viernes, 5 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (V). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (V)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


Lo que nos dice la tradición

«La tradición es una fuente histórica perfectamente potable y lícita; su utilización ha sido normal y frecuentísima; algunos hallazgos documentales de gran valor han venido muchas veces a corroborar la verdad y autenticidad de muchas tradiciones».
MARTÍN DOMÍNGUEZ, Una de las más importantes rutas compostelanas según el Códice Calixtino.


Fuerza probativa de la Tradición
«Hay problemas que para resolverlos —escribe Leo Talamonti, en Universo Prohibido— es oportuno hacer converger la voz de los poetas con la de los estudiosos, y utilizar posiblemente también las aportaciones de aquella gran maestra de la vida que es la tradición en sus líneas más genuinas».
En sentido general sabemos que se entiende por tradición la transmisión o continuidad de noticias, ritos, creencias, ideas, instituciones y costumbres que se suceden en la vida de los pueblos y cuya alma, se puede decir, constituye.
Tal concepto de tradición es muy amplio y puede referirse a cuestiones científicas, artísticas, populares, etc., y, por supuesto, también religiosas, pudiendo ser, en cualquier caso, oral y real.
La primera, como fuente histórica es, indudablemente, menos pura y fiable que la basada en documentos escritos, y para que pueda ser admitida como valor real histórico, se considera ha de ser universal, constante y uniforme.
A su vez, dentro de la temática religiosa, que es la que a nuestro objeto interesa, la tradición oral podrá ser:
- Apostólica, si se refiere a ciertos usos establecidos por los Apóstoles, como pueden ser los ayunos y abstinencias, observación del domingo, etc.
- Eclesiástica, si alude a ciertos usos introducidos por los pueblos y los sacerdotes, y aprobados por la Iglesia, como la observancia de determinadas fiestas, por ejemplo.
- E histórica, la transmitida sobre la realización y circunstancias que han acompañado un hecho histórico.
En referencia a esta última, los doctores eclesiásticos enseñan que el culto público dado durante siglos a una reliquia antigua, hace presumir la prueba de su verdad, lo que vale tanto como los mejores documentos históricos.
Ahora bien, una tradición constante e ininterrumpida, confirmada desde los primeros tiempos por un documento de primera magnitud, El canon de la Santa Misa, y conservada en Roma con la positiva aprobación de los primeros Papas por espacio de dos siglos, afirma y sostiene la autenticidad de tan estimable joya. A partir de Sixto II y el martirio de San Lorenzo, va haciéndose esta afirmación más segura y solemnemente autorizada, sobre todo en el Reino de Aragón y, especialmente, en los obispados de Huesca y Jaca, hasta adentrarse de modo definitivo en el plano de lo histórico, con documentación ya plena y formalmente acreditada.
Existen, además, otras razones en apoyo de la fuerza probativa que constituye el culto tradicional al Santo Cáliz, como puede ser la consideración de que sería temerario sospechar siquiera que se hubiese podido perder tan preciada reliquia, ya que ello acusaría descuido inexplicable en el «Padre de familias» de que nos habla el Evangelio, al cual pertenecía, y en cuya morada tuvo lugar la Ultima Cena; así como en los Apóstoles, cuando vemos conservaron tantas otras de su Maestro, incluso no tan importantes, como el Santo Pesebre que se guarda en Santa María la Mayor; la Mesa de la Ultima Cena, que se venera en San Juan de Letrán; la Fuente o catino del cordero pascual, en Génova; la Sábana Santa que envolvió su cuerpo y que se conserva en Turín; la Corona de Espinas, la Sagrada Lanza, los Clavos de la Pasión y el mismo Sepulcro.

Pero veamos qué es lo que nos refiere la tradición:



Del Cenáculo a Roma

Ella nos dice que la preciada Copa debió pertenecer a persona de alta alcurnia, ya que su riqueza y finura denotan una categoría artística y material superior a la de los toscos vasos de vidrio, madera o barro, usados normalmente entonces por la gente ordinaria. Es de suponer, pues, perteneciera al dueño del Cenáculo que, como sabemos por los Evangelistas, era hombre acomodado, puesto que poseía una suntuosa vivienda y sirvientes, el cual debió ofrecer al Maestro el mejor de sus vasos, con los demás utensilios necesarios para la cena legal que precedió a la primera consagración eucarística.
Y ¿quién era el padre de familias?
Son muchos los que se han hecho esta pregunta sin que nadie haya podido acertar a responder satisfactoriamente, ya que por la carencia de datos concretos, los investigadores nunca han podido llegar más allá de las conjeturas y suposiciones. Para algunos autores, como Agustín Sales, Cruilles y Sanchis Sivera, podría ser Chusa, procurador y tesorero de Herodes Antipas (Lc., VIII, 3) y esposo de Juana, una de las piadosas mujeres que acompañaban al Maestro y subvenía con sus bienes al sustento del apostolado; otros, como el profesor Giuseppe Ricciotti, el padre jesuita Ferdinand Prat y el también jesuita Andrés Fernández Truyola, profesor del Pontificio Instituto Bíblico, mantienen la tesis de identificar al padre de familias con el padre de Juan Marcos, llegando alguno de ellos a afirmar, como el sacerdote Filtión, consultor de la Comisión Bíblica Pontificia y profesor de Sagrada Escritura, que la Casa del Cenáculo era de la madre de Juan Marcos; Maldonado y otros se inclinan en favor de Nicodemo o José de Arimatea, sin aducir fundamentos estimables, si bien es cierto que a este último lo vemos figurar en no pocas de las leyendas medievales pertenecientes al ciclo del Santo Grial; señalaremos por último la existencia de otros muchos autores, tal vez los más numerosos, que pasan sin decir nada sobre la identidad del padre de familias, que seguirá impenetrable a pesar del importante papel que la figura de este personaje desempeñara en el drama de Jesús.
Tras la muerte del Señor, acudieron los discípulos a refugiarse al Cenáculo del Padre de familias, hasta que, reanimados y confirmados en la fe con la resurrección del Maestro y vivificados después por el fuego del Espíritu Santo, emprendieron animosos y sapientes su camino en cumplimiento del encargo recibido, hacia la conquista espiritual del mundo. Durante estos días de preparación para el inicio de la gran empresa de evangelización que les esperaba, es lógico pensar tuvieran tiempo y ocasión suficientes para recoger y conservar todas las reliquias del Salvador que la tradición nos recuerda han llegado hasta nosotros y algunas otras que en el transcurso de los siglos es de suponer hayan ido desapareciendo, en tanto la Sagrada Copa, retenida bajo la custodia de la Santísima Virgen, seguiría siendo utilizada, bien por San Juan, el discípulo amado y custodio de María, bien por Pedro como primero de los Apóstoles, para la celebración del sacrificio eucarístico ante la Señora.
Siuri, Obispo de Córdoba, y Sales que lo cita, entre otros historiadores, opinan que a la muerte de la Santísima Virgen y separados los Discípulos para anunciar la Buena Nueva a todas las naciones, debió hacerse cargo de tan insigne reliquia San Pedro, elegido por Jesús como cabeza visible de la Iglesia. Este lo llevaría consigo a Antioquía, primero, y después a Roma, donde continuó sirviéndose de él, como nos testifica la tradición, para celebrar el Santo Sacrificio; como igualmente por antiquísima tradición consta que se sirviera, para altar, de una parte de la mesa de la Cena, la que todavía se venera, como señalamos, en Letrán.

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