EL SANTO GRIAL: SIGNOS DE CREDIBILIDAD
Salvador
Antuñano Alea
(Profesor
titular de Humanidades
en la
Universidad Francisco de Vitoria, Madrid)
2008
(Resumen del
anterior estudio publicado en 1999)
Se cumplen 1750 años desde que llegó a España una copa traída de Roma (con ese motivo, se ha celebrado en Valencia el I Congreso Internacional del Santo Cáliz y se ha publicado el libro San Lorenzo y el Santo Grial). ¿Qué tiene de especial este objeto para que tanto siglos después se siga hablando de él? ¿Es acaso la copa que utilizó Jesús en la última cena? ¿Qué sentido tiene para los cristianos la devoción a esta reliquia?
1.- EL SENTIDO
CRISTIANO DEL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
"La copa de
bendición que bendecimos,
¿no es acaso la
comunión con la Sangre de Cristo?"
(1 Cor 10, 16)
Desde los
remotos tiempos medievales, la búsqueda del Santo Grial ha embriagado la
fantasía y ha enardecido el corazón de generaciones enteras. La Santa Copa que
contuvo la Sangre Preciosa de Cristo ha articulado leyendas, ha generado
poemas, romances y novelas, ha cautivado a músicos, pintores, guionistas,
directores de cine, ha traspasado las fronteras de la historia y la realidad y
ha descubierto continentes fabulosos de mito, gloria y magia. En ocasiones
incluso se ha mezclado con elementos de corrientes esotéricas y ha desatado las
más disparatadas -y aberrantes- conjeturas. En él encontraron inspiración y
aliento los nobles y esforzados caballeros de beneméritas órdenes militares. Se
ha buscado el Grial en los bosques ingleses, en las penumbras de Escocia, en la
verde Irlanda, en los Pirineos españoles y franceses, en Montserrat y
Montsegur, y, en su afán de hallarlo antes que los nazis -existen testimonios
de que Hitler anhelaba poseerlo- el heroico Indiana Jones arrostró mil peligros
hasta internarse en los secretos de la admirable y antigua ciudad de Petra. Los
ecos de la demanda del Grial reverberan en Don
Quijote, en la fuerza teutona del Parsifal
de Wagner y en la dramática trama del Señor
de los Anillos.
Pero, de verdad,
¿se pudo haber conservado y existe, por tanto, la posibilidad real de encontrar
en algún lugar del planeta la Copa usada por Cristo en su Última Cena? ¿Quién
la pudo haber guardado, dónde está, tiene realmente poderes sobrenaturales?
¿Qué sentido y utilidad puede tener?
Existe en
España, conservado en la Catedral de Valencia, un vaso helenístico de ágata,
tallado en el Oriente Próximo en torno al siglo I de nuestra era, rodeado de
una tradición milenaria, apoyada por indicios históricos, que lo venera como el
Santo Cáliz de la Cena. Las breves páginas que siguen intentarán exponer el
sentido que esta reliquia tiene para el Cristianismo. Para ello será necesario
reflexionar sobre el papel que en la vida de la Iglesia se da a las reliquias y
sobre el fundamento de tradición e historia que avalan la que en Valencia se
venera; así podremos descubrir el hondo significado místico del Santo Cáliz.
Antes de seguir
adelante conviene hacer una advertencia al lector benévolo. Hemos ya apuntado
que en más de alguna ocasión se ha querido mistificar el Grial con creencias
esotéricas y paganas -así, se lo relaciona frecuentemente con los calderos
mágicos de la antigua religión druídica, con pretendidos ritos primitivos de
los pueblos celtas y germánicos, con iniciaciones de sociedades secretas y
hasta con los jeroglíficos de las tumbas faraónicas-. Al hacerlo, explícita o
implícitamente, se niega o al menos se diluye el valor que el Grial puede tener
como vaso de la Sangre de Cristo, al tiempo que se aceptan irracionalmente
absurdísimas supersticiones de estilo gnóstico y sincretista. Por nuestra
parte, el estudio de la Edad Media, de su historia, su literatura, usos y
costumbres, nos ha llevado al convencimiento de que las leyendas griálicas no
sólo tienen una neta, clara y exclusiva vinculación con el Cáliz de Cristo,
sino que son ricas y hondas expresiones de la ascética y mística cristianas
orientadas especialmente al culto de la Eucaristía. Por esto, rechazamos las
interpretaciones paganizantes o esotéricas como espurias y anacrónicas -cuando
no claramente tergiversadoras-. Por esto también nos olvidaremos de ellas en
este escrito.
2.- TRADICIÓN E
HISTORIA DEL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
El documento
histórico escrito más antiguo que nos habla con toda claridad del Santo Cáliz
es la escritura de donación del Cáliz, hecha por los monjes de San Juan de la
Peña al Rey de Aragón Don Martín I el Humano; pergamino 136 de la colección de
este Rey en el Archivo de la Corona de Aragón, fechado el 26 de septiembre del
año de la Natividad del Señor 1399. Este texto nos describe fielmente el cáliz
de piedra que se conserva hoy en Valencia. A partir de ese momento su
trayectoria está completamente documentada, como podrá verse por la reseña que
más abajo haremos. Antes de esa fecha, no conservamos ningún documento que nos
hable de él. Lo único que tenemos es, por una parte, la propia realidad
material del Cáliz y, por otra, una antigua tradición apoyada por vestigios e
indicios razonables.
Sobre la
realidad material del Cáliz, la Arqueología nos dice bien claro que el vaso
existía con bastante anterioridad al siglo XIV, cuando aparece referido en el
citado pergamino.
La Arqueología
nos dice que el conjunto del objeto está formado por tres partes: dos vasos de
piedra y una montura de oro labrado y ornado con perlas y piedras finas. La
labor de orfebrería -y por tanto del montaje- puede fecharse, de acuerdo con su
estilo artístico, entre el siglo XIII y el inicio del XIV.
El vaso que
sirve de pie al Cáliz es de piedra calcedonia, de forma elipsoidal, lleva una
inscripción cúfica y su talla, que es menos refinada que la de la copa, puede
datarse en la Medina Azzahra de Almanzor, en el siglo X o, si procediera de
otro taller, entre ese siglo y el XII ; tallado seguramente para un fin distinto,
sin embargo este vaso llegó, sin que se sepa muy bien de qué modo, a formar el
pie del conjunto.
Entre las
interpretaciones que se han dado, Oñate, en un sentido distinto de Beltrán,
apunta que se trata de un vaso de talla egipcia, que Don Jaime II de Aragón
solicitó y obtuvo del Sultán de El Cairo en 1322 y del que corría fama que era
el Cáliz de Cristo. Mas como éste estaba ya para entonces en San Juan de la
Peña, el preciado vaso egipcio serviría de pie al conjunto.
La Copa
propiamente dicha, sin embargo, es mucho más antigua. Don Antonio Beltrán,
Catedrático de Arqueología de la Universidad de Zaragoza, que la estudió por
encargo del Arzobispo Olaechea y la describe con precisión científica, tras la
comparación con objetos similares y el análisis crítico de los documentos a su
alcance, encuentra que la factura y el estilo del Cáliz apuntan a un taller
oriental -Egipto o Palestina- y a los últimos momentos del arte helenístico
-siglos II a.C.-I d.C.-
«Está labrada la
parte superior del Cáliz en calcedonia, que es, mineralógicamente, un
conglomerado de cristales submicroscópicos de cuarzo, en una variedad llamada
cornalina, de color rojo cereza, también conocida con los nombres de cornarina
o cornerina oriental. Cierto que observando cuidadosamente la piedra en que la
copa está labrada podríamos aceptar que fuese sardónica o sardónice, que tiene
color rojo sanguíneo o pardo; e incluso presenta en uno de sus lados un amplio
veteado grisáceo muy parecido al del ágata. [...]
En realidad, la
copa es, en su interior, aproximadamente semiesférica; exteriormente está
rematada por una pequeña base o pie anular, que le servía para mantenerse
derecha sobre la mesa a cuyo servicio pertenecía. Actualmente está cubierta la
base por la guarnición de oro que forma la parte superior del nudo, pero es
fácilmente visible en los espacios que la irregular forma del recipiente áureo
deja. Ésta es una afortunada circunstancia que debemos, seguramente, a la
restauración de la rotura sufrida en el siglo XVIII; al pegar el pie de la copa
al recipiente superior del nudo no coincidieron absolutamente los centros de
ambos elementos y ello ha permitido hacer la precedente observación, que es muy
importante. El pie de la base sería vaciado, quedando como apoyo una corona
circular, aunque este extremo no hemos podido comprobarlo; pero figura en las
demás copas, tazas o cuencos con pie de la época.
Mide la copa 9,5
cm de diámetro medio en la boca, 5,5 cm de profundidad por el interior y 7 cm
de altura desde la base al borde. Tiene el pie 1 cm de altura, y la copa, de
grueso, 3 mm aproximadamente, puesto que es de espesor levemente irregular.
[...]
Toda la copa es
lisa, al interior y al exterior, sin ningún adorno, excepción hecha de una
simple línea incisa, de corte redondeado, muy regular, que corre paralela al
borde y a escasa distancia de él. Se labró originalmente en un nódulo de una
sola pieza y mediante un esmeradísimo trabajo, sin que tuviese ningún defecto o
irregularidad; ahora se nos presenta con una rotura ostensible, aproximadamente
por la mitad, quedando dividida en dos partes; junto al borde estas dos mitades
muestran sendas roturas producidas en la misma ocasión, faltando hoy una
minúscula porción periférica, entre la línea de adorno y el perfil exterior,
seguramente el lugar donde la copa recibió el golpe».
Se corresponde
con el tipo de vasos usados para solemnidades o pertenecientes a casas ricas.
Cuando entra en la historia lo hace rodeado de una veneración tal que lo había
enriquecido con orfebrería y un pie de piedra. Por todo esto, concluye que:
«La Arqueología
no solamente no prueba lo contrario ni censura la substacia de la tradición
sobre el Santo Cáliz, sino que apoya y confirma terminantemente la autenticidad
histórica, puesto que puede hacer, rotundamente, las siguientes afirmaciones:
1) El Cáliz de
la Catedral de Valencia pudo estar en la mesa de la Santa Cena. Pudo ser el que
Jesucristo utilizó para beber, para consagrar o para ambas cosas.
2) Siendo de
fecha anterior a la celebración de la Cena y de taller oriental, el Santo
Cáliz, que salió de San Juan de la Peña en 1399, tuvo que llegar a dicho
monasterio antes de la fecha citada, siendo indiferente para la cuestión de su
autenticidad, como Cáliz de la Cena, la forma y el momento en que allí llegase.
3) El pie es un
vaso egipcio o califal del siglo X u XI y fue añadido, con rica orfebrería, a
la copa, hacia el siglo XIV, porque se creía entonces, firmemente, que era una
pieza excepcional. Y no siéndolo por su materia, factura o adorno, es de
suponer que su importancia residía en el contacto que tuvo con las manos y los
labios del Señor.
4) Si alguien
encuentra argumentos en contra de alguna de las afirmaciones o hipótesis de
este trabajo, siempre quedaría en pie la firme posibilidad arqueológica de que
el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia fuese el de la Cena del Señor».
Esto es lo que
el Cáliz puede decir de sí mismo por boca de la Arqueología. Está también el
testimonio de una antigua tradición que, además de corroborar el fundamento
arqueológico, se apoya en vestigios e indicios suficientemente racionales y
verosímiles. De acuerdo con ella, el Cáliz pasaría de Jerusalén a Roma con San
Pedro, y con él celebrarían los misterios los primeros Papas. En torno al año
258 llegaría a España, a la zona de Huesca, enviado por San Lorenzo tras el
martirio del Papa Sixto y antes del suyo propio, con la intención de
preservarlo así del expolio de la persecución contra la Iglesia decretada por
Valeriano. Allí estaría hasta la invasión musulmana, cuando los fieles lo salvarían
ocultándolo en diversos puntos de la montaña. A medida que la Reconquista
avanza, se consolida también una discreta veneración en diversas iglesias. Es
muy posible que a mediados del siglo XI estuviera en Jaca, conservado por los
obispos y que, al instaurarse el rito romano en el Reino de Aragón -año 1071-,
pasara al Monasterio de San Juan de la Peña, no sin la oposición de los obispos
de Jaca y el consentimiento de la Corona. En el silencio del Monasterio se
conservaría el Cáliz durante más de tres siglos...
Todo lo que
decimos en el párrafo anterior es tradición y no historia. Sí, pero cuenta con
indicios suficientemente verosímiles: de la lectura del Nuevo Testamento
resulta posible que Cristo celebrara la Última Cena en la casa de san Marcos y
san Marcos era una especie de secretario de san Pablo y de san Pedro, con quien
parece que va a Roma. No sería extraño que el Evangelista hubiera conservado el
vaso -un vaso de su vajilla- en el que el Maestro consagrara la Eucaristía;
tampoco sería extraño que se lo entregara a Pedro y éste a Lino, Lino a Cleto,
Cleto a Clemente,... El canon romano de la misa se elabora sobre el rito usado
por los Papas de los primeros siglos. En una de sus partes más antiguas, la
fórmula de la consagración, este canon presenta una ligera variante con otras
liturgias. Así, mientras la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo -el rito
griego de la misa- en la consagración del vino dice simplemente: "del
mismo modo [tomó] el cáliz con la bebida diciendo...", el canon romano -el
de los primeros papas- establece: "del mismo modo, acabada la cena, tomó
este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias lo bendijo,
y lo dio a sus discípulos diciendo....", de tal forma que parece insistir
en un cáliz particular y concreto: el mismo que usara el Señor en su Cena. Por
otra parte, nos consta por la Historia que el Papa San Sixto, antes de su
martirio, confía los bienes de la Iglesia a su protodiácono Lorenzo, y que éste
los "pone a salvo" transformándolos en caridad. Es verosímil que San
Lorenzo hubiera dispuesto salvar el Cáliz de Cristo haciéndolo salir de Roma a
un lugar seguro -las montañas de su tierra hispánica-.
El silencio de
largos siglos en la Edad Media sobre la situación exacta del Santo Cáliz no
debe tampoco extrañar si se tiene en cuenta el riesgo de perderlo, por una
parte, a manos del invasor musulmán y, por otra, a manos de comunidades
cristianas más fuertes y consolidadas. Por lo demás, ese silencio no es
absoluto, pues las localidades por donde parece que el Cáliz pasa coinciden con
referencias a la Última Cena, a San Pedro y a San Lorenzo y San Sixto -y con un
sonoro murmullo de leyendas griálicas que apuntan directamente a España, a
monjes guardianes, a parajes montañosos, riscos y acantilados, a sigilios, a
liturgias sagradas,...-. Las, para el momento, desproporcionadas dimensiones y
esplendor de la catedral de Jaca no se justifican completamente en una sede
episcopal que está a punto de dejar de serlo por la inminente reconquista de
Huesca, y ello hace pensar en que la intención de levantar tan magnífico templo
era la de hacerlo relicario del Cáliz. El enconado contencioso entre los monjes
de San Juan de la Peña y los obispos de Jaca, en el que tercian el Rey y el
Papa, está registrado por la historia, aunque en ninguno de los testimonios se
hace referencia al sagrado Vaso y sí a cuestiones de jurisdicción y
dependencia. Esta omisión, sin embargo, parece, como otras veces, fruto de una
discreción extremada por ambas partes, ya que lo que está en juego, entre otros
derechos, es una preciada reliquia que podría ser reclamada por la misma Roma,
su propietaria original.
El Santo Cáliz
aparece en la historia documentada, como dijimos más arriba, cuando el Rey de
Aragón Don Martín el Humano lo recibe y conserva en el palacio de la Aljafería
en 1399. Tiempo después lo lleva consigo al trasladar la corte a Barcelona. El
Cáliz llega a Valencia con Alfonso V el Magnánimo, quien lo instala en la
capilla de su palacio. Urgido de dinero para las campañas de Italia, lo empeña,
junto con otras reliquias, a la Ciudad y a la Catedral, cuyo Cabildo se erige
así en custodio del Santo Cáliz . El Rey no logra rescatarlo, aunque él y sus
sucesores, al menos hasta Carlos I, conserven todavía la titularidad. Haciendo
uso de ella, Fernando el Católico vuelve a empeñarlo en julio de 1506, junto
con otras joyas y prendas, por cuarenta mil ducados de oro. Lo hará también
Carlos I en 1524. Tras esta fecha, y por la insolvencia de los monarcas, se lo
consideró pleno iure pertenencia del Cabildo Catedral, que lo conservó, según
parece, en la capilla de las reliquias y pronto lo propusieron al culto
público.
Tal culto estaba
ya suficientemente consolidado cuando, medio siglo más tarde, el 26 de enero de
1585, el Rey Don Felipe II visitaba Valencia y asistía a la procesión del Cáliz
que, siguiendo el ritual del Corpus Christi, había ordenado el
Patriarca-Arzobispo San Juan de Ribera. Este Prelado dispuso también que se
estudiara la autenticidad de las innumerables reliquias conservadas en la
Catedral y mandó quemar muchas que los expertos consideraron falsas o dudosas.
Conservó sin embargo el Santo Cáliz y en la Biblia de su uso personal, al
margen del capítulo 26 del Evangelio donde San Mateo nos refiere la Cena del
Señor, el Patriarca-Arzobispo apunta: "hic calix usque hodie in hac nostra
valentina ecclesia asservatur" -este cáliz hasta hoy en esta nuestra
iglesia valenciana se conserva-; a continuación describe la factura del vaso y
documenta su antigüedad con una cita de Plinio sobre los vasos murrinos. Bajo
el pontificado de San Juan de Ribera se intensificó la devoción al Santo Cáliz,
gracias, entre otros, al Canónigo Don Honorato Figuerola, quien legó una renta
para su culto.
El Santo Cáliz
se utilizaba en las celebraciones del Jueves Santo para reservar la Eucaristía
después de la Misa. Hasta que el 3 de abril de 1744, Viernes Santo, se le cayó
de las manos al Arcediano Don Vicente Frígola y la copa de ágata se rompió en
dos. Esa misma tarde Luis Vicent, joyero y orfebre, y sus dos hijos Luis y
Juan, repararon el vaso lo mejor que pudieron, pero se habían perdido unas
astillas. De todo esto levantó acta el Cabildo, que además decidió no volver a
utilizar el Santo Cáliz para evitar mayores daños.
En la Guerra de
Independencia, el Cáliz tuvo que ser trasladado a Alicante, para evitar su
ruina o robo en 1809. Y aunque volvió a Valencia al año siguiente, tuvo que
volver a salir, por la misma causa, esta vez a Ibiza y a Palma de Mallorca,
hasta septiembre de 1813. A su retorno se restablece el culto y en 1915 el
Cabildo decide transformar la antigua sala capitular de la Catedral en Capilla
del Santo Cáliz, donde éste quedó instalado en la Solemnidad de la Epifanía de
1916. Veinte años después tuvo que escapar de nuevo, gracias al Archivero de la
Catedral Don Elías Olmos Canalda, al Sacristán Mayor Don Vicente Berenguer y a
Doña Sabina Suey, quien tuvo el valor de sacarlo, envuelto en periódicos, de
esa capilla el 21 de julio de 1936. Tres horas más tarde, la Catedral estaba en
llamas. Cuando se extinguió el fuego de la Guerra, se entregó solemnemente el
Cáliz al Cabildo el 9 de abril de 1939, Jueves Santo y se instaló en su capilla
reconstruida el 23 de mayo de 1943.
A partir de
entonces se intensifica el culto y la devoción al Santo Cáliz, gracias sobre
todo a la acción del Arzobispo Don Marcelino Olaechea y de los Canónigos
Celadores del Santo Cáliz, Don Benjamín Civera, Don Vicente Moreno, Don Miguel
Canet y Don Jaime Sancho. El Arzobispo Olaechea renueva la Real Hermandad del
Santo Cáliz, Cuerpo Colegiado de la Nobleza Titulada Valenciana, cuyos
estatutos se habían aprobado en 1918, y promueve la creación de la Cofradía del
Santo Cáliz, que erige canónicamente el 25 de noviembre de 1955. Ambas
instituciones tendrán como misión velar por la conservación de la reliquia y la
difusión de su culto. Don Marcelino decretó también un Año Jubilar por el XVII
centenario de la llegada del Santo Cáliz a España y con esta ocasión promovió
una serie de celebraciones que culminaron con el viaje de la Reliquia a los
lugares y comarcas donde estuvo desde el siglo III. Fue Don Marcelino también
quien, llevado de su obligación pastoral, encargó un estudio arqueológico del
Santo Cáliz al Catedrático Don Antonio Beltrán, estudio magnífico, objetivo y
serio que, como ha quedado dicho, permite datar la copa de ágata en el tiempo y
ambiente de Jesucristo.
Los siguientes
Arzobispos se han esforzado también por extender el culto y la devoción al
Santo Cáliz, como icono de la Eucaristía. Así, Don José María García Lahiguera
lo propuso como materia de reflexión en el VIII Congreso Eucarístico Nacional y
en su episcopado la Diputación Provincial de Valencia restauró la Capilla del
Santo Cáliz. Así también Don Miguel Roca Cavanellas continuó la promoción de
peregrinaciones. Y el Arzobispo actual, Don Agustín García-Gasco, ha logrado
difundir la veneración más allá de los límites de la Comunidad Valenciana. Bajo
su pontificado la Real Hermandad completó en 1992 el retablo gótico de la
Capilla con dieciséis imágenes de piedra alabastrina.
Uno de los
momentos más importantes de la Historia del Santo Cáliz fue, sin duda, la
visita del Santo Padre Juan Pablo II a Valencia el 8 de noviembre de 1982. Tras
venerar la Reliquia en su Capilla, el Papa celebró la Misa con ella en el paseo
de la Alameda. La historia del Santo Cáliz seguirá, como sigue la historia de
la propia Iglesia, pero el gesto de Juan Pablo II al consagrar en él la Sangre
del Señor puede considerarse como el hito que introduce la reliquia en el
tercer milenio.
3.- LA VERDADERA
MÍSTICA DEL SANTO CÁLIZ DE LA CENA
Con lenguaje de
leyenda y heroísmo, en un momento cultural en el que toda la realidad era
simbólica, teológica y cristiana, los relatos de la búsqueda del Santo Grial
son, sin ningún lugar a dudas, mucho más que simples aventuras de caballeros
andantes, fantásticos dragones, mágicos merlines y castillos inexpugnablemente
encastillados para el mero divertimento del pueblo llano o de las cortes regias
y principales. Son la cumplida expresión de una actitud vital, de una filosofía
cristiana de la vida, de una mística de la existencia humana centrada e
iluminada por la Eucaristía.
Por eso el Grial
-el Cáliz de la Sangre de Cristo- es el preciado objeto de la Demanda.
Frecuentemente aparecen elementos y personajes de la Pasión, como la Cruz, los
clavos, la lanza de Longinos, José de Arimatea; y tales elementos parecen
acentuar la unidad que hay entre la Eucaristía y el Sacrificio del Calvario. El
alimento que mana del Grial confiere una vida perdurable, pero para acercarse
al Sagrado Vaso es necesaria, imprescindible, la pureza y la gracia. De la
aludida lanza de Longinos mana permanentemente sangre -y esto nos indica la
perennidad de la Redención-. Las hazañas, y sobre todo la vida misma de los
grandes héroes del Cáliz, se presentan en las leyendas como ejemplos simbólicos
de lo que es la vivencia esforzada de la propia fe. Así, por ejemplo, Boores
representa el triunfo de la ascética, Perceval el de la inocencia y Galaad el
de la gracia divina .
Varias narraciones
sitúan los místicos prodigios de la búsqueda en el escarpado, inaccesible y
santo Montsalvat o Montsalvatge (cuya etimología podría ser «Mons Salvatoris
-monte del Salvador», «Mons salutis -monte de salvación» y aún «Mons silvatus
-monte salvaje, selvático»), en cuya cumbre se asienta la ciudad o el Castillo
del Grial. Allí, en la fortaleza, los Caballeros de la Orden del Grial
-monjes-guerreros que han profesado los votos religiosos y cuya ley suprema es
la de la castidad- conservan y custodian la sagrada piedra. A los Caballeros
los guían los Reyes del Grial, desde Titurel, el fundador de la dinastía, hasta
Perceval, el héroe de los relatos, pasando por Frimutel y Anfortas, el Rey
Pescador. No sólo lo abrupto del monte impide llegar a él: más allá del
esfuerzo físico es necesario encontrarse digno de llegar al sagrado lugar, y
por eso sólo los inocentes, los puros, los que se esfuerzan por ser buenos,
consiguen penetrar sus muros y conocer los misterios del Grial. También aquí
hay claros signos de fundamentos cristianos: el monte como lugar sagrado, de
encuentro con la divinidad, es algo que ya aparece en el Éxodo cuando Moisés
descubre la zarza ardiente, y aún antes, en el sacrificio de Isaac, y después,
frecuentemente en la Escritura, se alude al «Monte de Dios» . Y la mística hará
de la ascensión al monte una imagen adecuada a la vida religiosa y ascética. La
figura del castillo-fortaleza como lugar donde se custodia el Grial parece
también un símbolo de los monasterios, donde se intentaba custodiar, defender y
venerar la santidad. Este simbolismo queda acentuado cuando se habla en las
leyendas de las órdenes de caballeros, que son claramente una derivación -con
votos religiosos incluidos- de la vida monacal.
Concluyamos. En
resumidas cuentas, la leyenda del Grial cifra en sí misma uno de los ejes que
vertebran la estructura social, cultural y espiritual de la Edad Media: la
búsqueda de la santidad. Nos habla, con los símbolos propios de su fantasía,
del heroísmo de hombres que luchan, caen, se levantan, combaten y vencen el mal
con el bien; de hombres dispuestos a alcanzar el ideal de virtud que se les ha
propuesto; de esforzados guerreros que dan su vida por encontrar, conservar y
defender ese signo sagrado que les otorga la vida eterna.
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