lunes, 15 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (y XV). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (y XV)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994



Epílogo
Hemos visto cómo el Santo Grial de las leyendas medievales, el Santo Cáliz del mundo cristiano, constituye uno de los puntos luminosos más preclaros y constantes en lo que cabría llamar raíz y esencia del Occidente de Europa. Y es, a la vez, lo más augusto que atesora Valencia como reliquia excelsa de la Pasión de Cristo y testimonio vivo de la primera Eucaristía.
Hemos visto cómo en el Nuevo Testamento es la voz de los Evangelistas la que nos describe ese gran misterio de amor que llena de ternura nuestro corazón, de cómo en la «Ultima Cena, Cristo consagró el vino contenido en el Cáliz y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos, porque éste es el Cáliz de mi sangre, derramada por vosotros y por muchos en remisión de los pecados».
Luego, es la tradición la que nos viene a decir que sería temerario sospechar siquiera se hubiera venido a perder tan preciada reliquia, pues que ello acusaría descuido inexplicable en el Padre de Familias, al cual pertenecía y en cuya morada se celebró la Ultima Cena, así como en los Apóstoles, cuando conservaron otras de su Maestro no tan importantes.
Siuri, Obispo de Córdoba, y Sales, entre otros historiadores, opinan que el Santo Cáliz fue llevado a Roma por San Pedro, a la muerte de la Santísima Virgen. Pasando de mano en mano seguirán celebrando con él los papas sucesores de Pedro hasta llegar a Sixto II que en vísperas de su martirio y para evitar fuera profanado o destruido durante la persecución de Valeriano, delega su custodia en su fiel diácono Lorenzo, quien dos días antes de su propio martirio, en el año 258, lo envía a su patria Huesca, donde será venerado hasta 713, en que Obispo y cristiandad de esta diócesis, huyendo de la invasión sarracena, irán a refugiarse en el monasterio de San Juan de la Peña, llevando consigo la preciada Reliquia.
Más tarde, durante la Edad Media, la leyenda tejerá en torno a él una florida guirnalda de bellísimos relatos y fantásticas aventuras de héroes y adalides del Santo Grial que inundarán la cristiandad con el ejemplo de sus virtudes y el atractivo caballeresco de su valor sin par. Pero al margen de la leyenda, abierta a todos los horizontes de la Europa caballeresca, sobrevivirá la tradición, inseparablemente unida a la propia Reliquia celosamente custodiada en su monacal refugio pirenaico, que pasará de boca en boca y de generación en generación, gracias a sus custodios, los monjes del recóndito cenobio, quienes ellos mismos, en los albores del siglo XII, vendrán a dar razón cumplida y por escrito del preciado depósito.
Ya desde este momento contemplamos cómo tradición y leyenda dejan paso a la historia. En 1339, el rey Martín el Humano consigue, a petición propia, le sea entregado por los monjes de San Juan de la Peña el Sagrado Vaso, el cual pasa a ser venerado en la capilla del Real Palacio de la Aljafería en Zaragoza, en la que permanece hasta que en la primera mitad del siglo XV, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón y Valencia, lo traslada con otras reliquias a la capilla de su Palacio del Real en Valencia, en la que permanece hasta el 18 de marzo de 1437 en que es entregado a la Catedral de Valencia, según auto del Notal de Jaime de Monforte, existente en el Archivo Catedralicio.
Con la invasión francesa y la lucha napoleónica sufre un difícil peregrinaje durante el cual, Alicante en 1809, Ibiza en 1810 y Palma de Mallorca desde 1810 y hasta 1813 en que regresa a Valencia, vienen a convertirse en refugio transitorio de la excelsa Reliquia.
En 1936, salvado del incendio y saqueo de la Catedral y tras permanecer escondido en varios domicilios de la capital, es llevado a la población valenciana de Carlet, donde permanecerá oculto hasta 1939, en que terminada la contienda civil, es reintegrado al celo y custodia del Cabildo de la Catedral de Valencia.
Una nueva salida, esta vez triunfal, por tierras de Aragón, tiene lugar en 1959 con motivo de la celebración de las fiestas conmemorativas del XVII centenario de la llegada a España de la Sagrada Reliquia, en la que en ruta peregrina, colmada de fervor y entusiasmo, torna a visitar los mismos lugares que en el pasado recorriera en su trayectoria histórica, y cuya etapa culminante queda rubricada con la jornada transcurrida en San Juan de la Peña, el lunes, 29 de junio, en que el Santo Grial volvería a reposar y recibir los más emocionados sentimientos de veneración y homenaje por parte de las más altas autoridades civiles y eclesiásticas, así como de peregrinos y fieles llegados de todas partes para postrarse ante el Santo Cáliz en su viejo y evocador refugio.
Finalmente, surge el hecho de singular importancia en la historia del Santo Cáliz, como fue el que tiene lugar en 1982 con motivo de la visita a España y a Valencia de Su Santidad el Papa, en que tras 1724 años transcurridos desde que Sixto II utilizara la Sagrada Copa en la consagración, de nuevo otro Pontífice, Juan Pablo II, vuelve a celebrar la solemne Eucaristía de la ordenación sacerdotal en el mismo Vaso en el que el Señor convirtiera el vino en su Sangre preciosa.
Y la historia del Santo Cáliz continúa. Pero es ahora una historia que nos habla de Fe y de Amor; una historia que, día a día, va quedando escrita con las líneas severas de una liturgia y de un culto perpetuado a través de los siglos y hoy continuado por las nuevas mesnadas de las damas y caballeros de su Cofradía, que rinden su vela con las armas de la oración y el escudo de su fidelidad, veinte siglos después de que el divino Maestro nos dejara como legado de su amor, el Gran Testigo: EL CALIZ DE SU SANGRE.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (XIV). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (XIV)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


Los Arzobispos de Valencia y el Santo Cáliz

Desde el momento en que Alfonso el Magnánimo, en 1473, hace entrega a la Catedral de Valencia del Santo Cáliz de la Cena del Señor, los arzobispos que sucesivamente irán rigiendo la archidiócesis valentina mantendrán ininterrumpidamente una especial veneración a la Sagrada Reliquia y participarán como impulsores y promotores de su devoción, recogiendo iniciativas y cooperando en cuantas actividades espirituales y culturales centradas en su culto vinieran a surgir.
En 1608, respondiendo a la iniciativa del benemerito canónigo de la Catedral de Valencia, don Honorato Figuerola —quien se había lanzado con empeño a acrecentar la devoción que ya venía profesándose al Santo Cáliz suscitando el incremento de su culto—, es San Juan de Ribera quien con Fray Isidoro Aliaga, que rigiera la diócesis entre 1612 y 1648, aprobando y favoreciendo el cumplimiento de las disposiciones otorgadas por el canónigo Figuerola, a la muerte de este, instituyen definitivamente la celebración de una fiesta anual en honor del Santo Cáliz, que continuará, con una serie de cultos y fiestas anejas que incluía una procesión que recorría el mismo itinerario que la del Corpus, hasta el siglo XIX, en que comenzara a decaer la solemnidad de los actos a consecuencia, principalmente, como ya vimos, de la nefasta desamortización decretada por Mendizábal.
En 1888, el cardenal-arzobispo de Valencia, que tomara posesión de la diócesis el año anterior, don Antonio Monescillo y Viso, promovía la renovación de la fiesta, la que celebraba con gran esplendor oficiando de pontifical y con procesión claustral en la que participaron todas las parroquias.
El arzobispo don Valeriano Menéndez Conde, que había hecho su entrada en Valencia en 1914, no sólo continúa participando en los actos de devoción al Santo Cáliz sino que promueve su definitiva instalación en el Aula Capitular donde hoy se venera, a la que es trasladada en un solemne acto inaugural el día de la Epifanía de 1916.
A su sucesor en el episcopado, don Jose María Salvador y Barrera, se le debe la aprobación, en febrero de 1918, de los estatutos de la «Real Hermandad del Santo Cáliz, cuerpo colegiado de la nobleza titulada Valenciana».
Tras el anterior, pasa en 1923 a ser titular de la sede valenciana don Prudencio Melo y Alcalde, el que, salvado el paréntesis de los años 1936-39 y la recuperación del Santo Cáliz, oculto en Carlet durante el período de la guerra civil, promueve un renovado fervor hacia la Sagrada Reliquia. A su iniciativa se debe el impulso dado a la primera reforma de la Capilla y la celebración, el 23 de mayo de 1943, con inusitado esplendor, de la fiesta del Santo Cáliz, con el traslado solemne de éste a la plaza de la Virgen, donde el alcalde de la ciudad, don Joaquín Manglano, proclama la ofrenda de Valencia al Sagrado Vaso.
Pero es a partir de 1946, con la llegada a Valencia del arzobispo don Marcelino Olaechea y Loizaga, cuando la devoción y culto al Santo Cáliz inicia una nueva etapa de renovación intensa y creciente devoción.
Como fruto del celo pastoral de don Marcelino, cabe destacar:

- La asignación a una canongía en el cabildo, de la carga de Celador del Culto al Santo Cáliz, que es aprobada en sesión capitular extraordinaria celebrada el 16 de septiembre de 1948, presidida por el propio Prelado, y que hasta la actualidad ha sido desempeñada en sucesivas etapas por los prebendados celadores don Benjamín Civera Miralles, promovido para el cargo el 14 de octubre de 1948; don Vicente Moreno Boria, designado como nuevo Celador el 3 de marzo de 1957, y don Miguel Canet, que le sucede a partir del 20 de enero de 1990.
- La constitución de la Cofradía del Santo Cáliz, erigida en la Catedral y aprobada definitivamente por el Prelado el 25 de noviembre de 1955.
- El remozamiento y puesta al día de la Real Hermandad del Santo Cáliz, Cuerpo colegiado de la nobleza titulada valenciana, a la que infunde nuevo impulso.
- La campaña de difusión por España, Europa y América, de esta devoción ecuménica y valentina, culminada con la publicación de numerosos folletos, estampas y libros sobre el Santo Cáliz, y en la profesión de numerosos cofrades, de dentro y fuera de España, como el grupo de Liverpool (Inglaterra), con su lord Alcalde, a quien el Dr. Olaechea impuso la insignia de honor.
- Y, en fin, una constante labor de superación caracterizada por sus abundantes frutos y desarrollada al calor de su corazón eucarístico.

Es bajo este impulso que las peregrinaciones se multiplican y toman un carácter más variado bajo la iniciativa de determinadas entidades, cofradías y parroquias, e incluso en ocasiones organizadas por las propias parroquias de una determinada población o, más todavía, de un arciprestazgo completo. Se hace también frecuente la llegada de numerosas personalidades y grupos procedentes tanto de España como del extranjero, así como de prelados que arriban desde los más alejados países y estudiosos de la historia y del arte que acuden a postrarse ante el Cáliz de la Cena del Señor. Y como resumen de todo ello, el hermoso significado que viene a representar en orden al elevado y profundo nivel alcanzado en la devoción a la Sagrada Reliquia, la norma que llega a establecerse de que todos los nuevos canónigos y beneficiados de la Catedral, inmediatamente después de tomar posesión de su cargo, visiten la capilla e ingresen en la Cofradía.
Pero fue con motivo de la celebración de la ya aludida efemérides del XVII Centenario de la llegada a España del Sagrado Vaso, cuando de nuevo vino a hacerse patente el esfuerzo realizado por don Marcelino, que a la vez que continuaba en su propósito de avivar un nuevo renacer en Valencia del culto al Santo Cáliz, confirmaba una devoción eucarística cuya máxima proyección se manifestaría en la celebración de aquel memorable acontecimiento que marcaba con su impronta una fecha memorable en la historia de Valencia.
Dentro de esta celebración, no es posible eludir, por el singular relieve que alcanzaran, la publicación de dos pastorales que emitiera don Marcelino en los mismos umbrales del ciclo de las fiestas mayores del Centenario: la primera era dada a conocer en la Pascua de Resurrección del Señor de 1959; la segunda, el 1 de junio del mismo año. En ellas se aunaban la erudición histórica, el fervor eucarístico, el celo pastoral, la dedicación patria, la ejecutoria de una sentida valencianía y la dilatada apertura de un corazón paterno; todo ello iluminado con la más fina prosa y la más encendida caridad.
Finalmente, y en lo que respecta a los grandes logros alcanzados por don Marcelino, como celoso impulsor de la devoción y acrecentamiento del culto al Santo Cáliz de la Cena, merece sean recordadas las impresionantes procesiones que con motivo de las celebraciones del Jueves Santo y Día del Santo Cáliz, vinieron a tener lugar durante algunos años. La realidad impresionante del paso de la Sagrada Reliquia, que partiendo de la Catedral en las noches de Jueves Santo, se dirigiera por las calles y plazas de la ciudad hasta el balcón principal del Ayuntamiento, de donde se impartía con ella la bendición a la multitud congregada en la gran plaza, vinieron a confirmar la bondad y el acierto de ésta, una más, de las iniciativas de don Marcelino.
Del Periódico Las Provincias de Valencia, entresacamos uno de sus párrafos, en el que se resume lo que supuso en el incremento de la devoción y culto al Sagrado Vaso, la devoción contagiosa y la fe arrebatada del inolvidable Prelado:
«Reconozcamos que, por fin, la fama, el interés y el culto del Santo Cáliz ha roto el delicado capullo reducido e íntimo en que se desenvolvió hasta ahora, y se difunde de una manera creciente y cada día más poderosa dentro y fuera de las fronteras patrias.»
El arzobispo don José Mª García Lahiguera, que llegara a Valencia en 1969, gran devoto de la Eucaristía, no sólo sigue promoviendo con especial interés la devoción al Santo Cáliz, sino que manifiesta singular complacencia en asistir a cuantas solemnidades se celebran en honor de la Sagrada Reliquia. A él se debe la iniciativa de que en 1972, al tener lugar en Valencia la celebración del VIII Congreso Eucarístico Nacional, todo el temario viniera a girar en torno al Santo Cáliz, lo que contribuyó a la difusión e intensificación de su culto. También merecen ser recordados los deliciosos documentos eucarísticos por él escritos para los programas de las fiestas anuales.
Con don Miguel Roca Cabanellas, que toma la posesión de la diócesis en 1978, se celebra la inauguración de las definitivas obras de restauración de la capilla que, sufragadas por la Diputación Provincial, siendo su presidente don Ignacio Carrau Leonarte, tiene lugar el 26 de enero de 1979.
También hay que anotar como trascendental y decisiva su intervención en la visita que el Papa realizara a Valencia en 1982, pues que gracias a él, Juan Pablo II tuvo en sus manos y besó repetidamente la singular Reliquia en la Catedral, y más aún, ofició la Santa Misa con el Santo Cáliz en la solemne Eucaristía de la ordenación sacerdotal.
En 1991 presidió la magna peregrinación que, promovida por la Junta de la Semana Santa de la Provincia de Valencia, discurriera por las calles de la ciudad para rendir el homenaje de su devoción al Santo Cáliz de la Cena, un solemne acto caracterizado no solamente por el elevado número de participantes representando a 145 cofradías y 22 poblaciones, sino por el respetuoso silencio y singular devoción observados en su recorrido por las calles de la ciudad, y, sobre todo, por la unción que acompañara la celebración eucarística oficiada por el Prelado, en presencia del Santo Cáliz, trasladado procesionalmente al altar Mayor desde su Capilla.
Sólo un secreto deseo quedó en su alma: el de llegar a celebrar un día la Eucaristía con el Santo Cáliz. Su inesperada muerte trunco el deseo.
Con don Rafael Sanus, designado obispo administrador tras el desgraciado accidente que diera fin a la vida de don Miguel, tiene lugar la inauguración el 3 de julio de 1992 del retablo restaurado de la Capilla del Santo Cáliz, que hoy aparece enriquecido y completado, mediante la ubicación de dieciséis nuevas imágenes sufragadas por la Real Hermandad.
Con el nombramiento de don Agustín García-Gasco Vicente, un nuevo Pastor pasa a ocupar la Sede de la Archidiócesis. El propio prelado, al hacerse pública la designación, manifiesta el deseo que le anima de ser para todos el maestro bueno, el pontífice santo, el buen pastor, y en esa su entrega apasionada se abre el camino para que la Fe en Jesucristo se haga realidad cada vez más en el pueblo fiel, a través del Santo Cáliz, símbolo eucarístico por excelencia y reliquia del más auténtico amor, que siguiendo la devota trayectoria de los arzobispos de Valencia, reinará y se acrecentará bajo el pontificado de don Agustín, cuyos primeros contactos se inician bajo los más favorables auspicios.
Con motivo de su primera participación en las celebraciones eucarísticas de los Jueves del Santo Cáliz, Mons. García-Gasco pasó a enriquecer con su firma el Libro de Oro de la Cofradía del Santo Cáliz de la Cena, rubricando unas sentidas palabras de estímulo y aliento en la realización del cumplimiento que a los miembros de la Cofradía compete, tanto en sus actividades en la vida pública como en su ejemplaridad en el amor y devoción al sacramento de la Eucaristía.
He aquí la reproducción del texto autógrafo:

«Gracias a la Cofradía del Santo Cáliz por su acogida y distinción. Deseo que la Eucaristía, que el Santo Cáliz nos recuerda, perdure en cada uno de los Cofrades y en este Arzobispo el compromiso de hacernos presentes en la vida pública como testigos verdaderos que configurados por Jesucristo hablamos de lo que hemos visto y palpado en el Sacramento que adoramos y con el que comulgamos. El Santo Cáliz nos habla de presencia, de don y de entrega, tres modos de amar que nos disponemos a imitar para despertar el amor al Sacramento de la Eucaristía. Con mi bendición y afecto para todos.»

Observemos, finalmente, que desde el arzobispo Olaechea, en que se constituye la Cofradía del Santo Cáliz de la Cena, todos los arzobispos de Valencia y la práctica totalidad de los obispos valencianos han recibido la insignia de honor de la Cofradía.


Evocación final
Digamos para finalizar, que pues el Señor en sus altos designios dignóse conceder a Valencia, por encima de otras naciones y pueblos, el singular privilegio de hacerla depositaria de tan maravilloso tesoro, es lógico que en reconocimiento a tan elevado favor, el pueblo fiel, valenciano o no, se vuelque en rendir su más fervoroso tributo de veneración y gratitud a la Sagrada Reliquia, honrándola como se merece, pregonando su excelsitud, practicando su culto y promoviendo su devoción, a cuyo fomento contribuye de manera encomiable el propio ejemplo del grupo de fieles adoradores del Santo Cáliz que militan en su Cofradía y que como nuevos caballeros del místico Grial contribuyen con su presencia a enaltecer y magnificar cuantos actos se realizan en honor y veneración del Sagrado Vaso, llenos la mente de fe y de amor el corazón.
Es esta Cofradía del Santo Cáliz de la Cena, erigida en la Seo valenciana, la que en medio de una sociedad cada día más debilitada en sus afirmaciones religiosas, se reafirma como levadura y fermento de la devoción a la excelsa Reliquia, con un ritmo lento pero continuado en el crecimiento del número de sus cofrades que ya en la actualidad alcanza un alto índice de participación, cuya valoración se incrementa con la incorporación de las numerosas hermandades, cofradías e instituciones que se honran con inscribirse como cofrades colectivos o con la formación iniciada de delegaciones locales que, como las de Madrid y Alboraya, se revelan como un feliz augurio de hasta donde se vislumbra podrá llegar la vitalidad de una Cofradía en plena expansión; fervorosamente comprometida en la obligación de constituirse en adalid de la propagación del Culto al Santo Cáliz, al amparo de la maravillosa Capilla gótica donde recibe culto y veneración constante.

sábado, 13 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (XIII). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (XIII)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


Devoción y culto

Pues que sois rico legado
que nos dio el divino amor,
sed por siempre venerado,
Santo Cáliz del Señor.
De Gozos en alabanza del Santísimo Cáliz de Nuestro Señor Jesucristo.

Inicios y evolución
Salvando lo que la tradición nos refiere de la amorosa veneración con que fuera conservada y utilizada la Sagrada Copa desde los tiempos apostólicos hasta el martirio del Papa Sixto II; el alto y misterioso destino objeto de búsqueda y admiración con que se nos presenta a través de las leyendas medievales, y la noticia ya más concreta que se nos da en el documento de entrega a Martín el Humano en 26 de septiembre de 1399, en el que se afirma que «con tal Cáliz acostumbraron a consagrar los Abades, priores y presbíteros del Monasterio de San Juan de la Peña», es a partir de 1437 —cuando el Santo Cáliz es depositado con las demás reliquias en la Sacristía de la Catedral de Valencia, y hasta 1914 en que tiene lugar su traslado al Aula Capitular Antigua convertida en su Capilla propia—, que la Sagrada Reliquia comienza a tener unos leves esbozos de culto que, en síntesis, se reducen:

1) A ser expuesto a la adoración pública, junto a las principales reliquias, en determinadas circunstancias y siguiendo un ritual preestablecido y debidamente aprobado.
En realidad se ignora cuando se iniciara exactamente esta clase de culto, aunque es de suponer fuera tras su entrega al Cabildo de la Seo valenciana, si bien ya con anterioridad, es decir, desde el siglo XV, tenía lugar la exposición al pueblo, el día de Viernes Santo, de las principales Reliquias entonces existentes, entre las que todavía no figuraba el Santo Cáliz.
En el siglo XVI se efectuaba esta Ostensión de las Reliquias el día de Pascua, fecha que, en el Cabildo Pascual del 20 de abril de 1610, fue trasladada al lunes de Pascua de Resurrección, costumbre que perduró hasta bien avanzado el siglo XIX (J. SANCHIS SIVERA. La Catedral de Valencia, p. 377 y ss.).
A partir de 1828 y hasta 1914, ya consta se mostraba el Santo Cáliz a la veneración de los fieles juntamente con las demás Reliquias en la Capillita-Relicario (ábside de la Sala Capitular) todos los jueves, a las 10 de la mañana. El Subsacristán encargado de mostrar las Sagradas Reliquias se revestía de sobrepelliz y estola y salía empuñando en su mano derecha un puntero. Una vez encendidas las velas del Altar del Relicario indicaba a los concurrentes se pusiesen de rodillas, tras lo cual abría la puerta del Relicario y, arrodillándose también, iba señalando con el puntero cada una de las Reliquias, mientras un sacristán colaboraba leyendo el nombre y procedencia de cada una de ellas.
Cuando llegado el turno señalaba el Santo Cáliz, decía:
«Sobre esta peana de plata se conserva el Santísimo Cáliz en que Jesucristo Nuestro Señor consagró su preciosísima Sangre y la dio a beber a los Apóstoles la noche de la Cena en el Cenáculo. Es de piedra ágata cornerina oriental.
Esta Sacrosanta Reliquia nos recuerda los grandes misterios que el dulcísimo Jesús obró en favor de los hombres, y en particular, nos recuerda el Misterio de la Institución del adorable Sacramento de la Eucaristía: alimento, consuelo y esperanza de las almas fervorosas.
Alabemos, pues, con todo nuestro corazón al Todopoderoso, por el honor que ha dispensado a Valencia entre tantos pueblos y naciones católicas, y hagamos que este tesoro tan singular sea motivo constante en nosotros de admiración, amor y agradecimiento hacia la bondad divina.
Sí, amadísimo Jesús, sellad y fortaleced con vuestra gracia la firme resolución que hoy hacemos de amaros, reverenciaros y rendiros continuados obsequios y homenajes en el Santísimo Sacramento del Altar, donde humildemente adoramos vuestro Santísimo Corazón, en el cual deseamos vivir para siempre y dar en la hora de la muerte el último suspiro, Amén.»

2) A recibir la veneración de los fieles los días de jueves y Viernes Santos, en que servía de Cáliz para reservar la Sagrada Forma en el Monumento. Fue precisamente en una de estas ocasiones cuando se produjo la rotura a la que en otro lugar aludimos. A partir de este accidente y para evitar la posibilidad de cualquier nuevo percance de la misma índole, acordó el Cabildo valentino que no volviera a ser usado el Santo Cáliz en los actos de Semana Santa, sino otro de oro que para dicho objeto regaló, en devoto desagravio, el mismo señor arcediano don Vicente Frígola, causante involuntario del hecho, quien vino a fallecer poco después a consecuencia de la impresión sufrida.
Ello no obstante, a partir de 1939, al ser tanta la gente que acudía a venerar la Sagrada Reliquia en el día de Jueves Santo, y resultar insuficiente el corredor de acceso a la Capilla, vióse impelido el mismo Cabildo Catedral a tomar el acuerdo de que en dicho día fuera expuesto el Santo Cáliz a la veneración de los fieles en la Capilla de la Resurrección, situada en el centro del trascoro en la girola, lo que se llevaba a efecto realizando el traslado, en devoto cortejo procesional y bajo palio, por la mañana, donde permanecía hasta las ocho de la tarde, en que siguiendo el mismo ceremonial, era trasladado al Altar Mayor, donde tenía lugar la celebración de una solemne Hora Santa.

3) A la celebración de algunas procesiones esporádicas con motivo de algún destacado acontecimiento, como sucediera el domingo 26 de enero de 1585, en que, como obsequio al rey Felipe II y a su hijo el príncipe Felipe, se reprodujo el suntuoso aparato con que se exornaba la procesión del Corpus, oficiando el Patriarca Juan de Ribera, pero llevando bajo palio el sagrado Cáliz de la Cena (CRUILLES, Guía Urbana de Valencia Antigua y Moderna, t. II, p. 380 y TEIXIDOR, Valencia y su Reino, t. I, p. 286).

4) A la institución de una Festividad anual en honor del Santo Cáliz, sin que tampoco pueda fijarse con exactitud ni cuando ni cómo fueran en principio a tener lugar tales festividades.

Hemos de llegar a comienzos del siglo XVII, cuando se registra la iniciativa de un benemérito canónigo de la Catedral de Valencia, don Honorato Figuerola, natural de esta ciudad y gran devoto del Santo Cáliz, quien tras promover la celebración de solemnísimos cultos en honor de tan excelsa Reliquia, lanzóse a trabajar con gran empeño para que la devoción que ya venían profesando al Santo Cáliz bastantes fieles aumentase de día en día.
Consecuente con el deseo tan firmemente sostenido, y con objeto de asegurar la permanencia del culto a la Sagrada Reliquia después de su muerte, ocurrida en 1608, dejó constituida una administración de 22.000 libras en propiedad, con cuyas rentas habían de cumplirse varias obras pías, entre las cuales destacaba la celebración cada año de una solemne fiesta en honor del Santo Cáliz y de la preciosa Sangre del Redentor «con primeras Vísperas, Misa, Sermón y segundas Vísperas, todo con acompañamiento de órgano, como en el día de Corpus Christi...»; la celebración de dos procesiones: una claustral, por la mañana, y otra pública, con el mismo recorrido que la del Corpus, por la tarde, así como que se suplicase al señor Arzobispo que a la sazón rigiese la Archidiócesis, para que declarase festivo el día, amén de dejar mil libras para la construcción de una custodia u ostensorio en el que se pudiera llevar dignamente el Sagrado Vaso en la procesión.
Intervinieron decisivamente en la aprobación de la Institución propuesta por el difunto canónigo Figuerola, los insignes arzobispos San Juan de Ribera y Fray Isidoro Aliaga, quienes no sólo acogieron favorablemente la idea, sino que, tras detenido estudio de la documentación aportada en pro de la identidad del Santo Cáliz, dieron su asentimiento a la realización de la Fundación proyectada.
Es interesante recordar a este efecto que San Juan de Ribera era muy amante de las reliquias, pero con un criticismo muy depurado, hasta el punto de que mandara revisar con la más exigente escrupulosidad todas las que poseía, ordenando quemar muchas por no reunir, según su juicio crítico, aquellas condiciones necesarias para su valoración y reconocimiento. Sin embargo, en lo que se refiere al Santo Cáliz, no sólo lo admitió con entera certeza objetiva y moral, sino que hizo cuanto estuvo a su alcance para propagar su devoción y culto. Y hasta tal punto llegaba su convencimiento íntimo de la autenticidad del Sagrado Vaso, que como prueba delicada y expresiva surgida como espontánea confesión de su corazón y de su mente, vino a dejarnos una nota escrita de su puño y letra, que puede leerse en la Biblia que el Santo Patriarca tuviera para su uso (edición de Roberti Stephani, París 1540) y que se conserva en su famoso Colegio del Corpus Christi. En ella aparece, al llegar al pasaje donde San Mateo (XXVI, 27) habla de la Cena del Señor, subrayada la palabra calicem, y en el margen de pie de página, escrito de su puño y letra, en latín, la siguiente acotación, cuyo solo comienzo constituye de por sí una rotunda afirmación: hic calix husque hodie in hac nostra valentina ecclesia...
Que traducida en su parte inicial, nos dice: «Este Cáliz se conserva hasta hoy en esta nuestra iglesia valentina».
Por fin, en cumplimiento de las disposiciones otorgadas por el canónigo Figuerola, comenzó a celebrarse la fiesta anual del Santo Cáliz, que llegó a alcanzar extraordinaria popularidad, si bien en fechas distintas y solemnidad apropiada, según los tiempos.
Esta fiesta del Santo Cáliz siguió celebrándose con normalidad hasta principios del siglo XIX, y su procesión, a la que asistían las parroquias, comunidades religiosas y Jurados de la Ciudad, llegó a ser una de las más suntuosas, incluso parecida en esplendor a la del Corpus.
En cuanto a la fecha de su celebración, ha venido sufriendo desde su primer establecimiento diversas modificaciones, como fueron: el 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz; el día de San Mateo; el primer domingo de julio, festividad en Valencia de la Preciosísima Sangre del Redentor; desde 1903, de nuevo el 14 de septiembre, por haberse suprimido en Valencia el rezo particular en honor a la Preciosísima Sangre de Cristo Nuestro Señor; posteriormente, el primer domingo de julio, y luego, el segundo domingo de octubre o noviembre.
Con el tiempo, sin embargo, motivóse la decadencia de la solemnidad de la fiesta, hasta el punto de que acabara ésta por pasar desapercibida para el común de los fieles, debido ello, principalmente, a los trastornos públicos que acaecieron por aquel entonces e incluso a la nefasta desamortización decretada por Mendizábal, por la que el Estado vino a apoderarse de todos los bienes de las administraciones.
En 1888 volvió a recuperar la fiesta del Santo Cáliz su solemnidad, merced al nuevo impulso que le diera el entonces Arzobispo de Valencia, Cardenal don Antonio Monescillo, gran devoto del Santo Cáliz, quien logró dar renovado esplendor a la fiesta en honor de la Sagrada Reliquia, oficiando casi siempre de medio Pontifical y celebrando por la tarde solemne procesión claustral, con asistencia de los cleros de todas las parroquias.
Hasta este momento el Santo Cáliz continuaba depositado en la Capilla de las Reliquias de la Catedral; pero en sesión del Excmo. Cabildo, celebrada el 1 de marzo de 1915, éste acuerda aceptar la moción promovida por el celo y actividad de su Deán, doctor don José Navarro Darás, en solicitud de que la preciada Reliquia fuera expuesta a la pública veneración y que para ello se le dedicara una capilla, como la estimada joya se merecía y la devoción del pueblo valenciano reclamaba.
Muy poco tiempo después, el 15 de mayo del mismo año, el Cabildo ofrecía al Prelado don Valeriano Menéndez Conde la antigua Aula Capitular, como el mejor estuche a joya tan estimable, y el señor Arzobispo aprobaba y bendecía la iniciativa que muy pronto venía a convertirse en realidad, al ser trasladado solemnemente el Santo Cáliz, el día de la Epifanía del Señor de 1916, con masiva asistencia de parroquias, autoridades y fieles, a la Sala Capitular Antigua, donde en la actualidad se halla.
El acierto de la nueva instalación quedó pronto de manifiesto ante el incremento en el culto que se produjo, hasta el extremo de que hubo necesidad de reglamentarlo, según acreditan documentos históricos.
Con fecha 28 de diciembre de 1917 son aprobados los Estatutos de la «Real Hermandad del Santo Cáliz, Cuerpo Colegiado de la Nobleza titulada valenciana», que reciben su confirmación, por el Excmo. Cabildo, en sesión del día 15 de febrero del siguiente año.
Tras el paréntesis de la contienda civil de los años 1936-39, ya devuelto el Santo Cáliz a su Capilla, prontamente se manifiesta un renovado fervor hacia la Sagrada Reliquia, por lo que el Cabildo, atento siempre a los movimientos piadosos de los fieles valencianos, y recogiendo la necesidad de proporcionarles el cauce necesario, aprueba en sesión del 15 de diciembre de 1939 las bases de un Reglamento para la constitución de una Cofradía del Santo Cáliz.
Recién nombrado arzobispo de Valencia el doctor don Marcelino Olaechea, y piadosamente conquistado desde su llegada por el Santo Cáliz, lanzóse con entusiasmo a intensificar el fomento de la devoción al Sagrado Vaso, con la firme cooperación de autoridades, clero y fieles de la ciudad y diócesis.
Un paso importante en la consecución de tal objetivo lo daba en la sesión capitular extraordinaria del 16 de septiembre de 1948, presidida por el propio Arzobispo, en la que éste exponía su deseo de colaborar al fomento del conocimiento y culto del Santo Cáliz, proponiendo poner como carga una canonjía, la de Celador del Culto del Santo Cáliz; propuesta inmediatamente aceptada por el Cabildo.
Cumplimentados los trámites de rigor, era adjudicada dicha canonjía al Muy Ilustre Sr. Dr. don Benjamín Civera Miralles, quien el 14 de octubre de 1948 tomaba posesión de su cargo. En su acertada labor impulsora puede anotarse:

- La restauración de los cultos tradicionales.
- La institución del ejercicio de los «Jueves del Santo Cáliz», con la celebración de una Misa por la mañana y una Hora Santa por la tarde, a fin de que todos los jueves, día en que el Señor instituyera la Sagrada Eucaristía y consagrara su divina Sangre en este Cáliz, pudieran expresar los fieles su reconocimiento por tan inmenso beneficio y reiterar su agradecimiento por el honor otorgado a la Santa Iglesia Catedral Valentina al hacerla depositaria de tan excepcional reliquia.
- El haber dado nuevo impulso a la Real Hermandad del Santo Cáliz.
- La fundación, como fruto sazonado de sus desvelos, de la «Cofradía del Santo Cáliz», erigida canónicamente en la Catedral, con estatutos aprobados ad experimentum el 25 de marzo de 1952, y con carácter definitivo, por parte del Prelado, el 25 de noviembre de 1955.
- Finalmente, la promoción de jubileos, peregrinaciones, visitas de parroquias, colegios y entidades, a fin de que los distintos estamentos de fieles puedan rendir el homenaje colectivo de su devoción a la Sagrada Reliquia.

El día 3 de marzo de 1957 era designado nuevo Celador del Santo Cáliz el a la sazón Prefecto de Sagradas Rúbricas, M. I. Sr. D. Vicente Moreno Boria, quien no sólo vino a continuar la tarea iniciada por su antecesor, sino que, fervoroso devoto del Sagrado Vaso, multiplicó sus desvelos para lograr que el culto al Santo Grial adquiriera la extensión e intesidad que merece, como Sacrosanta Reliquia en la que el mismo Jesús posara sus santas y venerables manos, y en la que consagrara su divina Sangre en ratificación del Nuevo y Eterno Testamento.
Fruto de esta su preocupación por acrecentar el fervoroso tributo de veneración a la Santa Reliquia, ha sido, recogiendo la concesión otorgada por el Motu Propio de Pío II «Sacram Communionem», de poder celebrar la Misa Vespertina, la propuesta que hiciera el Excmo. Cabildo, de un cambio de cultos en los «Jueves del Santo Cáliz», con la celebración de la Santa Misa por la tarde y ante el Santísimo expuesto, el ejercicio propio de los jueves. Merecida la aprobación del Cabildo y la del Prelado, fue celebrada la primera Misa vespertina el día 25 de abril, por el Sr. Arzobispo don Marcelino Olaechea, con asistencia del Cabildo y a intención de la Real Hermandad, que adopta para sí, a partir de 1958, el primer jueves de cada mes, quedando a cargo de la Cofradía el ofrecimiento de los restantes jueves, en cuya celebración cooperan también entidades, parroquias, otras cofradías y colegios corporativos.
Junto al ejercicio de los «Jueves del Santo Cáliz» figuran también como actos de piedad eucarística celebrados ante el Sagrado Vaso, la «Hora Santa de adoración diaria a Jesús Sacramentado», que se viene verificando desde el 1 de enero de 1958; la celebración de los actos más íntimos y familiares, como bodas, bautizos, primeras comuniones, etc., para los que el pueblo valenciano escoge esta Capilla, y el paso casi ininterrumpido de fieles y visitantes, llegados a veces de los más alejados lugares, con el afán de ver y postrarse ante el Santo Cáliz de la Cena del Señor.
Dos actos de extraordinaria y severa solemnidad, con celebración anual, merecen ser destacados.
Es el primero, la celebración del «Día del Santo Cáliz», cuya fecha quedó señalada para el día de Jueves Santo, y cuyo programa de actos, variable según se estimase oportuno, venía a comprender, en líneas generales: Hora Santa. Procesión claustral y acto público en honor del Santo Cáliz. Vigilia de Oración ante la veneranda Reliquia. Exposición del Santo Cáliz a los fieles, con turnos de vela a cargo de la Real Hermandad, Cofradía y devotos.
Recientemente ha sido modificada esta celebración, en el sentido de coordinar las solemnidades del Jueves Santo en la Catedral, con el traslado procesional y singular veneración de la Sagrada Reliquia en el mismo acto.
La segunda tiene lugar con motivo de la celebración de la Fiesta anual de la Cofradía que, por acuerdo del Excmo. Cabildo, se conmemora el último jueves de octubre. Consiste en:

- Traslado procesional del Santo Cáliz desde su Capilla al Altar Mayor de la Catedral.
- Eucaristía concelebrada, presidida por el Excmo. y Rvdmo. Arzobispo de Valencia o algún prelado o alta jerarquía de la Iglesia en ausencia de aquél, con asistencia del Cabildo, nutrida representación del Clero regular y secular, Real Hermandad, Cofradía y fieles devotos de la Sagrada Reliquia.
- Rezo de las preces reglamentarias al Santo Cáliz.
- Procesión claustral de retorno a su Capilla, durante el cual se entonan los «Gozos al Santo Cáliz» —en su versión en lengua valenciana— que fueran realizados en edición conmemorativa, en 1959, en la celebración del XVII Centenario de la llegada a España del Sagrado Vaso.

Anotemos, finalmente, los distintos actos, conferencias, reuniones de cofrades y funciones religiosas que en honor del Santo Cáliz vienen a tener lugar en algunas poblaciones, y, de modo destacado, las celebraciones que organizadas por la Delegación en Madrid de la Cofradía del Santo Cáliz de la Cena de Valencia, se solemnizan anualmente en la Iglesia Parroquial de San Sebastián de la capital de España, con gran asistencia de cofrades y fieles devotos de la veneranda Reliquia allí residentes, y a la que prestan singular relieve, junto a la presidencia y participación activa de destacadas dignidades de la Iglesia, la asistencia de nutridas representaciones de la Real Hermandad del Santo Cáliz y de la Junta y miembros devotos de la Cofradía de Valencia.
En 1991 se registra el cese, por motivos de salud, del activo y por todos tan estimado Canónigo Celador del Santo Cáliz D. Vicente Moreno, de imperecedera memoria, pues que no es fácil olvidar, entre otros muchos logros, que a su gran dinamismo y apasionada entrega debióse en gran parte el jubiloso éxito alcanzado en su memorable y apoteósico recorrido por tierras de Aragón de la legendaria Reliquia, con su evocadora presencia, por unas horas, en el antiguo refugio del viejo monasterio pinatense.
El día 6 de marzo, en sesión de Junta General Extraordinaria, se acordaba otorgar a D. Vicente el nombramiento de «Canónigo Director Honorario Perpetuo de la Cofradía», con entrega del Título correspondiente, el cual vino a hacerse efectivo en un emotivo acto celebrado en el lugar de su retiro actual, en Sagunto, el día 13 de julio, con asistencia del Ilmo. Sr. Deán de la Catedral, del Ilmo. Sr. D. Miguel Canet, designado como nuevo Canónigo Celador del Santo Cáliz, del Presidente de la Cofradía D. Ignacio Carrau y de D. Vicente Boada, en presencia de la Madre Superiora y una representación de la Comunidad de Religiosas donde se encuentra atendido D. Vicente y desde donde sigue con el corazón puesto siempre en la Santa Reliquia a la que diera lo mejor de su vida.


Ecos de un pregón
Como acabamos de anotar, entre las numerosas actividades que jalonan la vida de la Cofradía del Santo Cáliz, figuran en lugar destacado las actuaciones de sus miembros en reuniones, conferencias y actuaciones varias, como voceros y difusores de su devoción.
A una de estas intervenciones nos vamos a referir de manera especial y veremos por qué.
El 26 de abril de 1991 tenía lugar en la Parroquia de Nuestra Señora del Remedio, de Valencia, el acostumbrado pregón que, como llamada a la celebración de los tradicionales actos conmemorativos de la Semana Santa, conlleva la solemnización de esta efemérides litúrgica.
Contó el acto con la participación, con carácter de pregonero, del Presidente de la Cofradía, D. Ignacio Carrau, con una brillante exposición de la que no podemos resistirnos a seleccionar algunos fragmentos por estimar constituyen por sí mismos, no sólo el más delicioso y emotivo florilegio en loor de la devoción y culto del venerable Vaso, sino también el más hermoso código de comportamiento, digno de ser releído y meditado por todos los devotos y seguidores de este testigo inigualable de uno de los hechos más trascendentes para el mundo cristiano: el de la Institución del gran Misterio de la Eucaristía:

* El Santo Cáliz de la Cena debía convertir a Valencia en una ciudad pasionista en la que la conmemoración de la pasión se renovase día a día con la constante veneración; el Santo Cáliz debería tener una guardia permanente de oración para que no se repita la soledad por desamor de Cristo en su Pasión.
* El Santo Cáliz, en el que por primera vez el vino se convirtió en la Sangre de Cristo, debía ser punto de referencia de nuestra propia vida entregada a vivir, día a día, la Pasión, y en el cual ancláramos nuestras creencias.
* El Santo Cáliz debiera ser para los valencianos hito que marque el camino a recorrer para todos los que, comprometidos con Cristo, queremos asimilar su Pasión y su muerte.
* El Santo Cáliz debiera ser faro que en el desolado mar de la sociedad actual marcase el flujo y reflujo del fervor de la Semana Santa que estos días se despierta pero que pronto desaparece.
* El Santo Cáliz debiera ser fuente a la que de manera asidua nos acercáramos para venerarlo, sí, pero sobre todo, para recoger su influjo, renovando la carga de propósitos que cada año ante el dolor y el amor de Cristo formulamos en Semana Santa.
* La Capilla del Santo Cáliz, refugio eucarístico, ha de ser el núcleo del cual se inicie, con el convencimiento personal nuestro, y por el amor en Cristo, hecho Eucaristía, una reconquista de la sociedad para la que nos requieren los obispos en su documento «la verdad os hará libres» y ello únicamente lo podremos realizar si la Pasión de Cristo no es para nosotros un recuerdo pasajero, durante una semana al año, sino una vivencia, una compenetración permanente, junto a esa reliquia única como es el Santo Cáliz de la Cena.

viernes, 12 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (XII). Manuel Sánchez Navarrete





EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (XII)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


Juan Pablo II y el Santo Cáliz

En ocasión de la memorable visita que en 1982 realizara a España S. S. el Papa Juan Pablo II, merece ser destacada, por sus singulares características, la de su estancia en Valencia, breve en el tiempo pero de extraordinaria importancia en su significado.
Después de 1724 años en que Sixto lI utilizara el Santo Cáliz en la consagración eucarística, último Papa que en aquel lejano año del 258 lo hiciera, Juan Pablo II, en una inolvidable función religiosa en la que más de un centenar de nuevos sacerdotes venían a recibir su ordenación en el amplio y espléndido marco del paseo de la Alameda de Valencia, un lunes, 8 de noviembre, el sucesor de Pedro volvía a tomar en sus manos aquella misma Copa que Jesucristo retuviera entre las suyas y volvía a convertir el vino en la Sangre preciosa del Redentor, cumpliendo así, con este acto, la gran ilusión mantenida desde hacia largos años por la Cofradía del Santo Cáliz de la Cena.
Y si fueron para Su Santidad instantes de emoción intensa aquellos en que le fue posible, continuando la línea de sus más remotos antecesores, volver a oficiar con esta venerable Reliquia y volver a repetir sobre ella aquellas palabras que iniciara Pedro y que han quedado estatuidas en el Canon de la Misa: «Este es el Cáliz...», lo fue mucho más para los creyentes valencianos, cuando en la gran explanada de la Alameda pudimos contemplar en sus manos, cómo era elevado el Santo Cáliz del Señor.
Ya momentos antes, en su breve paso por la Catedral, había mostrado Juan Pablo II su emoción al contemplar y tener en sus manos la Sagrada Reliquia, a la vez que escuchaba las explicaciones que le eran dadas por el Arzobispo de Valencia, doctor Miguel Roca Cabanellas y el Canónigo Director de la Cofradía del Santo Cáliz de Valencia, don Vicente Moreno Boria, y sobre todo, al besar con devota unción, por dos veces, la Sagrada Copa.
Como complemento y refrendo histórico de esta visita, que sin duda supone un hito de singular trascendencia, Juan Pablo II se dignaba aceptar la insignia de Caballero de Honor Perpetuo del Santo Cáliz entregada por la Cofradía, y estampaba su firma en la hoja de pergamino que orlada con su escudo y leyenda, figura en primer lugar y en perenne testimonio de tan magno acontecimiento, en el Libro de Oro de la Cofradía.
Falta consignar que, como obsequio de la diócesis al Santo Padre, recibió éste una reproducción exacta del Santo Cáliz, realizada por el orfebre valenciano Francisco Pajarón Andreu, autor también de la custodia que sale en el cortejo procesional del día del Corpus Christi, y restaurador en dos ocasiones, junto con su abuelo Francisco Pajarón Suay, de la Sagrada Reliquia: la primera, con motivo de la rotura sufrida en ocasión a la que en otro lugar ya hicimos referencia; la segunda, al finalizar la guerra civil última, en la que el Santo Cáliz hubo de permanecer escondido durante casi tres años.
Este «duplicado» del Santo Cáliz donado a Juan Pablo ll, fue recreado, detalle a detalle, con piedras similares a las del original y con metales idénticos; incluso la piedra ágata, que al no ser encontrada en España, tuvo que ser traída desde Alemania.
Como testimonio de este trascendental acontecimiento, reproducimos a continuación el texto del acuerdo tomado por la Junta de la Cofradía del Santo Cáliz, que figura en el Libro de Oro de la misma.

La junta de Gobierno de la Cofradía del Santo Cáliz de la Cena, erigida canónicaniente en la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Valencia, quiere hacer constar en nombre y representación de todos los Cofrades, el más sincero testimonio de su gratitud al Excelentísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo de Valencia, Doctor Don Miguel Roca Cabanellas, al Ilustrísimo Señor Deán, Doctor Don José Mengual Sendra y al Muy Ilustre Señor Don Vicente Moreno Boria, Canónigo Director de la Cofradía, por haber atendido y encauzado los deseos fervientes de nuestra Cofradía, en este memorable viaje de Su Santidad el Papa, Juan Pablo II a Valencia, consiguiendo plenamente que se realizaran los siguientes hechos trascendentales en la historia de la Cofradía, que debidamente se enumeran a continuación para constancia fehaciente de los mismos:
PRIMERO.— Que Su Santidad el Papa Juan Pablo II ha aceptado la insignia de Caballero de Honor Perpetuo del Santo Cáliz que le ha sido entregada por la Cofradía.
SEGUNDO.— Que el Santo Padre ha estampado su firma en la hoja de pergamino que orlada con su escudo y leyenda, figura en primer lugar del Libro de Oro de esta Cofradía.
TERCERO.— Que el último Papa que utilizó este Santo Cáliz en la consagración fue Sixto II, en el año 258. Y hoy, después de 1724 años, nuestro Santo Padre, Juan Pablo II, ha celebrado la solemne Eucaristía de la ordenación sacerdotal, en la misma Copa en donde el Señor convirtió el vino en su Sangre preciosa, cumpliendo así con este acto la gran ilusión mantenida desde hace largos años por la Cofradía del Santo Cáliz de la Cena.
Valencia, a 24 de noviembre del año 1982.
El Presidente de la junta de Gobierno,
Luis B. Lluch Garín
Doy fe:
El Secretario de la Cofradía,
José Ferrer Olmos

Con este hecho, que señala un hito de singular trascendencia en los anales del Santo Cáliz, se afirma y se confirma, en la realidad del mundo presente, la certeza del misterio iniciado hace casi veinte siglos en el Cenáculo de Jerusalén y que hoy se proyecta y perpetúa en el portentoso libro de una historia con sublimes resonancias wagnerianas de místico arrobamiento, que armoniza plenamente en el sobrio conjunto de la Capilla, con la piadosa y admirativa veneración del pueblo creyente ante la más insigne y conmovedora reliquia eucarística conservada por la humanidad; de una historia que día a día continúa escribiéndose con las líneas severas de una liturgia y de un culto perpetuado a través de los siglos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

El Santo Cáliz de la Cena (XI). Manuel Sánchez Navarrete




EL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
SANTO GRIAL VENERADO EN LA CATEDRAL DE VALENCIA (XI)

Manuel Sánchez Navarrete

Valencia 1994


De Zaragaza a Valencia

Aunque no era valenciano, fue el rey Alfonso II de Valencia y V de Aragón, además de serlo también de Mallorca, Nápoles y Sicilia, y conde de Barcelona, muy amante de nuestro reino, al que estimó siempre como a su propia patria y por el que fue correspondido con su adhesión, con su simpatía y con sus armas.
Infante aún, había celebrado en Valencia su casamiento con doña María de Castilla, tan querida y admirada por sus virtudes ejemplares y a la que se debe la fundación de los monasterios valencianos de Jesús y de la Trinidad, en el que con el tiempo vendrían a encontrar reposo sus restos mortales.
De él se ha dicho que fue el monarca mas distinguido de su tiempo: valeroso como un almogávar, juicioso y prudente como un diplomático, generoso como un noble renacentista, político como un hombre de estado, discreto y entendido como un doctor en leyes, y siempre y en todo momento, haciendo honor al dictado que le dieron de sabio y de magnánimo, sobrenombre otorgado, como acabamos de señalar, más que por los actos de sus campañas en Italia, por su generosidad y amor al saber y por su afán de adentrarse en el espíritu renacentista de las artes y de las letras.
Pero lo que a nosotros importa más destacar es la predilección que este monarca sentía por Valencia y la lealtad con la que los valencianos correspondían al afecto de su rey, bajo cuyo reinado tan gran auge tomara la Valencia gremial.
Varias veces reunió don Alfonso Cortes en Valencia, y en todas ellas se mostró el rey generoso y magnánimo con los valencianos, con predilección manifestada en las mejoras, dádivas, mercedes y distinciones que le otorgó y en lo atento que estuvo siempre a conceder cuantas peticiones le fueron hechas por Valencia. De aquí que haya llegado a decirse que el rey Alfonso el Magnánimo fue el rey más valenciano de todos los monarcas aragoneses.
Bastará con recordar la serie de espléndidas obras de reconstrucción a él debidas, como fueron las llevadas a cabo en la Casa de la Ciudad; la erección en el convento de Santo Domingo de la primorosa Capilla de los Reyes; la reforma y embellecimiento de los salones y jardines del Palacio del Real —situado donde hoy se alzan las llamadas montañitas de Elío, restos de aquél, en los jardines denominados por su origen, del Real, y también Viveros Municipales—, que convirtió en una residencia encantadora, con jardines, estanques, bosques, amén de una interesante colección zoológica, y al que hizo trasladar también magníficas obras de arte; la cesión de trofeos obtenidos en sus campañas victoriosas, como las cadenas que cerraban el puerto de Marsella, que las naves valencianas, a cuyo frente marchaba la de Romeu de Corbera, rompiera en audaz aventura marinera, y gran número de reliquias, en buena parte mandadas traer por el rey a Valencia, entre las que figuraba, en lugar destacado, el Santo Cáliz de la Cena del Señor, que en la Capilla del Palacio del Real vino a ocupar lugar preferente y a constituir el mayor atractivo para los más ilustres visitantes del Palacio, a los que el propio Rey se complacía en enseñar, como se deduce del manuscrito existente en el archivo de la Metropolitana de Valencia, en el que vemos consigna el Padre Rodríguez: «Lunes, 2 de agosto de 1428... i el rei mostrà al infant de Portugal i a molts altres cavallers les reliquies que tenía en sa capella».
Más adelante, por razón de sus ausencias, y con el propósito de garantizar una mayor seguridad, ya que el palacio se hallaba situado fuera de la ciudad amurallada, depositó el cuerpo de San Luis, obispo de Tolosa, juntamente con otras reliquias y alhajas en la Seo Valenciana. Poco después, ante una nueva ausencia motivada por renovadas campañas, ordenó hacer depósito de las restantes reliquias que le quedaban, delegando su custodia y conservación en mosén Antonio Sanz, canónigo y pavorde de la Catedral de Valencia y capellán mayor de la Capilla del Real Palacio.
Y así llegamos al 18 de marzo de 1437, en que al fallecer el mencionado mosén Antonio Sanz, el «muy alto Señor Don Juan, rey de Navarra, gobernador a la sazón de Valencia y lugarteniente de su hermano Alfonso», ordena, en nombre del rey Magnánimo, se haga donación definitiva de joyas y reliquias al Cabildo catedralicio de Valencia, lo que así se cumple, mediante la redacción del correspondiente documento público que formaliza la entrega de la donación y reseña el contenido de la misma, firmando don Pedro de Anglesola, por parte del rey, y don Jaime de Monfort, por parte del honorable Cabildo, ambos notarios públicos.
En dicho documento, redactado en lengua valenciana, entre la relación de las diversas joyas y reliquias donadas, se lee: «Item lo calser hon Jhsuxrist consagra lo sanguis lo dijous de la cena fet ab dues anses dor ab lo peu de la color que lo dit calser es guarnit al entorn dor ab dos balays e dos maragdes en lo peu e ab vinthuyt perles coniuents de grux de un pesol entorn del peu del dit calser diuse per en francesch ferrer quels dits balays son granats»... (Notal de Jaime Monfort, vol. 3.532).
Esto es: «ltem, el Cáliz en que Jesucristo consagró la Sangre el Jueves de la Cena, hecho con dos asas de oro, cuyo pie, del mismo color que el Cáliz, está guarnecido alrededor de oro con dos rubíes y dos esmeraldas en el pie, y con veintiocho perlas, comparadas al grueso de un guisante, alrededor del pie de dicho Cáliz, dice el perito don Francisco Ferrer que dichos rubíes son granates...»
A partir de esta fecha, continúa el Santo Cáliz ininterrumpidamente en la Catedral de Valencia. Ante él acuden a postrarse reverentemente los fieles, y conforme a la explicación que de las reliquias se hacía y que encontramos escrita igualmente en valenciano, en un antiguo texto usado en la ceremonia de presentación, vemos se decía así de la Sagrada Copa: «Devots cristians, aquest es lo mateix Calcer, hon lo dijous de la Cena nostre Senyor consagrà la sua preciosa Sanch; es de pedra ágata cornelina oriental; ha molts perdons, haventli bona devoció...»
Guardóse en un principio el Santo Cáliz en la que vino a llamarse «Capilla de las Reliquias», junto con otras muchas con que exornaron la Catedral valenciana pontífices y reyes, engastadas en valiosos y artísticos relicarios. Una curiosa «consueta» del siglo XVI, nos recuerda el ceremonial que venía a observarse al mostrar a los fieles, el primer día de Pascua, las sagradas reliquias, siguiendo la relación de un curioso libro donde constaban escritas por su orden las reliquias, las cuales iban siendo mostradas a los fieles, a la vez que se recitaba una trova o copla que repetían los fieles, como deprecación al santo de la reliquia.
De cómo la creciente devoción al Santo Cáliz moviera a pensar en dedicarle capilla propia, ya hablaremos en otro lugar; volvamos ahora a recordar que fue a partir del 18 de marzo de 1437 cuando se asienta definitivamente en la Seo valenciana, en la que permanecerá ininterrumpidamente hasta el mes de marzo de 1809, en que con motivo de la invasión francesa y consiguiente estallido de la Guerra de la Independencia, inicia un inquieto peregrinaje, con otras reliquias y bajo la custodia de un canónigo delegado por el Cabildo valenciano, que le permite quedar a salvo de la rapacidad y de los desmanes de las tropas napoleónicas.
Tuvo lugar la primera salida el 18 de marzo de 1809; el Santo Cáliz es trasladado a Alicante, desde donde regresará a Valencia a fines de enero de 1810.
En marzo del mismo año es llevado a Ibiza, igualmente por razones de seguridad.
En febrero de 1812, pasa de Ibiza a Palma de Mallorca.
Y en septiembre de 1813 regresa desde Palma de Mallorca a la Catedral de Valencia, y se redacta el último inventario de este periplo en el que, con el número 29, se lee: «La caxa de plata que contiene el Santo Cáliz de la Cena».
A partir de esta fecha continúa siendo venerado ininterrumpidamente, primero en la Capilla de las Reliquias (ábside de la Sala Capitular), y a partir de 1916 en el Aula Capitular antigua (actual capilla del Santo Cáliz).
El 21 de julio de 1936, en los comienzos de la guerra civil española, viene a ser providencialmente salvado del incendio y saqueo de la Catedral, con ello de una profanación inminente y, tal vez, de una pérdida irreparable, por los canónigos señores don Elías Tormo y don Juan Senchermés, el reverendo capellán don Juan Colomina y la señorita Suay, quienes tres horas antes de que las turbas irrumpieran en el templo, haciéndose cargo del Sagrado Vaso, que envolvieron con un papel de seda y disimularon con un periódico, lo sacaron sigilosamente de su Capilla y procedieron a esconderlo, primero en diversos domicilios particulares de la ciudad, y luego en la población de Carlet, donde pudo permanecer oculto hasta el 30 de marzo de 1939, en que, finalizada la contienda, pudo ser retornado a Valencia, a cargo de la Junta Recuperadora del Tesoro Artístico Nacional, y entregado oficialmente, pocos días después, el 9 de abril, festividad de Jueves Santo, al Cabildo Metropolitano, en el Palacio de la Lonja, en donde por el mal estado de la Catedral, que había sido profanada y sufrido graves deterioros, se celebraron los oficios de Semana Santa. Terminados éstos, fue guardada la Sagrada Reliquia por el Arzobispo don Prudencio Melo y Alcalde, en el oratorio que provisionalmente ocupaba, por haber sido también destruido el Palacio Arzobispal.
Por fin, adecentada la maltratada Catedral, fue reintegrado el Santo Cáliz a ésta, el 9 de julio del mismo año, primer domingo de dicho mes y fiesta hasta entonces tradicional del preciado Vaso, quedando instalado provisionalmente —en tanto se procedía a la restauración de su propia capilla—en el Relicario de la Catedral o Abside de la Sala Capitular, donde permanecería expuesto a la veneración de los fieles, hasta el día 23 de mayo de 1943, en que tras festejar el momento con una solemne celebración religiosa, fue retornado el Santo Cáliz al severo y recogido santuario de su Capilla gótica.
Una nueva salida del Sagrado Vaso, esta vez triunfal y por tierras de Aragón, tras cinco siglos de ausencia, tuvo lugar en 1959, con motivo de la celebración de las fiestas conmemorativas del XVII Centenario del Martirio del San Lorenzo y de la llegada a España de la Sagrada Reliquia, en la que ésta volvió a visitar en ruta peregrina los mismos lugares que en el pasado recorriera en su trayectoria histórica: «Huesca, Bailo, Siresa, Sasave, Jaca, San Juan de la Peña... Ruta jalonada por los más gratos recuerdos de la vieja crónica. Pueblos recios y lugares de leyenda cuyos hombres supieron en aquellas épocas lejanas, superar y hacer realidad de carne y vida a lo que de otro modo pudieran parecer quimeras de fábula.» (JOSE MARÍA LACASA. El Santo Grial volverá a Aragón en el año 1959. En el Boletín del Instituto Cultural Hispánico de Aragón, núm. 5).
Fue el atisbo genial de don Marcelino Olaechea, arzobispo a la sazón de la archidiócesis valentina, que fija la vista en la futura coyuntura histórica que ofrecía la celebración de la apuntada efemérides, y haciendo suyo el deseo manifestado por la ciudad de Huesca, así como de las demás poblaciones de Aragón que en su día fueran poseedoras del Santo Cáliz, que pedían se permitiera a la reliquia visitar aquellos lugares, designaba una comisión para que estudiase la posibilidad de llevar a efecto la solicitada visita.
Constituida aquella, al frente de la cual figuraba el Canónigo Celador del Santo Cáliz, don Vicente Moreno Boria, el celoso propagandista y presidente de la Cofradía don Luis B. Lluch Garín, y el vocal de propaganda en funciones de secretario de la comisión, don Manuel Sánchez Navarrete, desplazáronse éstos, como adelantados del proyecto, a visitar no sólo Huesca sino también Zaragoza y demás antiguas sedes del Sagrado Vaso, pudiendo constatar así, personalmente, cuán grande era el amor y la devoción a la venerada reliquia que todavía perduraba en Aragón.
Transmitido el mensaje al Cabildo de la Catedral como custodio de la Santa Reliquia y solicitada por éste la anuencia del Prelado, estimando las solicitudes formalmente hechas por las autoridades y pueblos de Aragón y dadas las garantías de seguridad, culto y esplendor ofrecidas, acordóse ya no cabía oponer ningún reparo a que la visita propuesta pudiera hacerse realidad. Y como afirmara en la locución que como pórtico a la celebración del Centenario Laurentino pronunciara don José María Lacasa, Decano del Colegio de Abogados y presidente de la Junta de fiestas del Centenario, lo había hecho posible San Lorenzo por medio del arzobispo de Valencia, quien seguidamente vino a proclamar la buena nueva sobre aquel magno acontecimiento espiritual.
Pero tal realización no podía ser resultado de un arrebato de fe y entusiasmo sino que hubo de pasar por el crisol de una larga y concienzuda preparación, lo que unido al impulso pastoral de don Marcelino y al acierto en la elección de un bien escogido grupo de entusiastas colaboradores, dio como resultado convertir lo que en un principio sólo se vislumbraba como un hermoso y ambicioso deseo, en una triunfal realidad, al recibir el empuje final y sacar al Santo Cáliz del regazo piadoso de Valencia y lanzarlo a la reconquista del pristino fervor, por los añejos lugares de su antigua aventura, para recibir el fervoroso homenaje de los nobles corazones aragoneses.
Era en los últimos días del mes de junio, cuando el Santo Cáliz de la Cena, el Santo Grial de las leyendas medievales, en una plácida y limpia tarde de sol canicular, volvía a Aragón y hacía su entrada en la legendaria Osca. Momento de emoción indescriptible. La población en masa, llenando calles y plazas en silencio reverente y expectante, se apretujaba con ansia de contemplar y venerar la añorada reliquia. Maravilloso tapiz de luz y de color.
Luego, al aparecer presidido por la imagen de su salvador, el diácono mártir San Lorenzo, el Santo Cáliz portado por el prelado valentino, la emoción que estalla incontenible en una vibrante manifestación de entusiasmo y reverencia a la vez.
Las fuerzas militares rinden los máximos honores. Truenan los cañones sus salvas de ordenanza. Y las bandas dejan oir el Himno Nacional, cuyas notas se confunden con las voces de los coros que desgranan sus melodías eucarísticas mientras los aplausos y vítores se suceden y entrelazan con los sones broncíneos de las campanas en una apoteósica sinfonía de devoción, de fe y de amor.
En etapas sucesivas, primero en la catedral y luego en la iglesia de San Pedro el Viejo, antigua Seo de Huesca, pudo durante algunas horas ser contemplado y venerado por los fieles oscenses aquel mismo Vaso traído otrora por Lorenzo, el mártir después y santo patrono de su tierra nativa.
Pero como etapa cumbre de aquel recorrido —lleno todo él de fervor y entusiasmo, en el que el pueblo y España entera aparecía representada por los peregrinos llegados desde las más diversas provincias españolas—, merece ser destacada la inolvidable jornada transcurrida aquel lunes, 29 de junio, en San Juan de la Peña, la Covadonga Pirenaica, en que el Santo Grial volvía a reposar y recibir los sentimientos de veneración y homenaje de las más altas autoridades y jerarquías de todo orden de España, y en especial de los antiguos Reinos de Aragón y de Valencia, así como de peregrinos y fieles llegados de todas partes para, unidos, postrarse y rendir su homenaje de veneración ante el Santo Cáliz en su viejo y evocador refugio.
El desfile y entrada en el templo del Monasterio Alto, de dignatarios y personalidades, fue de una impresionante grandeza. Allí estaban, con S. E. el Jefe del Estado Generalísimo Franco, acompañado de su esposa, doña Carmen Polo y de dos ministros, el Nuncio de su Santidad; los Capitanes Generales de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire de Aragón y Valencia; los Gobernadores civiles de Huesca, Zaragoza, Valencia y Teruel; los Arzobispos de Valencia y Zaragoza con obispos varios de Aragón y de Valencia; los Alcaldes y Presidentes de Diputación y Corporaciones municipales y provinciales de Valencia, Zaragoza, Teruel y Jaca; representantes de las Audiencias y Universidades de Zaragoza, Valencia y Huesca; Cabildo de la Metropolitana de Valencia con el Canónigo Celador del Santo Cáliz, don Vicente Moreno Boria, alma infatigable en la realización de este viaje del Santo Grial; Cabildo de Jaca, Patronato de San Juan de la Peña, Hermandad de Caballeros de San Juan de la Peña, Real Hermandad de Nobles y Cofradía del Santo Cáliz de Valencia; Presidentes y Directores de entidades varias, representaciones de Asociaciones y Congregaciones religiosas, y tantas y tantas otras delegaciones, peregrinos y fieles que no solamente llenaban a rebosar el amplio templo sino que se desbordaban hasta ocupar casi por completo la amplia explanada de San Ildefonso.
Y al entrar el Santo Grial en el Monasterio Alto y resonar en los aires los ecos arrebatadores del «Alleluia» de Haendel, entonado por cientos de voces del Orfeón Donostiarra y del Orfeón de Huesca, un nudo en la garganta ahoga las fervorosas plegarias y los sollozos de emoción contenida. Luego, durante la celebración del sacrificio Eucarístico, oficiado por el Obispo de Jaca, al llegar en el rito al momento en que el celebrante, reposada y quedamente, repite las mismas palabras sacramentales que Cristo pronunciara: «Tomad y bebed todos de El, porque este es el Cáliz de mi sangre», un estremecimiento de emoción sacude a los asistentes que se sienten, ante la presencia real del Cáliz de la Cena, como transportados al Cenáculo en aquella noche remota cargada de misterios.
Terminado el oficio religioso, inicióse la procesión para trasladar la Sagrada Reliquia al Monasterio Viejo. Y allí, por la verde pradera, aparece y comienza a discurrir la severa y lenta comitiva: clérigos, seminaristas, sochantres y salmistas, entonando himnos eucarísticos; Prelados y Cabildos, con sus hábitos corales; el Nuncio de su Santidad portando el Sagrado Vaso, ahora convertido el relicario en que es portado en custodia de la Sagrada Forma, y cerrando la comitiva, las municipalidades y autoridades todas, presididas por la más suprema jerarquía del Estado.
El espectáculo se ofrece impresionante e inenarrable. El cortejo serpentea por el abrupto y sinuoso sendero que desciende hacia la cueva que fuera refugio del Santo Cáliz, entre pinos y abetos, mientras los ciento cincuenta niños que componen la Coral Juan Bautista Comes, de Valencia, embalsaman el ambiente con sus más bellas y delicadas melodías. Es un cronista aragonés quien lo escribe: «Es Valencia que, trayendo el perfume y la fragancia de sus flores, canta por boca de esos niños, vestidos de blanco como palomas sin hiel...» (JOSE MARIA LACASA: «El Santo Grial volvió a Aragón en 1959», en el Boletín citado, núm. 6).
La comitiva penetra en la recoleta capilla del austero y recóndito recinto, histórico cenobio, y el Nuncio de Su Santidad deposita reverentemente el Santo Cáliz sobre la misma mesa-altar sobre la que durante más de seis siglos se le rindiera silencioso y escondido culto. El momento y la escena sobrecogen y estremecen; más aún cuando los vibrantes y majestuosos acordes del «Parsifal», interpretados por la Orquesta Municipal y la Coral «Juan Bautista Comes» de Valencia, y los Orfeones Donostiarra y Oscense, comienzan a resonar, como en fantástico sueño, entre las peñas ariscas y las espesas arboledas de un escenario portentoso como sólo la misma naturaleza es capaz de crear. Es en este momento cuando toma toda su fuerza este otro comentario que escribiera como testigo presencial el comentarista anteriormente citado: «Los manes pinatenses se estremecieron ayer; hasta los Reyes de Aragón despertaron de su sueño eterno y los iconos de los capiteles abrieron desmesuradamente las órbitas...» O la voz de una alta jerarquía de la Iglesia al resumir la inolvidable jornada: «Los actos en honor del Santo Cáliz han revestido tal grandeza como lo pedía la hidalguía de Aragón».
A las cinco de la tarde de aquel mismo día salía hacia Jaca, en cuya catedral de San Pedro, llamada por algunos «La Catedral del Santo Cáliz», vino a evocarse el recuerdo de aquella otrora en que pudo tener también cobijo amparador. Y luego, como jalones del camino de regreso, la Canal de Berdún, Santa Cilia, Javierregay, Hecho, Siresa, Bailo, Salinas de Jaca, nuevamente Huesca y, tras varios actos, siempre desbordantes de entusiasmo y reiterada emoción, la despedida definitiva en el límite de la provincia, y la llegada y estancia en Zaragoza.
De nuevo otra jornada memorable en la capital aragonesa, con actos de fervor popular inenarrables y solemnidades de una grandiosidad y fervor desusado, y la salida, tras un multitudinario y apoteósico final de despedida, hacia la capital valenciana.
Nuevos jalones en el camino de regreso, y en cada lugar el mismo fervor y entusiasmo que convierten el viaje en un permanente rosario de aleluyas, con tañido de campanas, bullicio de músicas, cantos eucarísticos, celebraciones religiosas, vítores, aplausos y, como fondo de todo ello, emoción en las almas y lágrimas en los ojos.
Por fin, la jornada definitiva. El domingo, día 5 de julio, hacía su entrada de retorno en Valencia el Santo Cáliz y se cerraba una de las páginas más gozosas escritas en los anales de la historia religiosa de Valencia y una de las más trascendentes en el ámbito nacional, con el público testimonio de fe y veneración, rendido a la Sagrada Reliquia.
Una nueva y última salida del Santo Cáliz fue la que tuvo lugar a Carlet, en noviembre de 1964, para presidir la clausura de la Santa Misión que durante quince días había venido celebrándose en aquella población y como visita de retorno y agradecimiento, veinticinco años después de que fuera regresado a Valencia, tras su ocultamiento en aquella población durante el período de la guerra civil.
Fue esta una nueva ocasión en que la fe de un pueblo vino a rendirse por entero ante la presencia de la Sagrada Reliquia, resultando el conjunto de los actos celebrados en su honor, un cálido homenaje espiritual sin precedentes en la historia de aquella ciudad.