y sacrificio para redimir al género humano.
Pero hay todavía más. Jesús, hijo de Dios, en uno de los momentos más culminantes de su vida en la tierra, sintiendo la nostalgia de su próxima separación y el deseo de continuar, aunque escondido, entre nosotros, instituyó la Eucaristía bajo las dos especies, convirtiendo el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Y esta Sangre preciosa, la primera vez que se obró el milagro de la transubstanciación, estuvo contenida en un Cáliz que sostenían las manos del Maestro.
Es de la historia de este Cáliz de que vamos a hablar. Leed con atención y ojalá que mis palabras alcancen allegar al curioso lector con toda la claridad y belleza que el tratamiento de tan excepcional Reliquia, recuerdo del amor de Jesucristo, merece.


Institución de la Eucaristía
Era el primer día de los Acimos o preparación de la Pascua, en que comenzaba a comerse el pan sin levadura con el cordero pascual. Se hallaba Jesús en Betania, a poca distancia de Jerusalén, en casa de aquel Simeón al que había curado de la lepra, «y envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id y preparadnos la Pascua para que la comamos. Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? Díjoles Él: ld a la ciudad, y al entrar en ella os saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y decid al Padre de familia (el dueño de la casa): El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala en que he de celebrar la Pascua con mis discípulos? Él os mostrará una sala grande, aderezada; preparad allí...». (Lc. 22, 8-12).
El personaje anónimo al que deben seguir los discípulos para descubrir la sala donde van a celebrar la Pascua, presenta unas características extrañas: «un hombre con un cántaro de agua». En una época en la que tal tarea estaba reservada a las mujeres, el riesgo de error era mínimo.
Y ellos fueron y todo sucedió como Jesús había previsto.
Llegada la tarde, marcharon todos a Jerusalén, y luego de puesto el sol, que era cuando daba comienzo la festividad, iniciaron la cena legal: un cordero asado. Luego, durante la cena...
Los evangelistas Mateo (26, 26-28), Marcos (14, 22-24) y Lucas (22, 19-20), así como Pablo de Tarso en su carta I a los Corintios (XI, 23-25), refieren de modo semejante y casi con las mismas palabras: que el Señor, estando reunido con sus discípulos para celebrar la Pascua, en la noche en que fue entregado, «Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos, dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”». Y que luego, «Tomando un cáliz, pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: “Bebed de él todos, que esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada para remisión de los pecados”» (Mt. 26, 26-28).
Así quedó instituido el sublime misterio de la Eucaristía, y, desde ese mismo instante, aquel Vaso vino a convertirse en la más preciada reliquia de la Cristiandad; en la divina Copa que, en peregrinaje de amor, nos describirá la tradición yendo del Cenáculo a Roma, de Roma a Huesca y de Huesca a San Juan de la Peña; en el fabuloso y misterioso Grial, alrededor del cual se forjarán las más bellas leyendas y las más fantásticas gestas de héroes y adalides que inundarán la cristiandad con la grandeza de sus virtudes y el ejemplo de su valor caballeresco, y en el Santo Cáliz que, bajo el sello y evidencia de la historia, anhelarán poseer los reyes, y que, porque así estuviera escrito en la voluntad del Señor, será un día entregado a la religiosidad y devoción de Valencia para desde el ostensorio de su Capilla, en la Basílica Metropolitana, ofrecerse al mundo entero como testigo permanente del más augusto y sublime de los misterios: el de la institución de la Eucaristía, en la memorable tarde de aquel Jueves Santo.
Este pasaje, fundamental en el desarrollo de la vida cristiana de los primeros siglos, nos descubre algo más que una mera narración de un hecho de la vida de Jesús. El texto de la institución de la Eucaristía, con las ligeras variantes que se presentan en los sinópticos y en San Pablo, da a entender que estos autores se basan en la tradición eucarística de sus primeras comunidades más que en un relato aislado. La tradición de este pasaje no es algo fijo, como si se tratase de un documento, sino que se basa en su empleo litúrgico habitual: palabras transmitidas de boca en boca, que son el centro de la experiencia religiosa de los testigos presenciales.
Las representaciones iconográficas valencianas de este momento, con la presencia del Santo Cáliz, son numerosas, e imposible por tanto su simple enumeración. Parece ser no fue Juan de Juanes quien introdujera esta novedad, ya que, según consta en los archivos, apareció en la «Cena» que Martín Torner pintara en el siglo XV para el Convento de Santa Clara, de Valencia, luego del cual, y dado el éxito que acompañara a este motivo iconográfico, fueron multiplicándose las copias hasta prácticamente nuestros días.
A título de ejemplo, bastará con recordar, entre ellas, las diversas versiones realizadas por Espinosa y, sobre todo, por Juan de Juanes, entre las que merece ser destacada la tabla (1’16 x 1’19 m) procedente de la predela del retablo mayor de la iglesia de San Esteban, de Valencia, que se conserva en el Museo del Prado, en Madrid, y de la cual existe un boceto en el Museo de Bellas Artes de San Pío V, en Valencia. Parece inspirada en Leonardo de Vinci, aunque mostrando la escena una visión mas intensa y religiosa. Presenta la imagen del Santo Cáliz tal como hoy la conocemos; difiere del boceto de San Pío V, en que han sido sustituidos los dos ventanales del fondo por uno solo, y, aparte sus valores formales, es quizá la «Cena» que más popularidad ha alcanzado entre todas las españolas.
No menos digna de subrayar es la extraordinaria «Cena» de Ribalta, realizada por éste para el Colegio del Patriarca, y en la que vemos se condensa el culto y la devoción eucarística subyacente en la pintura valenciana. Se trata de una de las obras más comentadas desde antiguo por críticos y artistas, de toda la producción ribaltiana, y una de sus mejores pinturas, en la que sobresale tanto el soberbio trazado de sus figuras, plenas de nobleza y de carácter, como el dominio del dibujo, el gran acierto de la composición y la riqueza de su colorido. Mide el lienzo 4’785 x 2’665 m y en él vemos representados, en torno a una mesa redonda, a los Apóstoles, que, adoptando las más variadas posiciones, miran hacia Jesús, excepto Judas que lo hace hacia el espectador. Encima de la mesa aparece una patena y el Santo Cáliz, protagonista éste en la obra de Ribalta, que lo hace destacar en el centro, sobre la blancura del mantel de la mesa, sin ningún otro utensilio.
También, dentro de la obra de Juanes, el artista, sin duda, que con mayor frecuencia incluyera en sus obras la representación del Santo Cáliz de la Cena, adquiere singular relieve la colección de tablas con la figura del Salvador, que como síntesis iconográfica de la institución de la Eucaristía, se hiciera costumbre y devoción colocar como puerta de los sagrarios. La forma más generalizada en que la figura de Jesús se representa es la de medio cuerpo, con el Santo Cáliz de la Cena y la Sagrada Forma en su mano derecha. El modelado de la figura de Jesús se acusa en ellas suave, con formas blandas y contornos esfumados, pulcra minuciosidad en los detalles, elegancia en los pliegues y gran esmero en el matizado de los cabellos, así como en la representación del Santo Cáliz cuya forma reproduce con gran fidelidad.

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